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El 21 de diciembre de 1945 se publicó en la primera plana de EL UNIVERSAL que “los más altos representativos de la cultura mexicana” dieron al salón de recepciones del Palacio Nacional “un inusitado ambiente” porque “congregaron al pensamiento nacional en sus más diversos matices”, durante la primera entrega del Premio Nacional de Ciencias y Artes, el máximo reconocimiento que otorga el Gobierno de la República a mexicanos que por sus producciones o trabajos docentes de investigación y divulgación han contribuido a enriquecer el acervo cultural del país y el progreso de la ciencia y la tecnología.

El entonces presidente Manuel Ávila Camacho reconoció a los legisladores que presentaron la iniciativa para su creación (Federico V. Medrano, Benito Coquet, Manuel Moreno Sánchez y Fernando Moctezuma) y que se hizo oficial a través de la promulgación de decreto publicada el 9 de abril de 1945 en el Diario Oficial de la Federación.

El 20 de diciembre de 1945 se entregó por primera ocasión el entonces denominado “Premio Nacional de Artes y Ciencias” al escritor Alfonso Reyes en el Campo de Literatura, por su obra La Crítica en la Edad Ateniense; cabe destacar que en ese entonces el Premio se entregaba por una sola obra.

En esa ceremonia, alabada por el propio primer mandatario porque reunía a los “sabios” de la cultura nacional, dijo que la cultura, orientada y regida por la justicia, “siempre será la defensa más generosa y el argumento más convincente de un pueblo, en su diálogo con el mundo civilizado”.

A 70 años de su creación, el Premio no sólo ha tenidos diversas transformaciones y ha premiado a los más destacados personajes del arte y la ciencia, también ha desatado controversias como la de 1991, cuando la escritora Elena Garro dijo en diversas entrevistas que, pese a haberse postulado, estaba segura de que no lo recibiría, entre otras cosas, porque era un premio que sólo era entregado a figuras del arte y la cultura con vida social, política y literaria en el país, y que además habían demostrado cierta obediencia hacia el gobierno que los reconocía; elementos de los que carecía porque no eran de su interés.

También ha sido una tribuna para la crítica hacia las políticas de Estado. Uno de los discursos más polémicos de los últimos años fue el que ofreció Carlos Monsiváis, quien recibió el galardón de 2005, pero por primera vez se entregó al año siguiente, en febrero de 2006. Ese año, en el campo de las Bellas Artes, se entregó a Leonora Carrington, Gloria Contreras y Luis Herrera de la Fuente, y en el campo de Lingüística y Literatura a Monsiváis.

El cronista y autor de Escenas de pudor y liviandad, en el Salón Adolfo López Mateos de Los Pinos, acusó al Secretario de Gobernación, Carlos Abascal, de fundamentalista.

“Es por lo menos insólito, un secretario de Gobernación que, apenas toma la palabra, instala su púlpito verbal, como ciudadano y creyente, Abascal está en su perfecto derecho de proclamar las ventajas de la fe; como secretario de Estado, no”.

Y la frase que desató un ir y venir entre el ensayista y el funcionario fue: “El fundamentalismo de la derecha ha perdido sus batallas culturales”. Al día siguiente Abascal reviró: “respeto a los fundamentalistas que me acusan de fundamentalista”. Con ironía, Monsiváis aseguró que esa declaración era un cumplido que tenía a su “vanidómetro en punto de ebullición”. El episodio de esa entrega cerró con un “que Dios los bendiga” del presidente Vicente Fox.

En 2013 el sociólogo Roger Bartra expresó que en México la injusticia, la explotación y la desigualdad siguen siendo un gran problema, y que “los impulsos reformistas han quedado cortos en algunos casos y en otros se han distorsionado”, en referencia a que en ese momento el actual presidente Enrique Peña Nieto esperaba que los legisladores aprobaran sus llamadas “reformas estructurales”.

