Después de ver El tercer asesinato (Sandome no satsujin, 2017), de Hirokazu Koreeda, me asomé a ver qué decían los críticos estadounidenses. Uno atacaba al gran director japonés por zafarse de su tono usual, es decir, la tierna celebración de lo cotidiano; otro revelaba más de sí que del cineasta o su película porque —decía— la cinta se le había olvidado inmediatamente. Aunque concuerdo en que no es un filme perfecto —y, bueno, ¿cuál lo es del todo?—, El tercer asesinato me parece otra valiosa pieza en la filmografía de Koreeda, que se pregunta de nuevo por el significado de la familia pero con una frustración inusual. Aunque Tras la tormenta (Umi yori mo mada fukaku, 2016), su anterior trabajo, no terminaba precisamente en la reconciliación como sus otras películas, tampoco nos daba una imagen plenamente melancólica de nuestro mundo sino en todo caso estoica. A veces las cosas no funcionan como uno quiere pero aún así —parecía decirnos— la felicidad es posible. En El tercer asesinato un sacrificio abastece de generosidad a la sórdida trama pero no es ni claro ni suficiente para redimir los peores pecados. Es acaso el atenuante de una negrura que todo lo abarca.

Si lo que suele sobrar en las películas de Koreeda son la luz y los colores que mejor la reflejan, en El tercer asesinato esta luminosidad se atenúa en claroscuros sugerentes del misterio de un hombre que, tras asesinar a su jefe, cambia varias veces su versión de los hechos. Su excusa suele ser una mala memoria pero conforme su abogado prepara una estrategia para evitar la pena de muerte se comienzan a sugerir motivos ocultos. ¿Viles, nobles? Esto define uno de los temas —quizás el más importante— de la película: la elusiva naturaleza de la verdad. No es por nada que el colega de Tomoaki Shigemori (Masaharu Fukuyama), el abogado, recuerda una fábula china donde varios personajes describen un animal distinto cuando en realidad todos están palpando un elefante. La realidad se expresa en los fragmentos que recibimos de ella pero lo que cada uno entiende es insuficiente para abarcarla toda.

El acusado, Misumi (Kôji Yakusho), comparte el temple filosófico del cuento. Es increíble que no recuerde nada y la forma en que se comporta es demasiado tranquila como para tratarse de un hombre que podría recibir la pena de muerte. Su secreto será no sólo el que ocupe a Tomoaki sino el que lo lleve a una identificación con su cliente y a un duro distanciamiento con su hija. La fiscal que trabaja en el caso le advierte en un punto a Tomoaki que él parece el tipo de abogado que ayuda a sus clientes a eludir la realidad de sus crímenes, es decir, su intento de reducirles las penas o liberarlos les quita la responsabilidad de lo que hicieron. La trama nos llevará a notar que Misumi es parecido a él, pero antes de comenzar a sugerirlo, algunas imágenes, sobre todo durante una confrontación a solas entre ambos personajes, nos lo dirán en su misterioso idioma. Koreeda aprovecha el espacio —una sala con un vidrio en medio que separa a los prisioneros de sus visitantes— para decirnos que estos hombres son iguales. En una toma la cara de uno se empalma con el reflejo del otro en el vidrio. En otra más los dos se miran como a través del espejo. Puede que no estemos ante un cineasta radical pero Koreeda es un hacedor de imágenes elocuente que no solamente captura lo que ve sino que lo convierte en una declaración.

Como con todas las películas de misterio, es difícil revelar más que la premisa de El tercer asesinato sin arruinar su efecto. Quizá no afecte mucho si agrego que un par de muchachas y el rol que los protagonistas cumplen para cada una será esencial en el tema de la identificación y explorará lo que significa ser un padre. Pero si en De tal padre, tal hijo (Soshite chichi ni naru, 2013) Koreeda exploró el mismo tema en un contexto excepcional sin ser cruel o desesperanzador —un hombre se entera de que su hijo pertenece a otra familia y así se explica sus diferencias—, aquí la pregunta no es si a un padre lo hace el tiempo que pasa con sus hijos sino si está dispuesto a destruirlos.

Otra distinción entre ambas películas resalta las fallas de El tercer asesinato: la concisión. En De tal padre, tal hijo estaba muy claro el tema, pero en esta última cinta Koreeda se distrae entre su discusión sobre la verdad, la definición de la paternidad, la identificación que levanta las máscaras y la complicada trama que se va revelando despacio pero sin sobresaltos forzados. Con dos horas de duración, uno llega a pensar que hay una película de tres horas tirada en alguna sala de edición, de lo contrario no imagino por qué no se desarrolla más la relación de Tomoaki con su hija. En este punto puede parecer que estoy traicionando la película y mi argumento original, pero aunque estas fallas son perceptibles, no creo que destruyan las intenciones de Koreeda ni que devalúen sus logros. Más bien impiden un filme mayor pero de ninguna manera confirman las apreciaciones de algunos críticos estadounidenses. Al contrario de las expectativas, El tercer asesinato nos muestra a un Koreeda decidido a enfrentar también la perversidad de nuestra especie.

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