Durante las últimas semanas (y las que están por venir) la principal atención tanto de los medios de comunicación como de la ciudadanía ha estado concentrada en las candidaturas presidenciales. Que si Andres Manuel les saca la lengua a los empresarios y luego les hace un guiño para concesionarles el aeropuerto (te hablan Slim), que si los de Tercer Grado de Televisa no recibieron a Anaya con aplausómetro como si lo hicieron con Andrés Manuel, que si la campaña de Meade sigue sin prender y que si hay otros candidatos independientes que han hecho quedar mal a la figura independiente casi de por vida.

Tan ocupados hemos estado con ellos que hemos olvidado que, si bien es cierto es crucial quien gane la presidencia, la forma en que quede conformado el Congreso es casi tan importante como eso.  El papel de los parlamentos en el mundo no es, lejos de lo que pudiera pensarse, el de la creación de leyes. Esta errónea creencia histórica ha sido durante muchos años, especialmente en los regímenes presidenciales como el nuestro un fallo que nos ha costado caro.

Los parlamentos en el mundo tienen como principal tarea la de vigilar y controlar el poder, para eso nacieron, para evitar los abusos que un poder ejercido casi por un sólo individuo, se ejerza en contra de los ciudadanos y a capricho. Sin embargo, pensar lo contrario, que los Congresos se deben a la labor legislativa y en una mucho menor medida a la labor de control ha tenido efectos terribles donde éstos se han llegado a convertir en una extensión de las facultades legislativas presidenciales.

El fenómeno carismático que puede provocar un determinado candidato a presidir el Ejecutivo tiene una consecuencia directa en la conformación de las cámaras legislativas. Y así, en una gran parte de la historia encontramos congresos cuya mayoría provenía del mismo partido que el que ocupaba el más alto cargo en nuestro país. El efecto más dramático: la falta de control de las acciones del gobierno, la afirmativa a todas las instrucciones presidenciales, porque el presidente mandaba desde la silla presidencial también en el Congreso.

Con esto en mente, los electores deberíamos tomarnos un poco más de tiempo en analizar a las y los candidatos que están propuestos para integrar el poder legislativo federal y evitar, en la medida de lo posible votar por el mismo partido para el Ejecutivo y para integrar el Congreso. Con ello lograremos tener un Congreso equilibrado que, sea quien sea que llegue, con mayores o menores ambiciones de poder, tenga la capacidad de poner un freno a propuestas abusivas, a gobiernos por decreto o a intentos reformistas que pretendan enquistarlos en el poder.

Nos guste o no, el único mecanismo de participación política efectiva que tenemos los ciudadanos es el voto (y esto es una tarea pendiente para cambiar en los próximos años), hagamos que ese voto cuente, que sea efectivo y que, sobre todo, contribuya a crear un poder equilibrado, pero sobre todo controlado.

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