El otro día vino a consulta una chava. No tiene más de 35 años y está muy preocupada por comer bien, muy bien. De hecho, por hacer todo bien.

Cuando hicimos el recordatorio de alimentos (lo que comió en las últimas 24hrs) todo parece hacerlo muy bien. Cuando debe comer fruta con grasa, es fruta con grasa. Si son 10 almendras, come 10, ni 9 ni 11. Pesa la proteína que consume, no se salta ningún tiempo de comida, bebe suficiente agua, las verduras verdes están presentes, pero las de color también, no se excede en cereales y el azúcar está completamente fuera de su mente. Al parecer todo lo hace bien.

Aun así, no baja de peso. Ella quiere (y si le convendría) bajar unos 8 kilos de grasa. En las mediciones de composición corporal parece tener suficiente músculo, pero grasa elevada.

No entiende qué está haciendo mal. Dice que ella ya come perfecto… y yo digo lo mismo.

Lo que me cuesta trabajo hacer que entienda es que es muy probable que esta exigencia por ser perfecta, por no faltar al gimnasio seguramente la extrapola a muchas áreas de su vida y le están haciendo más mal que bien.

Ella todo el tiempo es perfecta, o quiere serlo. No se da permiso de fallar, de comer algo que no debe, de dormirse media hora tarde, de salir al cine y no ir al ejercicio. De tomarse una copa de vino mejor ni hablar.

Vive en orden, pero frustrada.

En una conversación pudo reconocer que si bien es cierto que le gusta la sensación de orden y control, a veces envidia o quisiera ser como su hermana menor que es infinitamente más relajada que ella. Pudo reconocer también que se ríe poco, sale de fiesta poco y… disfruta poco.

Lo que nada más no encuentra es la razón de su sobrepeso. Se la expliqué y puso cara de sorpresa. Ella tiene más grasa de la que debería justo por el estrés que le causa no quererla.

El cuerpo tiene hormonas que se liberan y trabajan frente a situaciones de estrés, físico o emocional (el cuerpo no puede reconocer la diferencia) y alteran la manera de funcionar del metabolismo.

Cortisol, glucagón, prolactina y algunas hormonas sexuales como estrógenos y testosterona se ven afectadas ante situaciones de emergencia y pueden modificar los niveles de glucosa en sangre, generar estados de ánimo adversos, dolores, alteraciones en la presión arterial y muchos otros malestares a los que tantas veces no hacemos caso.

Pasamos de un “me duele la cabeza” y un “tengo diarrea” a un “pero ya me acostumbré”. Vivimos sometidos a situaciones estresantes y vamos adaptándonos a ellas, o eso pensamos.

Nos da por creer que el cuerpo está bien cuando en realidad no lo está y nos los deja ver de muchas maneras diferentes, pero no hacemos caso.

En esta paciente el estrés le está pasando factura con su peso, su grasa y un poco con su estado de ánimo. Reconoce que “antes era mejor persona”.

Así pues, si comer y hacer ejercicio PERFECTO te genera más mal que bien, identifícalo y date la oportunidad de hacer las cosas menos bien pero más feliz.

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