La silueta de Léo Arti se dibuja sobre uno de sus murales en la uruguaya Villa 25 de Agosto , vieja gloria ferroviaria a la que esta artista francesa devolvió a la vida poniéndole color a sus muros.

Hay poco que hacer en el lugar. La actividad comercial es escasa. Son pocos los peatones que se aventuran por las calles anchas y polvorientas en un día frío aunque soleado de invierno. El centro neurálgico de la villa era una estación de tren, que hoy luce desolada.

El silencio aturde. Léo, una mujer alta, de mirada firme, cabello blanco y corto, se pasea por el pueblo ataviada en ropas de colores, tantos como los que exhibe en sus obras que decoran el lugar.

Decorar es un verbo que queda corto. Fundada en 1873, la Villa 25 de Agosto se había convertido, al decir de algunos habitantes, en "un pueblo gris" al que la llegada de Léo le puso vida.

La artista afirma que nunca hubo un plan preciso para convertir a la ciudad en una suerte de tela gigante.

"No vine aquí para esto. Ocurrió naturalmente", afirma Léo, instalada en Uruguay desde 2006.

Asegura que la primera vez que visitó el pueblo ubicado una hora al norte de Montevideo, en el departamento de Florida, y recorrió la vieja construcción sobre las vías, tuvo "la impresión de cambiar de siglo".

"Cuando pisé este lugar, no había nadie. Es el pueblo que me atrapó. Me dejé atrapar por el pueblo. Su encanto. Esa energía sin energía. Es el vacío total. Para un artista es lo mejor que se puede pedir", resume.

De perdida en el tiempo y en el pasado, 25 de Agosto pasó a ser un punto turístico y a tener una "ruta de los murales". Son más de 70 pinturas en las paredes de un poblado de apenas mil 800 habitantes.

El atelier de Léo Arti es una explosión visual, una gran sala con cuadros en las paredes y otros prolijamente ordenados sobre un piso brusco, de hormigón y ladrillo, que decoró con chorros de pintura que recuerdan a cualquier cuadro del último Jackson Pollock .

Las botellas con pintura, y los pinceles, y los cuadernos de croquis y bocetos, y las telas y los libros y los discos, dan al lugar un aura especial.

"El trabajo del artista es estar inspirado", afirma la pintora en diálogo con la AFP.

A diferencia de otros colegas, Arti tiene buena parte de su obra donada de hecho: es parte de la vida de los propietarios de las casas y muros en los que dibujó.

"No trabajo más mi arte para mí misma. Pinto sus deseos sobre sus muros. Considero esto como una donación de mi trabajo", cuenta.

Es que algunos pobladores le piden que pinte cosas. Jardines de ensueño, delfines o escenas de candombe -el ritmo de tambor distintivo de los esclavos negros que llegaron a Uruguay-; también santos, gauchos tomando mate o imágenes icónicas de la historia del país aparecen en un recorrido variado.

A los 69 años, Léo depende de su arte para vivir: vende cuadros y da clases. Sus alumnos, pobladores de 25 de Agosto, exponen en un viejo vagón de tren en desuso. Los murales no los cobra.

Sabe que si un día deja el pueblo, es posible que las pinturas desaparezcan, arrasadas por los elementos. "Son obras efímeras si no hay nadie que las mantenga". Ni su voz ni su rostro denotan resignación. "Mis obras, ya no me pertenecen más", resume.

Sus alumnos entienden que de la quietud total al cierto movimiento de visitantes que el trabajo de Léo ha traído, hay un camino recorrido.

Norma Figueredo

, de 67 años, vive desde siempre en 25 de Agosto. Ella tiene en su jardín un mural de candombe que piensa "inaugurar" en una fiesta junto a sus vecinos. En una frase resume el éxito del proyecto de Léo: "Nos cambió la villa. Era triste, apagada. Ahora toda la gente viene. Fue como un despertar".

Sobre si se irá o no algún día, pues quien sabe, responde Léo. "Soy una gitana. Es la libertad que me atrae". Al despedirse, entra a su atelier para volver a la pintura que ocupa sus días. Y 25 de Agosto queda otra vez en silencio.

nrv

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