Aquí se empezó a contar a los niños que se quedan, porque nadie contó antes a los que se fueron. En el municipio de San Lázaro, Guatemala, saben que hay 26 casos de niños en desprotección. Que 32.6% de la población vive en pobreza extrema, y el resto, en pobreza general. Que tienen a 6 mil 323 niños, niñas y adolescentes estudiando. También, que de esos estudiantes, 48% tiene desnutrición crónica.

Que abril y mayo son los meses en que más niños se van, y que al llegar el verano, se van los demás, los que quedan.

Se sabe que ahora se van más niños. De los siete casos que tienen registrados en los primeros meses de 2017, seis tenían entre 0 y 13 años, y sólo uno estaba entre 13 y 18.

Actualmente, 45% de la población de San Lorenzo está en Estados Unidos. Y casi todos se han ido, y se siguen yendo, de San Lorenzo, con edades de entre 9 y 14 años.

Un día lluvioso en las montañas de San Lorenzo, los líderes de la comunidad deciden abrir un camino más amplio para el paso de las camionetas en las “carreteras” circulares —caminos de terracería— que hay para conectar a la comunidad. La escena se dibuja con un operador de una máquina excavadora y unas 15 personas dándole indicaciones para que no caer por la barranca o para que no jale tanta tierra debajo de una casa que quedará flotando como parte del camino.

La mano de obra tiene un promedio de edad de 40 años. No hay jóvenes. Todos tienen algo en común: Estados Unidos. Son deportados de EU; regresaron de allá o mandaron a sus hijos a la nación estadounidense. De hecho, las mejores casas de la región son de aquellos que siguen fuera de Guatemala. Sin habitar, pero con “lujos” que sobresalen en relación con el resto, como techo de cemento y no de lámina.

Ángel Agustín Marroquí, representante del presidente del Consejo del Desarrollo Comunitario, también vivió en el vecino país del norte por más de 20 años antes de ser deportado. En el primer año de haber migrado, tuvo sus zapatos de cuero y una chamarra. Tenía 14 años y pagó a un pollero 9 mil quetzales [unos 20 mil pesos]. Le prometieron camiones de primera y hoteles, en cambio comía una vez al día y estuvo encerrado una semana en una bodega. Antes de él se habían ido a EU otros tres de sus hermanos: “Hay cosas que uno requiere de niño. Uno sueña de niño.... El factor [negativo] que hay aquí es que no hay recursos. Uno desea... ¿verdad? Y más cuando escucha que Estados Unidos es un país superado, que hay trabajo, que ahí uno se puede superar. De ahí uno dice: ‘Mejor me voy’”.

No hay un cálculo certero sobre cuántas personas ha cruzado el pollero de la comunidad. Sólo saben que desde que comenzó a hacerlo, los pisos de su ferretería han crecido, ahora tiene cinco. La gente en la comunidad pide préstamos o da su terreno para poder pagar el viaje. En los tiempos de Ángel eran 9 mil quetzales, ahora la tarifa va de 75 a 90 mil quetzales, de 180 a 215 mil pesos.

La mayoría tiene familiares en EU

“La primera vez fue en 1995. Íbamos como 70 personas, la mayoría jóvenes entre los 14 y 20 años. De los 70 que fuimos, aproximadamente 40 terminamos el viaje. Todos llegamos a Florida para la pizca de tomate. Pienso que 80% de la gente de San Lorenzo tiene uno o dos, hasta tres familiares en Estados Unidos”, dice el alcalde municipal de San Lorenzo, Josué Tema Corona, quien también fue cruzado por el famoso coyote de la comunidad.

Niños de Guatemala buscan un sueño inalcanzable
Niños de Guatemala buscan un sueño inalcanzable

El desplazamiento de las pandillas salvadoreñas se extendió a Guatemala. Se concentran en las principales ciudades, lo que es notorio en las cifras de incidentes delictivos, puesto que en ellas se registraron 37% de los homicidios y 50% de los heridos en hechos violentos en 2016. Uno de los peores años de violencia fue 2008, cuando la tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes era de 46, mientras que en 2016 fue de 27.3, según los datos de la Secretaría Técnica del Consejo Nacional de Seguridad.

Ciudad de Guatemala vive una ola de violencia y se sabe que las pandillas dominan zonas metropolitanas; a pesar de ello, hondureños y de salvadoreños llegan desesperados a buscar refugio, “aunque sea ahí”. De 2014 a la fecha la solicitud de refugio en Guatemala aumentó 276%. En 2016 había 300 refugiados, la mitad de ellos de El Salvador y 11% de Honduras, 21% del total, menores de edad. México ha recibido, de 2013 a la fecha, 58 solicitudes de refugio de niños guatemaltecos no acompañados.

“Me vine porque nos iban a hacer algo”

A Saúl le dijeron que se iba de vacaciones a Guatemala. Dejó la escuela, tomó varios juguetes y con su familia, padre, madre y hermana menor salieron por la noche de San Salvador, El Salvador. Saúl tiene cinco años y no ha dejado de escuchar a sus papás decir que huyeron, por lo que cuando alguien le pregunta qué hace en Guatemala, él responde: “Me vine porque si no, me iban a poner algo… porque si no nos iban a hacer algo. Y nos venimos aquí...”. Pero realmente no sabe que su papá se enamoró de la persona incorrecta o que al menos eso consideran los pandilleros. Raúl es de otra colonia, pero conoció a su esposa y se fue a vivir con ella. Al principio nadie le decía nada, pero por movimientos de control del barrio, las cosas cambiaron de un día a otro. Raúl llevaba a su hija menor en brazos y regresaba a su casa junto con su esposa —después de dejar a Saúl en la escuela— cuando dos pandilleros le dijeron que se fuera y que no lo mataban porque traía cargando a su hija.

Niños de Guatemala buscan un sueño inalcanzable
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Países como Costa Rica, Panamá, Nicaragua y Belice han empezado a recibir solicitudes de refugio por parte de estos países.

A unos metros del río Suchiate, frontera con México y Guatemala, vive Édgar, de 22 años, quien desde hace cuatro años cruza a la gente de un país a otro por 15 quetzales. Su horario es conforme a demanda. Siempre hay que estar pendientes de los coyotes que empiezan a llegar después de las ocho de la noche y hasta las tres o cuatro de la madrugada. Dice que ha visto de todo y que últimamente hay menos personas cruzando, pero que hace poco vio a un niño-coyote. “Tenía unos 16 años, llevaba ocho personas. Y estuvo pasando gente como un mes por acá”.

Arriba de donde ellos cruzan está el puente de migración, pero dice Édgar que nunca ha tenido problemas cruzando gente, aunque por lo menos dos veces al día bajan algunos oficiales mexicanos y aleatoriamente seleccionan gente para extorsionarlos y dejarlos pasar “por unos 200 pesitos”. Una vez llegó hasta Oaxaca con amigos, con la idea de llegar a Estados Unidos. Regresó porque a todos los agarró migración. En ese ir y venir fronterizo, Édgar ha visto rostros familiares intentar cruzar una y otra vez. Quizá un día se vaya para no volver, como la corriente.

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