La significativa caída en los precios del petróleo a nivel mundial —en niveles de 110 dólares por barril a menos de 50 en sólo 6 meses— ha sido uno de los fenómenos más destacados en el último año.

La mayoría de los análisis concuerdan en que factores de oferta —mayor producción en Estados Unidos, Venezuela, Arabia— y de demanda —menor crecimiento en Europa y China—, así como geopolíticos han llevado a que el valor del hidrocarburo se haya desplomado, situación que persistirá al menos en el mediano plazo.

Lo anterior sin duda ha beneficiado a los países consumidores del crudo y sus derivados —gasolina y otros combustibles— y ha perjudicado a los exportadores, muy destacadamente a las economías que dependen en gran medida de este recurso, como es el caso de Venezuela.

En México, el fenómeno ha provocado impactos destacados en varios ámbitos de la esfera económica nacional. Anteriormente hemos comentado que la economía mexicana ya no está petrolizada, lo que se muestra en cifras como que la producción de petróleo crudo y productos relacionados —cuya plataforma sigue en descenso— representa menos de 6% del PIB, y las exportaciones de petróleo crudo aportan sólo 13 % de las exportaciones totales. No obstante, los menores precios sí plantean riesgos y debilidades, particularmente en las finanzas públicas, cuya dependencia de los ingresos fiscales petroleros es de cerca de 35%.
Derivado de ello las autoridades hacendarias han anunciado recortes en los gastos para 2015 y, al parecer, una revisión profunda en el presupuesto de 2016.

En el corto plazo, el otro impacto destacado de la caída en los precios del petróleo se ha observado en la reacción del tipo de cambio. Bajo un régimen de libre flotación cambiaria, se registra correlación negativa entre la paridad peso-dólar y los precios del petróleo. Cuando los petroprecios caen, la moneda mexicana se deprecia frente al dólar. El fenómeno se manifiesta en gran medida por la variación en los flujos de los ingresos del gobierno que recibe de las exportaciones petroleras que si bien en términos de comercio exterior se registran en dólares, en términos de ingresos fiscales son expresados en pesos, por lo que una depreciación del peso frente al dólar repercute en los flujos. Este fenómeno también está impactando las decisiones de inversión no sólo de Pemex, sino del resto de inversionistas en el sector, el caso de la Ronda 1, es vivo ejemplo. Ahora bien, si a esta situación le añadimos el factor de la incertidumbre financiera provocada por el inminente incremento de las tasas de interés en EE.UU., que de acuerdo con la mayoría de analistas, ocurrirá en el mes de septiembre, es altamente probable que el tipo de cambio continúe experimentando mucha volatilidad.

Los efectos de la volatilidad en los mercados internacionales sobre la economía mexicana son evidentes y se manifiestan por dos vías: una directa y una indirecta. La primera se presenta en el recorte y/o en la dilación en ejercicio del gasto público. Por un lado los programas de gobierno, sobre todo los sociales, se han visto y se verán recortados en su presupuesto y sus alcances, ello impacta directo a los más pobres; por otro, las empresas proveedoras ya acusan problemas de liquidez al no recibir los pagos a tiempo, lo que afecta destacadamente a las Pymes, que tienen que recurrir a los despidos, otro impacto sobre los mexicanos de menos recursos.

La otra vía en la que la depreciación del peso impacta a los mexicanos es la inflación. El fenómeno llamado pass through (efecto transmisión) es el porcentaje de cambio del precio de las importaciones en pesos, como resultado de una variación de 1% en el tipo de cambio nominal. Lo anterior implica que una depreciación implicará un aumento de los precios domésticos, vía la importación de insumos y de bienes finales. Este aumento en los precios ya se está registrando en algunos productos importados, como electrodomésticos y alimentos, pero se reflejará más con el aumento en los costos de producción por la necesidad de importar insumos como lo son aluminio, plástico, aceros y químicos. Un aumento en los costos de producir un bien se transmitirá casi completo a su precio final al consumidor lo que impactará en la inflación.

Actualmente el INPC se ha mantenido en una tendencia moderada alrededor del objetivo del banco central, principalmente por la baja en la actividad económica que reduce presiones de demanda. Sin embargo, en cuanto se agoten los inventarios y se empiece a comprar insumos importados, se empezarán a manifestar las presiones sobre los precios.

La inflación afecta a los agentes económicos, pero fundamentalmente a los consumidores, quienes ven reducido el poder adquisitivo de su ingreso. En particular los que tienen menos ingresos, y que deben destinarlo a gasto de sobrevivencia, resentirán los aumentos de precios de productos de primera necesidad. La inflación sin duda es el gravamen más regresivo que existe porque afecta a los que menos tienen.

Un fenómeno externo como lo es la baja en los precios del petróleo, puede generar mayor pobreza, la que de por si se ha incrementado, producto del magro crecimiento y la baja productividad. Si bien, la política monetaria instrumentada durante los últimos 15 años ha tenido un papel destacable en el combate a la inflación, aún persisten debilidades estructurales en la economía mexicana, como la elevada propensión de importaciones de bienes intermedios y capital, así como la dependencia de ingresos públicos a la exportación de petróleo, que tienen importantes repercusiones ante cambios en las condiciones externas.

En Consultores Internacionales S.C. consideramos que el panorama actual exige plantear una política económica integral, que además de una adecuada instrumentación de la política monetaria, exista una coordinación con las políticas hacendaria e industrial hacia un mayor impulso al crecimiento de la actividad económica en diversos sectores importantes para el desarrollo del país. Para ello, es necesario comenzar a trabajar desde ahora.

*Presidente de Consultores Internacionales S.C.

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