Por: Sandra Herrera López

A principios de los años 90, siendo estudiante de economía, una sola palabra resumía los cambios vertiginosos y aparentemente irreversibles, que tenían lugar en el mundo entero: Globalización. La humanidad se dividía en los “pro” y los “anti”. Frente a la disminución en los precios de transporte, en las comunicaciones y la imparable ola de apertura comercial, la globalización representaba la posibilidad de disminuir los costos de producción y aumentar la eficiencia. Los países con ventajas competitivas y comparativas producirían aquello en lo que eran buenos con un beneficio indirecto para todos los países. En los 80 y 90 vimos florecer acuerdos multilaterales como la Ronda de Uruguay, el NAFTA y, por supuesto, la creación del OMC. Las implicaciones del fenómeno, por supuesto, trascendían lo económico y se esperaba que con el tiempo hubiera una fusión cultural que iría más allá de simplemente oír canciones en inglés o comer hamburguesas, lo cual ya hacíamos sin globalización.

En efecto, desde los 90 vimos un movimiento internacional sin precedentes de personas, mercancías y dinero. El crecimiento de empresas multinacionales, la transferencia tecnológica, el flujo de capitales, la internacionalización de la educación, las maquilas, la disponibilidad de productos importados para el consumo, son solo algunas de las muchas pruebas de que la globalización trastocó el mundo que conocíamos.

Vimos un crecimiento de la inversión extranjera como forma de expansión de las empresas, mientras en simultáneo se formaron de cadenas de valor internacionales impulsadas también por la reducción de los aranceles. Estas, implicaban incluso que, en sus diferentes fases del proceso la producción de un artículo requiriera de varios cruces transfronterizos.

La reciente reunión de Davos puso de moda un término que ya se venía usando desde hace algunos años: la “Slowbalisation”, una nueva etapa comercial que vislumbra el fin del impulso globalizador. Los precios de transporte y comunicación parecen haber llegado a su límite mínimo, el comercio intrarregional se ha fortalecido en detrimento de un intercambio más global, la demanda de servicios ha aumentado, al tiempo que ha habido un surgimiento de políticas proteccionistas en diferentes países, por ejemplo, Estados Unidos.

El flujo comercial del mundo promedio de 2012 a 2017 fue de 3%, muy por debajo del promedio de 7% que se tuvo entre 1990 y 2007. La inversión extranjera, el movimiento hacia el proteccionismo de varios países y la menor internacionalidad de las cadenas de valor han sido quizás los elementos que más han incidido en la “slowbalisation”.

Inversión Extranjera

A nivel global, la inversión extranjera de empresas multinacionales se disminuyó en 2018 un 20%. Algunos investigadores calculan que esta ralentización tiene una incidencia de entre 40% y 75% en el comercio mundial (Caixabank 2017). Si bien la menor inversión tiene un componente coyuntural que son las políticas comerciales de algunos países, también posee un elemento estructural ante la migración de la sociedad hacia nuevas tecnologías, que requieren menos inversión en activos tangibles. China ha migrado su enfoque en la producción hacia el consumo de los hogares y de los servicios. Solamente las empresas chinas, redujeron en un 73% su inversión en Estados Unidos y Europa.

Medidas proteccionistas

Varios países han decidido adoptar políticas de restricción del intercambio internacional que van desde la adopción frontal de medidas para prevenir la importación, como por ejemplo el aumento de los aranceles, hasta formas más creativas y menos evidentes de generación de barreras comerciales. En general, el comercio mundial se está dando predominantemente entre naciones o regiones vecinas.

La ríspida relación comercial entre China y Estados Unidos ha generado ya un ambiente de incertidumbre que afecta el comercio mundial. En caso de una guerra comercial, la OMC estima que representará una disminución de 12% del intercambio mundial y de 2% del PIB mundial (World Bank, 2019).

Cadenas de valor

Es una realidad que la oferta de servicios y de muchas de las tecnologías modernas requieren menor intercambio de productos que el que había en la anterioridad. En ese sentido, era esperable una disminución del volumen de artículos que pasaban las fronteras. Con el paso de los años, también ha sucedido que los países han logrado integrar en sus cadenas productivas procesos que antes se hacían en el exterior. De nuevo, China resulta un ejemplo ilustrativo: los productos de ese país, que antes utilizaban 60% de insumos importados, hoy solo usan 30%.

El resultado final de esta nueva tendencia está por verse y por supuesto no será unívoco para todos los países. La evidencia indica que difícilmente regresaremos al crecimiento dinámico de 7% previo a la crisis de 2007. Lo relevante será cómo hacer que esta nueva realidad contribuya al logro de metas globales como los Objetivos de Desarrollo Sostenible que no pueden lograrse sin tener en la mira los indicadores de todos y cada uno de los países, incluso de aquellos que no llegaron a tiempo a la globalización.

Directora de Responsabilidad Social de Laureate México

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