El tema de la escuela Enrique Rébsamen y las acusaciones de una construcción improvisada nos debe llevar a conclusiones profundas y no a pensar en el castigo ruin.

Que se hubiese construido por etapas y concluyera con un departamento para la directora en el último piso, nos habla mucho de nuestra idiosincrasia.

Los mexicanos siempre luchamos contra la adversidad y las limitaciones y por ello somos expertos en la improvisación. En las condiciones donde en el extranjero la gente se paraliza, el mexicano siempre busca encontrar cómo salir adelante, con un optimismo digno de encomio.

Así es como se construyen las casas de los migrantes. Mientras el pariente esforzado y trabajador manda sus dólares, la familia con sus propias manos y las de los amigos y vecinos, edifica casas.

Es más, el programa Solidaridad, instrumentado en la época del presidente Salinas proponía eso: el gobierno aportaba los materiales y la comunidad la mano de obra. Así se construyeron miles de viviendas a lo largo de nuestro territorio. Viviendas edificadas con esfuerzo, voluntad, trabajo y mucha improvisación.

Esta visión optimista de la vida es muy mexicana y por ello en muchos barrios populares, principalmente del centro de nuestro país, es normal ver casas de un piso con varillas en el techo y el inicio de castillos, lo cual nos refiere a que hace tiempo la familia que habita esa vivienda la construyó al límite de sus recursos económicos, pero confiando que vendrán tiempos mejores y podrán adicionar más habitaciones en el piso superior.

Así se construyó gran parte de la infraestructura habitacional de México, bajo el modelo de la autoconstrucción, antes de que el INFONAVIT creciera exponencialmente bajo la dirección de Víctor Borrás, quien estimuló el crecimiento de las empresas profesionales, desarrolladoras de vivienda, que crearon fraccionamientos bien urbanizados.

A su vez, también debemos reconocer que a la par del espíritu de improvisación, los mexicanos vivimos intensamente el presente y vemos con optimismo el futuro. Por ello, o ignoramos o minimizamos los riesgos, pues nuestra idiosincrasia considera la vida como una aventura.

Por ello aborrecemos los seguros contra riesgos y afrontamos los peligros de modo irresponsable. Por ejemplo, las franquicias de comida rápida mandan a un ejército de muchachos muy jóvenes a jugarse la vida en una motocicleta con la encomienda de entregar el producto en corto tiempo. ¿Todos tendrán un seguro de gastos médicos mayores?.

Las mismas corporaciones policiacas traen a los policías en camionetas denominadas “de batea”, acondicionadas con una banca de madera y sin el mínimo de protección. En una persecución no es improbable que uno de ellos salga disparado de la camioneta y encuentre la muerte. Lo mismo se acostumbra hacer en el campo para transportar gente.

A lo anterior añadamos el determinismo religioso que nos impulsa a aceptar las desgracias con estoicismo. Eso nos lleva a estar indefensos ante los riesgos, aunque con una gran capacidad de respuesta y resilencia para superar la adversidad, como nos lo mostró el pasado sismo del 19 de septiembre.

Lo anterior nos debe llevar a la necesidad de concientizarnos de que debemos cambiar nuestra mentalidad y trabajar desde el sector gubernamental para prever los riesgos y las desgracias.

Sólo cuando suceden desgracias, como sucedió con el sismo, descubrimos que un colegio como lo es el Enrique Rébsamen, estaba construido improvisadamente, como otros tantos a lo largo del país.

Por tanto, la construcción de inmuebles hechos por la misma población es como una “ruleta rusa”, que le apuesta a la ley de las probabilidades de que lo malo no suceda. Seguramente las muertes en Oaxaca y Chiapas en viviendas tradicionales responden a los riesgos de este tipo de construcciones, edificadas sin arquitectos ni ingenieros, con la posible participación de maestros de obra que trabajan bajo el sistema de “usos y costumbres”.

Es necesario poner atención en esta problemática y empezar a poner disciplina con los asientos irregulares, como sucede en las colonias proletarias donde un líder vende terrenos en zonas de alto riesgo donde puede haber deslaves, o en las márgenes de los ríos, donde en temporada de lluvias puede haber inundaciones. Incluso, en las mismas ciudades, el reglamento de construcción habitacional de tipo popular casi no es supervisada. Ya ni digamos corrupción entre constructores de edificios y autoridades para evadir los reglamentos.

Podrían venir tiempos de desastres naturales y para salvar vidas debemos empezar a evitar situaciones de alto riesgo.

¿Usted cómo lo ve?

@homsricardo

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