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Si uno espera que ¡madre! (mother!, 2017) se trate de huéspedes indeseados como, por ejemplo, El seductor (The Beguiled, 2017), la decepción será insoportable. Ni filme de horror ni de suspenso como lo promete el tráiler, ¡madre! es un paso adelante en las narrativas bíblicas de Darren Aronofsky. Pero nada más eso: un paso. ¡madre! repite los excesos de Pi, el orden del caos (Pi, 1998), La fuente de la vida (The Fountain, 2006) y Noé (Noah, 2014) en un ejercicio que, discutiblemente, por primera vez no parece tan caprichoso como mitológico. Me explico: en sus filmes religiosos anteriores —y, lo admito, también en este último—, Aronofsky introdujo una abigarrada variedad de temas que van de lo místico a lo ambientalista. En ¡madre!, además, Aronofsky añade la crítica al patriarcado y la sumisión de la mujer. Esto provoca que cada personaje contenga varios arquetipos al mismo tiempo y signifique distintas cosas a lo largo de la trama pero en esta ocasión todos los roles dentro de cada quien se alinean de forma más satisfactoria que en el incoherente Noé caucásico preocupado por la sustentabilidad en el filme anterior de Aronofsky. Lo que cuenta ¡madre! es una historia similar en sus vaguedades al Antiguo Testamento, robustecida por preocupaciones contemporáneas.
En su primera imagen ¡madre! nos dice mucho sobre la feminidad torturada. Llora una mujer con la piel chamuscada y envuelta en flamas. Una lágrima recorre su cara. Luego vemos al personaje de Javier Bardem, una figura equivalente a Dios Padre, que coloca un corazón de cristal en una vitrina y así resucita su casa marchita. En ella despierta su esposa, interpretada por Jennifer Lawrence. La interacción entre ambos es más una de tolerancia que de amor pero pronto descubrimos algo más siniestro: es de dominio. Él es un poeta admirado y ella poco más que su sirvienta. Ella se dedica a hacer el desayuno, proteger a su marido y reparar y conservar su casa. En una escena ella explica que quiere hacer de su hogar un paraíso. Al principio podríamos pensar que son Adán y Eva en el Edén pero ese rol le corresponde en realidad a un par de visitantes desconocidos e inesperados que interpretan Ed Harris y Michelle Pfeiffer. Esto queda claro cuando su visita en el “Paraíso” se prolonga y llegan a él sus dos hijos. Una acción terrible nos demuestra que se trata de Caín y Abel. Pero, entonces, ¿a quién interpreta Lawrence?
Aronofsky nació cultural pero no religiosamente judío, por eso su cine constantemente se rebela contra las tradiciones de la fe. Como ya lo insinué antes, su Noé es completamente ajeno al original con su asociación a ejércitos de monstruos que evocan más El Señor de los anillos que el Antiguo Testamento. La teología de Aronofsky es más contemporánea en sus temas que la original y expresa un fuerte desprecio por la corruptibilidad de los seres humanos. A ellos los responsabiliza por destruir el Paraíso y los castiga en metáforas que aluden a la venganza del mundo natural. Jennifer Lawrence, que nutre la casa reconstruyéndola y decorándola, es, por un lado, una especie de Madre Naturaleza y, por el otro, la imagen universal de la mujer sometida: la esposa de Dios. Ella es la que limpia el “apocalipsis”, en palabras de ella misma, al día siguiente de un tremendo suceso en el Paraíso. Los espectadores deben estar al pendiente del vocabulario bíblico de Aronofsky para comprender su difícil alegoría. Pero posiblemente eso no baste.
¡madre! es ambigua y tal vez incoherente a propósito. A esto me refería antes con que no parece tan caprichosa como mitológica. En las historias del Antiguo Testamento, como en todos los mitos, pasan cosas tan absurdas como que un hombre viva adentro de un “gran pez” o que un par de personas puedan tener tantos hijos como para poblar la Tierra y que éstos no se conozcan entre sí. En ¡madre! el tiempo es igualmente ilógico y el Testamento de Aronofsky se desarrolla de principio a fin en lo que parece menos de una semana. Una pareja vive aislada del mundo sin problemas y en su Paraíso se enciende un conflicto más grande que la casa. Todo es claramente una fantasía. El problema es que en ocasiones Aronofsky recurre a escenas innecesarias como un perturbador descubrimiento en el retrete que no aporta nada a nivel simbólico. Es más bien un susto para los admiradores del cine de horror pero también parte de una imaginería cada vez más grotesca, más cruel, que expresa la confusión y el sufrimiento de su protagonista.
Es en algunos aspectos formales donde ¡madre! fracasa o triunfa sin duda alguna. En busca de crear imágenes fantásticas con un bajo presupuesto de 30 millones de dólares, Aronofsky no recurre a los caros efectos de maquillaje sino a la animación digital. Muchas imágenes evidencian el trabajo de animación con texturas claramente falsas, pero otras, realizadas con extras y dobles en habitaciones simbólicamente decoradas, demuestran un trabajo impactante para representar la mezquindad de la gente y los peligros del fetichismo religioso. Una secuencia, en particular, evoca las imágenes finales de Niños del hombre (Children of Men, 2006), de Alfonso Cuarón, aunque la cinematografía no recurre tan seguido a los planos secuencia de los maestros mexicanos Cuarón y Emmanuel Lubezki.
Hay otra comparación que me parece relevante: El ornitólogo (O ornitólogo, 2016), de João Pedro Rodrigues. Ante todo, las dos películas son mitos modernos: ¡madre! sobre el ambientalismo y el feminismo; El ornitólogo sobre la homosexualidad. Sin embargo el filme de Rodrigues me parece más ambiguo en su representación de lo divino. Para Aronofsky Dios Padre es un hombre vanidoso y opresivo; para Rodrigues es una presencia misteriosa. En su universo lo místico levanta y destruye igualmente, mientras que para Aronofsky solamente oprime. Su visión denuncia y por ello simplifica. Pero a pesar de sus fallas ¡madre! no deja de ser una obra desafiante dirigida por una de las grandes figuras del cine estadounidense. Quizá en una próxima película nos sorprenda al fin con su obra culminante sobre lo divino pero por el momento ¡madre! es un decoroso esfuerzo en la lucha de Aronofsky por aprehender y expresar el elusivo concepto de Dios.
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