Pareciera ser que las alternativas que tiene el mexicano frente a la próxima elección presidencial se resumen en dos opciones. La primera de ellas es entregar su voto a favor de la continuidad de un sistema político corrupto, de complicidades y donde campea la impunidad, con la participación de casi todos los partidos políticos e instituciones del Estado Mexicano, las cuales se ven beneficiadas por la situación actual del país, caracterizada por el desorden, abusos y excesos.

La otra alternativa es otorgar su voto a quien propone un cambio tan drástico que parece ser un salto al vacío, pues no se sabe a ciencia cierta hacia donde se dirige. Todo el proyecto de nación está en la cabeza de un solo individuo, que es Andrés Manuel y él es un enigma, que lo mismo dice una cosa que otra y que con tal de sumar votos se compromete a realizar todo lo que se le pida, sin saber de forma seria si existen las condiciones para cumplir la promesa.

A final de cuentas, prometer lo que la gente quiere oír pero sin tener la seguridad de contar con los elementos para cumplir, se llama populismo.

Por tanto, tan mala es una opción como la otra, pues ambas significan lo mismo. El populismo de Andrés Manel forzosamente aterrizará en corrupción y ello lo estamos viendo en la pésima reputación de muchos de los que ahora son sus aliados, así como el caso contrario, en que la corrupción desemboca en populismo para mantener tranquilo al país y así seguirlo sangrando.

Concediendo que los tres candidatos con liderazgo en las encuestas son honestos en relación a su patrimonio personal y que las acusaciones que haya sean consecuencia de la guerra sucia con fines electorales, el riesgo consiste en que la corrupción se sustenta en los intereses personales y de grupo de muchos de los aliados de los tres candidatos.

Vemos a un PRI dañado en su reputación por la corrupción generada en la administración de algunos de sus gobernadores, a los cuales toleró y hasta defendió mientras pudo. Sin embargo, las evidencias muestran un sistema donde la corrupción está totalmente extendida.

Por otro lado la coalición Por México al Frente, que impulsa a Anaya, es un crisol de opciones ideológicas y de trayectorias políticas y gubernamentales heterogéneas, donde la unión se da más por fines pragmáticos electorales, que por compartir valores éticos y proyecto de país.

El reto de Ricardo Anaya y José Antonio Meade será encontrar el modo de garantizar cero tolerancia en cuanto a corrupción, para controlar la actuación de aliados, amigos y gente cercana que les apoya para obtener beneficios personales. Las promesas de combate a la corrupción no son suficientes. Esa es la respuesta que México espera para considerar la opción del continuismo estabilizador que ellos representan, pues su propuesta por más innovadora y disruptiva que sea, cae dentro del modelo actual.

Por otro lado, “ya sabes quién”, representa para un amplio sector del electorado el populismo.

El actual populismo latinoamericano, según el libro titulado “El engaño del populismo”, publicado por Axel Kaiser Barents-von Hohenhagen y Gloria Álvarez Cross, en el sello editorial Ariel, queda claro que nace del Foro de Sao Paulo, organizado bajo el patrocinio de Fidel Castro en 1990 después de la caída de la Unión Soviética, para cambiar de estrategia y así sustituir las prácticas guerrilleras para tomar el poder en cualquier país, por un modelo más civilizado y democrático, que es manipular las necesidades de la gente a través del populismo aprovechando la ventana que ofrece la competencia electoral democrática. De este modo llegan al poder limpiamente, ganando elecciones. El riesgo es que a partir de ahí intentan eternizarse en el poder. Los ejemplos latinoamericanos sobran.

Grave es el carácter autocrático y dictatorial de los miembros de la izquierda populista que gobiernan varios países de Latinoamérica y por consiguiente, su desprecio a las instituciones, que son las que protegen el “estado de derecho”, que nos garantiza que la ley se cumpla. Por ello siempre intentan cambiar las leyes a su conveniencia, como vimos con Chávez y hoy con Maduro.

Lo grave, según declara Gloria Álvarez en una entrevista sobre su libro, es que hoy el populismo no sólo lo practican los candidatos de izquierda, sino todos.

Importante considerar que un gran riesgo para la estabilidad de México será que si pierde la elección presidencial Andrés Manuel, aunque fuera limpiamente y él lo reconociera, este candidato ha prometido tantas fantasías a sus electores, que podría generarse una rebelión de dimensiones mayúsculas fuera de control.

Como ejemplo describiré la plática con un taxista en una ciudad de provincia la semana pasada.

Él aseguraba el triunfo de “Ya sabes quien” y por tanto, que los mexicanos recuperaríamos el control de nuestro petróleo y toda la industria petrolera y con ello el litro de gasolina bajaría de precio a $5.00 por litro. Además, aseguraba que la tortilla se abarataría estrepitosamente por la simple voluntad de quien hoy es su candidato.

¿Qué actitud tomarían quienes piensan de modo similar al taxista si “Ya sabes quién” perdiera las elecciones y con ello sus expectativas e ilusiones de un futuro esperanzador se vinieran abajo?. No quiero ni imaginarlo, pues no habrá ley que contenga al “México bronco”.

De continuar este contexto, electoral, el futuro no entusiasma. Se requieren soluciones profundas, más allá de la innovación.

Definitivamente, la única forma de neutralizar el populismo y combatir la corrupción, es fortaleciendo a las instituciones del Estado Mexicano y blindándolas de cualquier intento de control por parte de quien llegue a ser el próximo presidente de la república. Sólo así se garantizaría la gobernabilidad y el respeto absoluto a la ley, en beneficio de todos.

Esa debiese ser la prioridad de Anaya y Meade, frente a la reiterada actitud de AMLO de “mandar al diablo a las instituciones” y poner por encima su criterio personal como modelo de gobierno.

Otros países latinoamericanos lo han logrado… ¿por qué nosotros no?

¿Usted cómo lo ve?

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