En el reciente escándalo sobre la permanencia o no de la plataforma Filmin Latino, misma que el IMCINE anunció cerraría definitivamente al tener “cifras contundentes” que avalaban la decisión, el nuevo gobierno encabezado por López Obrador mostró su cara más inepta: la de una administración más atenta a las reacciones de las redes, de los aliados, de los “famosos”, que a los hechos.

Pero para quien no conozca la historia, aquí un leve recuento.

Primer Acto:

Sin hacer mucho ruido, IMCINE anunció el cierre de la plataforma de VOD Filmin Latino, proyecto del sexenio anterior que permitía el visionado de una importante colección de cine mexicano y latinoamericano que, en efecto, no es fácil de conseguir en otras plataformas.

Segundo Acto:

El actor José María Yazpik le pregunta, vía Twitter, a la nueva titular del IMCINE, María Novaro, sobre el cierre de la plataforma, lamentando la decisión. Ella responde que “Es una decisión fundamentada y necesaria para poder promover al cine mexicano de una forma más amplia, incluyente y mucho más efectiva, lo que es mi tarea principal”, y dice tener cifras y razones de peso que avalan la decisión. Promete explicar “mañana”.

Mientras tanto, Guillermo del Toro y Diego Luna, siempre vía Twitter, se lamentan de la decisión. Del Toro incluso ofrece su apoyo para que la plataforma no cierre.

Tercer Acto:

Después de tres días de silencio, IMCINE lanza un escueto comunicado donde anuncia que no se cancelará la plataforma Filmin Latino para “garantizar el derecho de las audiencias al cine mexicano” y que se buscará mejorar “el desempeño” (¿económico?) de la plataforma.

¿Qué pasó aquí?

En primer lugar, la idea de que exista una plataforma de VOD que albergue cine mexicano y latinoamericano, de todos los tiempos, es una idea fabulosa. En términos de preservación, difusión y conservación de material histórico, es primordial. Pero el que exista esta plataforma no garantiza el derecho de las audiencias al cine. Recordemos el pequeño detalle que para tener acceso a Filmin Latino, antes que pagar, es necesario tener una computadora y una conexión a internet, cosas que el Estado mexicano aún no ha garantizado al 100% de la población.

Segundo, se trata de una plataforma ligada a un negocio: la plataforma Filmin de España. Si bien el Estado debe fomentar la cultura, lo cierto es que la estructura con la que fue creada Filmin Latino no era la de un instrumento de promoción estatal de la cultura sino como un negocio, y como tal, si no reporta las ganancias debidas, opera en números rojos, y en una situación normal, algo que opera en número rojos se cierra y punto. Nunca sabremos si era el caso con Filmin Latino porque la titular de IMCINE, María Novaro, nunca entregó las prometidas cifras con las que supuestamente se basaron para tomar la decisión de cerrar. ¿Realmente no funcionaba en términos económicos Filmin Latino o se trataba, como tantas cosas en esta nueva administración, de barrer con todo lo que se haya hecho en la administración pasada?, como es el caso del Aeropuerto de Texcoco, la Reforma Educativa y hasta el logo de la CDMX.

Pero la marcha atrás en esta decisión es aún más grave que el problema inicial. ¿Para quién gobierna esta administración?, ¿para Twitter? Y es que los tuitazos mostraron ser más efectivos que una consulta ciudadana. Sólo tres días bastó para que IMCINE diera marcha atrás a una decisión que, según su propio dicho, tenía “razones de peso fundamentadas”, luego entonces, ¿dónde quedaron esas cifras?, ¿IMCINE decidió que más dinero público se quemara en una plataforma que no es negocio para que no se le fueran encima en Twitter?

Nadie gana con la resolución (¿final?) en el tema de Filmin Latino. No gana el cine porque la plataforma seguirá siendo de nicho, conocida y aprovechada en su mayoría por aquellos que nos dedicamos a esto, y sin posibilidades de promoción masiva dado el recorte en los presupuestos de publicidad del gobierno. No gana el Estado porque se echa a la espalda otro negocio que no sirve y que tampoco cumple su función de difundir, promover y garantizar el acceso a la cultura. No gana la audiencia porque el pleito no resuelve el tema de que muy poca gente entra a Filmin Latino. Y tampoco pierde la piratería, porque es falaz creer que con el cierre de Filmin Latino el beneficiario inmediato sería la piratería. Lo triste es que el cine mexicano no es negocio ni para los piratas.

Perdemos todos al darnos cuenta que un gobierno está operando a contentillo de las redes, pendiente de la porra, atento más al qué dirán que a las razones de peso que los lleven a tomar decisiones. Un gobierno que pareciera operar para los suyos y no para todos los mexicanos.

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ROMA: o la perfecta máquina del tiempo - Dir: Alfonso Cuarón

Roma, el octavo largometraje del mexicano Alfonso Cuarón, es una magnífica máquina del tiempo. La ventana se abre y lentamente comienza  el viaje mediante la delicada exploración de una casa en la colonia Roma de los años 70 para después, tímidamente, pasear por las calles cercanas y finalmente desbocarse para llevarnos a San Cosme, el centro, la avenida de los Insurgentes y en general mostrar una Ciudad de México pulsante y viva, testigo mudo pero nunca amnésico del devenir nacional.

Basado en recuerdos y anécdotas de la propia infancia de Cuarón, el también responsable del guión, edición y fotografía nos presenta a una familia de clase media cuyo centro es Cleo, la nana-sirvienta de origen mixteco (extraordinaria debutante Yalitza Aparicio) cuya historia y circunstancia sirve como pretexto para exponer a México en sus más dolorosas contradicciones: los movimientos estudiantiles, la pobreza de las zonas conurbadas, la aplastante y empobrecedora maquinaria del partido único y, por supuesto, la brutalidad represora de los gobiernos priistas de antaño.

Roma es una catedral dedicada a la obsesión. El trabajo compulsivamente detallado de Eugenio Caballero junto a la fotografía a base de travellings laterales, paneos y planos secuencia a cargo del propio Cuarón (bajo la supervisión de Galo Olivares, el magnífico fotógrafo de El Vigilante, 2016) entregan una experiencia sensorial e inmersiva que prescinde del gran artificio técnico: Cuarón ya no necesita de IMAX y 3D para provocar la inmersión de toda la audiencia.

La versión completa de este texto se puede leer .

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