Le quedan pocos meses de la Presidencia a Andrés Manuel López Obrador. En pocos días empezará formalmente el periodo de campaña y antes de que nos demos cuenta llegarán las elecciones. El presidente sabe que poco a poco el espacio mediático se irá llenando con nombres diferentes al suyo. Sus discursos mañaneros pasarán a un segundo plano para darle espacios de opinión, de análisis y de debate a las propuestas que hagan quienes deseen sentarse en la silla que él hoy ocupa. Y no está dispuesto a que el reflector ya no lo enfoque a él. Ceder no es lo suyo.

Ambas candidatas se habían abierto de alguna manera al diálogo. Cada una a su estilo y con ritmos distintos, pero por lo menos hasta antes del 5 de febrero, las dos habían mostrado disposición para escuchar voces diferentes y sobre todo propuestas para atender los muchos problemas que tiene el país. Pero hace una semana, el presidente —una vez más— decidió imponer su agenda.

Desde ese día todos discutimos sus iniciativas. Cuáles son constitucionales, cuáles no, que si tiene mayoría para aprobarlas, que si la oposición se suma a unas, pero otras no quiere ni discutirlas, la viabilidad financiera de unas y el deterioro democrático brutal que implicarían otras. Pero es la agenda del presidente la que seguimos discutiendo.

Por supuesto que dentro de las 20 reformas propuestas hay cosas rescatables. Faltaba más. El sistema de pensiones, como parte de un sistema de seguridad social, debe ser discutido. Mientras haya cambios en la estructura poblacional del país —de cualquier país— ese debate debe ser permanente, siempre habrá cosas que mejorar. Aumentar el pago de pensiones sin hablar del fondeo es ingenuo de entrada. Si alguien cree que el incremento de estas a lo largo del tiempo podrá ser financiado a partir de los recursos de un fondo semilla que, según el presidente será de alrededor de 64 mil millones de pesos y que sería operado a través de un fideicomiso, ya no habla de ingenuidad. Ante el deseo de cerrar los ojos voluntariamente, poco puede hacerse.

La propuesta de ajustes a los salarios mínimos también debe ser discutida, pero teniendo presente que el mercado laboral, con todas sus fallas, juega el papel más importante en la determinación del pago por el trabajo y, en ese mismo sentido, el análisis tendría que ser más amplio y hablar de competencia, de barreras, de poder de mercado, de educación, de productividad, de cambio tecnológico y darle al tema la complejidad que tiene porque pensar que se pueden resolver todos los problemas de un mercado indexando las variables a la inflación no hará más que abrirle la puerta a otros problemas de más difícil solución en unos años.

La reforma judicial propuesta implicaría una erosión democrática que no logramos imaginar. Habrá quien diga que es una exageración. No lo es. Todo deterioro empieza por algunos pequeños cambios. Los de México ya empezaron.

Justo cuando se acerca el momento de ceder el reflector, el presidente obliga a quien representará a su partido en el proceso electoral a apegarse a su agenda. Xóchitl Gálvez no podrá evitar el tema. La discusión en el Congreso girará en torno a lo presentado el 5 de febrero. Líneas y líneas se dedicarán a las iniciativas incluso en los periodos de campaña. Los programas de análisis no soltarán el tema.

El presidente impone su agenda. Habrá que ver qué más podrá imponer.

@ValeriaMoy

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