Campañas muy cortas e inequitativas, pero de altísimo costo económico, donde en lugar de construir la imagen de un candidato con base en la credibilidad, se trata de destruir al enemigo estrangulando lo que queda de su reputación, en tiempos en los que campea la desconfianza.

¿Dónde está el ahorro al reducir a tres meses la campaña presidencial? Consideremos que nunca se le ha dado más dinero a los procesos electorales, que hoy. Por ello el ahorro no puede ser un buen argumento. Reducir la duración de las campañas ha sido la mayor estupidez que puedan haber cometido las autoridades electorales.

Hoy no se perciben estrategias para competir construyendo un liderazgo electoral fundamentado en la persuasión y el convencimiento, que generan respeto. Por ello, ante la falta de tiempo para construir, los candidatos salen a agredir y descalificar.

Gracias a esa decisión equivocada, de recortar el tiempo, hoy proliferan las campañas negras, los rumores, fake news y todas las barbaridades que han desquiciado a nuestra sociedad, generando divisionismo, desintegración y un ambiente de confrontación, de lo cual aún no hemos visto el desenlace, pues esta podría ser la sorpresa postelectoral.

Lo mismo sucede con la exigencia que existe desde hace tiempo de eliminar las diputaciones y senadurías plurinominales, que son las que se obtienen sin necesidad de competir electoralmente para obtener el voto ciudadano. Estas curules que debiesen servir para tener legisladores altamente calificados y especializados en temas técnicos, terminan siendo entregadas a los recomendados de los militantes poderosos políticamente.

Efectivamente en la práctica las curules legislativas plurinominales han constituido un botín para pagar favores, acomodar a los favoritos de alguien importante, e incluso, para iniciar a los hijos de las vacas sagradas de la política, para que empiecen a hacer currículum y peor aún, para dar fuero a funcionarios públicos corruptos que temen que el siguiente gobierno les pueda acusar de desvíos y enriquecimiento ilícito y les refunda en la cárcel.

Eliminar las plurinominales en la práctica no significa generar ahorros, pues jamás se ha visto que se disminuyan los presupuestos gubernamentales en busca de eficiencia financiera.

Lo que se debe exigir es que los cargos se utilicen con responsabilidad, de acuerdo con un perfil profesional que se acomode a los objetivos. Las plurinominales deben ser la reserva técnica para abrir espacio a las mentes más brillantes del país y los especialistas más talentosos en los temas prioritarios para México, pues en contraste, las curules de mayoría relativa, que son las que se ganan con votos, constituyen el populismo en la política y son la grandísima mayoría en el Congreso.

En el campo electoral debemos regresar a las campañas donde se construía la identidad de un candidato conociendo el país y las necesidades de la gente, a partir de un recorrido por todo el territorio nacional a lo largo de una campaña. Sin embargo, este modelo exige la inversión de mucho más tiempo del que hoy disponen los candidatos. El reto es rescatar el tiempo para lograr un buen trabajo de inmersión social que legitime al candidato frente al electorado, pero sin que eso cueste un peso más de lo que se les entrega hasta ahora.

Por ello, no es casual que “ya sabes quien”, después de haberle dado la vuelta al país varias veces en doce años, encabece las encuestas de preferencia al voto. Nada sustituye al contacto personal con la gente y eso es lo que les falta a los de la nueva generación de políticos. El tradicional “baño de pueblo”.

En contraste, este fast track sumamente oneroso, de tan solo tres meses, que es el modelo actual de campaña, termina despilfarrando el presupuesto en la compra del voto, como si fuese una subasta, o a través de la amenaza de quitar al votante que está en nivel de sobrevivencia, estímulos otorgados a través de los programas oficiales de seguridad social.

La crisis electoral de hoy día se deriva de la incapacidad de construir candidaturas a través de un ejercicio electoral maduro y constructivo, pues existe hoy un modelo restrictivo de tan solo tres meses de duración y los candidatos deben respetar los tiempos. Ello impide la planeación e instrumentación de estrategias profundas y sustentadas en estudios exploratorios para conocer lo que espera el ciudadano en el futuro y cómo éste percibe al candidato. Sólo así es posible establecer una conexión entre el candidato y el elector.

Es necesario regresar a lo fundamental para rescatar la civilidad en las campañas electorales.

¿Usted cómo lo ve?

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