El cambio comenzó formalmente el 20 de enero de 2017, aunque Trump dio la impresión de haber asumido el mando al día siguiente de las elecciones. Los cisnes negros abundaron en 2016, el Brexit, el “no” a la paz en Colombia, el “no” a la reforma constitucional en Italia y la llegada del 45º presidente de Estados Unidos.

Lo que parecía improbable se volvió una profecía auto cumplida. La realidad supera la ficción y nos damos de bruces contra un 2017 que nos recuerda que los efectos de la gran recesión de 2008 no han pasado.

Lo que estamos viviendo es la crisis de la liberalización económica que trajo una mayor desigualdad, polarización y deterioro de las condiciones de vida de una gran parte de la población, junto con la erosión de los valores éticos que permiten afrontar con confianza el futuro.

Y es aquí donde veo la razón última del triunfo de Trump, el Brexit, el “no” a la paz colombiano o la caída de Renzi: el miedo al futuro.

Si algo resulta evidente para la mayoría de nosotros es la precariedad de nuestra situación existencial. La economía especulativa pasó por encima de todas las barreras morales, sociales y políticas, instalando la visión del interés personal por encima de cualquier cosa.

Los ideólogos de la izquierda y de la derecha han hecho saltar todas las costumbres, tradiciones y valores que hacían posible una cierta coherencia colectiva.

Ahora nos encontramos con que a falta de crecimiento económico, se nos ofrece la sociedad del hedonismo en la que todo está permitido.

Un hedonismo que exalta la relatividad y condena las certezas, que busca el máximo placer a costa de la integridad humana, que convierte los medios en fines y obtura el sentido de la vida.

Rotos los vínculos de la articulación social, el futuro se vuelve incierto, inseguro e inescrutable. Los humanos nos convertimos en seres erráticos, y nuestras conductas se desquician. El miedo impera, y lo peor es que se oscurece el entendimiento al dejarnos en manos de los sentimientos viscerales.

Hemos ido demasiado lejos. Tan lejos como cuando en la década de los 30 del siglo XX, después de la Gran Depresión, el populismo nacional-socialista se enseñoreó de Europa. Sin la debacle económica y las injusticias internacionales de los años 20 y 30 del siglo pasado, no hubiera sido posible la exaltación racista, ególatra y violenta del propio interés por encima de todo.

Hoy tenemos que afrontar el reto de buscar soluciones distintas para los problemas de los países y de la humanidad. Soluciones que privilegien el trabajo bien hecho, la honestidad, la sobriedad de vida y la solidaridad, por encima de los catastróficos resultados de los populismos nacionalistas, de los planteamientos que buscan dejar en manos de unos pocos, las soluciones que todos debemos procurar.

Eso sí, comprometiendo nuestra libertad y arriesgando nuestra existencia al servicio de unos valores que nos lleven a ser más humanos, más sensibles y responsables unos de otros. No es esta una hora de vacilaciones, es una época para las convicciones y el trabajo esforzado sin estridencias, pero con objetivos claros. Ojalá que nuestras élites y cada una y cada uno de nosotros lo entendamos así.

El autor es profesor decano del área académica de Entorno Político y Social de IPADE Business School.

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