En México es necesario crear políticas públicas capaces de convocar y articular las experiencias artísticas que surgen a nivel gubernamental, en la sociedad civil y la iniciativa privada. Se requiere sumar fuerzas, afirma la antropóloga social Lucina Jiménez, “porque las violencias nos están ganando el camino”, dice en entrevista la ex directora del Centro Nacional de las Artes (Cenart) y actual directora del Consorcio Internacional Arte y Escuela AC (ConArte), iniciativa ciudadana que fundó en 2006.

Entre sus proyectos, ConArte lleva actividades artísticas a escuelas públicas del Centro Histórico de la Ciudad de México y trabaja con damnificados del sismo del 19-S en los multifamiliares de Tlalpan.

El arte comunitario como un camino de contención frente a la violencia y como catalizador de reconstrucción social no es nuevo en México, pero en voz de especialistas, sí vital en tiempos violentos. Una historia de resonancia internacional se suscitó en Chiapas en 1998, cuando, en el contexto del movimiento zapatista, el promotor cultural Sergio Checo Valdez coordinó a la comunidad de Taniperla —municipio de Ocosingo— para realizar un mural que fue destruido por militares. El mismo modelo se reprodujo en San Gregorio, Xochimilco, en 2017, para revalorar y fortalecer su memoria histórica.

Estas obras son un vehículo importante para el espacio público e implica una construcción ciudadana y civil por medio de la comunidad que lo ocupa, explica la investigadora del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas, Cristina Híjar. Señala que con estas obras hay mayor posibilidad de afectación a quien permanece indiferente o sin información de lo que ocurre a su alrededor. El arte con una dosis de imaginación y creatividad permite plantear otros escenarios que convocan, llaman y unen a la comunidad, añade. En este tipo de creación es imposible separar lo estético y lo político, dimensiones de lo humano.

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