“Me temo que habrá que esperar otro periodo de reformas a las reformas. Pero podemos celebrar que los cambios sean fruto de acuerdos civilizados entre fuerzas de distinto signos ideológicos, aunque desgraciadamente quedan por el camino sectores sociales y políticos molestos y agraviados”, advirtió Roger Bartra.

Otros galardonados como Fernando del Paso han optado por utilizar su discurso para enaltecer la identidad nacional. En 1991, cuando compartió el Premio con personajes como Mario Lavista, Ricardo Legorreta y Vicente Rojo, agradeció a la Patria. “Gracias, Patria, por hacer de mí un hombre moderno y no permitas tú que nadue desde el exterior estorbe tu camino hacia la modernidad y te dicte políticas demográficas. Gracias, Patria, por hacerme mexicano; y te llamo mía, aunque eres de todos y de nadie”.

Para el gobierno también ha sido una oportunidad para enaltecer políticas de Estado, pero también para exigir excelencia a los creadores. Por ejemplo, en 1979 el entonces secretario de Educación Pública, Fernando Solana, dijo que “la creación superior requiere no sólo inteligencia, sino vocación y voluntad excepcionales. Unos pocos viven cabalmente sin titubeos, crean, aman, indagan, aprenden, enseñan. Entregarse a su vocación y exigirse a sí mismos —más y más— para dar calidad a lo que producen y, a la vez, dar mejor sentido y más calidad a su vida y a la de la comunidad a la que pertecen”.

¿Un premio masculino? Más de tres décadas después de haber sido creado, se entregó por primera vez a una mujer en 1979, la coreógrafa y bailarina Guillermina Bravo en el campo de Bellas Artes; pero los reflectores de la prensa nacional se concentraron en otro ganador, Juan José Arreola. En la prensa anunciaba su posible renuncia a la televisión y aclaraba que si tenía una alta presencia en ese medio no era por dinero ni por haberse entregado a la comercialización, sino “por gusto”.

Pasó casi una década para reconocer a otra mujer, en 1988 se le entregó a la especialista en microbiología Mayra de la Torre; al año siguiente se distinguió a la historiadora Beatriz Ramírez de la Fuente y a la compositora Consuelo Velázquez; en 1990 a la pintora Olga Costa. En los 90 a la coreógrafa Amalia Hernández, la historiadora Josefina Zoraida Vázquez y la microbióloga María Luisa Ortega. En la década de 2000 lo recibieron la filóloga Margit Frenk, la bióloga Herminia Pasantes, las escritoras Ida Rodríguez, Luis Josefina Hernández, Elena Poniatowska y Margo Glantz; la filósofa Juliana González Valenzuela, las pintoras Leonora Carrington, Marta Palau, Joy Laville y Helen Escobedo; la coreógrafa Gloria Contreras, las antropólogas Larissa Adler y Margarita Nolasco; la astrónoma Linda Silvia Torres, la historiadora Pilar Gonzalbo Aizpuru, la fotógrafa Graciela Iturbide, la pianista María Teresa Rodríguez, la catedrática María de los Ángeles Valdéz Ramírez , la científica Blanca Jiménez, la dramaturga María Vilalta, la catedrática Soledad Loaeza, la astrofísica Estela Lizano Soberón, la escultora Ángela Gurría y la poeta Dolores Castro. En 70 años, sin contar el campo de Artes y Tradiciones Populares que suelen entregarse a grupos, sólo han ganado el premio 33 mujeres.

El Premio se otorga en seis campos: Lingüística y Literatura, Bellas Artes, Historia, Ciencias Sociales y Filosofía; Ciencias Físico-Matemáticas y Naturales; Tecnología, Innovación y Diseño; Artes y Tradiciones Populares. El monto hoy asciende a 731 mil pesos. Los premios se dan a conocer a conocer en los últimos dos meses del año, aunque en 2014 se anunciaron en octubre. Este año, todavía no se difunden los nombres de los galardonados.

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