El Príncipe, una de las obras más importantes de Nicolás Maquiavelo, incluye una recomendación importante para quienes arriban al poder. Decía el florentino que “aunque no es posible seguir exactamente el mismo camino ni alcanzar la perfección del modelo, todo hombre prudente debe entrar en el camino seguido por los grandes e imitar a los que han sido excelsos, para que, si no los iguala en virtud, por lo menos se les acerque”.

Los nuevos príncipes —continuaba Maquiavelo— deben “hacer como los arqueros experimentados, que, cuando tienen que dar en blanco muy lejano, y dado que conocen el alcance de su arma, apuntan por sobre él, no para llegar a tanta altura, sino para acertar donde se lo proponían con la ayuda de mira tan elevada”.

No obstante, en México esta máxima no había sido aplicada, sino hasta hace muy poco tiempo.

El presidencialismo adquirió en México una característica contradictoria, ya que, después de la Revolución vino la hegemonía partidista. Sería lógico pensar que quienes llegaron a la máxima magistratura del país intentarían dar continuidad al proyecto nacionalista emanado precisamente de las luchas revolucionarias; sin embargo, no fue así.

Con cada cambio presidencial se dio una ruptura, pese a que existían todas las condiciones para construir un proyecto que superara la limitación del tiempo del encargo. En tal sentido, los nuevos presidentes trataban de marcar un claro rompimiento con el anterior, una acción que, en ocasiones, derivó en el exilio de los predecesores y, en casos extremos, en su muerte.

La historia registra, por ejemplo, que Adolfo de la Huerta, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles se convirtieron en los principales detractores de Venustiano Carranza, después de haber sido sus más fieles aliados. Años más tarde, Álvaro Obregón fue asesinado, lo que le permitió a Calles llegar al poder, pero después este fue exiliado a Europa por uno de sus compañeros de lucha: Lázaro Cárdenas.

Algo similar sucedió décadas más tarde, cuando, en el clímax del modelo neoliberal, sus máximos exponentes tuvieron como principal bandera de lucha el olvidar y enterrar el legado de sus predecesores, que años antes habían sido sus principales impulsores.

Estos abruptos y, en ocasiones, violentos rompimientos se debieron en gran medida a que, aunque existía una idea de proyecto común, quienes llegaron al poder antepusieron los intereses individuales a los del pueblo.

Por eso, con el arribo de la Cuarta Transformación, el sistema político mexicano experimentó un verdadero rompimiento y, a la vez, una auténtica posibilidad de construir un proyecto transexenal, cuya principal brújula fuera el bienestar popular.

El movimiento encabezado por el presidente Andrés Manuel López Obrador fue planteado desde su origen como una revolución pacífica de todas y de todos; como un gobierno que mandaría obedeciendo, como un proyecto que uniera y sumara voluntades de todos los sectores, pero, sobre todo, como un cambio de régimen basado en una mística colectiva, capaz de trascender cualquier visión particular o individual.

Por eso, en el contexto del inicio de las campañas presidenciales, no debe admirarnos que la plataforma planteada por la doctora Claudia Sheinbaum retome los asuntos que dejará como pendientes el actual mandatario. Tampoco es una sorpresa ni tiene que ser motivo de crítica —como quiere hacer ver la oposición— el reconocimiento al liderazgo ejercido por el Lic. López Obrador.

Lo anterior no solo representa una continuidad de los principios y objetivos de la Cuarta Transformación, sino también una evolución natural de los mismos. En lugar de desechar los avances logrados hasta el momento, se busca ampliar y fortalecer las políticas y los programas que demostraron su eficacia en la búsqueda del bienestar social y la justicia. Es un reconocimiento pragmático de que el progreso político no se logra mediante la demolición de lo existente, sino mediante la construcción sobre fundamentos sólidos y la adaptación a las necesidades cambiantes de la sociedad.

La consolidación de una visión política transexenal no es tarea sencilla, especialmente en un contexto histórico como el de México, donde la alternancia en el poder ha estado marcada por rupturas y discontinuidades. Sin embargo, la Cuarta Transformación representa un punto de inflexión, una oportunidad para trascender las limitaciones temporales de un solo gobierno y sentar las bases de un proyecto político perdurable.

Quienes fundamos y seguimos en este movimiento, al contrario de lo que pasaba con el presidencialismo rancio que dejamos atrás, nos sentimos orgullosos de lo realizado por el presidente Andrés Manuel López Obrador durante este primer periodo de la Cuarta Transformación, así que aceptamos con responsabilidad y entusiasmo el reto de construir el segundo piso, para honrar ese legado.

Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.