Es posible que la salud de la democracia estadounidense dependa de Liz Cheney.

Imaginar a un miembro de la familia Cheney como adalid de las instituciones libres en Estados Unidos es, por lo menos, irónico. Hace poco más de 20 años, Dick, el padre de la congresista Cheney, fue pieza fundamental en la elección del 2000, en la que la Suprema Corte de Estados Unidos intervino en el proceso de conteo de votos en la Florida y otorgó el triunfo, de manera polémica, a George W Bush (Al Gore, el derrotado, acató la decisión y no volvió a abrir la boca, por cierto). Ya en la presidencia, Cheney jugó un papel funesto en la reacción estadounidense a los ataques del 11 de septiembre, encabezando a los llamados neoconservadores y radicalizando la política exterior de Estados Unidos para dar paso a las guerras en Afganistán e Irak.

Durante ocho años, Cheney le habló al oído a Bush y construyó una posición de tal poder e impunidad que se volvió en realidad el presidente en funciones de un gobierno paranoico y destructor. Difícil pensar en un legado más oscuro dentro del partido republicano en los últimos 25 años.

Pero luego llegó Trump.

Hasta hace un par de años, Liz Cheney era una congresista republicana más, de libro de texto, respaldando todas las posiciones típicas del movimiento conservador. Le esperaba seguramente una larga vida en el Congreso. Después, ocurrió el asalto al Capitolio del 6 de enero, y Cheney decidió alzar la voz contra la insurrección. También se negó a comprar la narrativa de la patraña del fraude electoral de 2020, piedra fundacional del partido republicano moderno.

Ambas posiciones la convirtieron en un paria dentro de su propio partido.

Ahora, Cheney ha perdido la elección primaria en su distrito en Wyoming y se prepara, aparentemente, para tratar de pelearle a Trump la candidatura presidencial en 2024. Eso la coloca como posible salvadora de la democracia de Estados Unidos.

No es una exageración. El éxito de la candidatura de Cheney es improbable, pero someter a Trump al escrutinio público en una campaña que podría incluir debates quizá serviría para exhibir excesos, abusos y mentiras del expresidente. No es imposible, por otro lado, que el partido republicano opere abiertamente en contra de Cheney, confirmando de esa manera que se ha vuelto ya no en un partido político sino una suerte de culto a la personalidad de su líder.

Así, aunque perdiera, Liz Cheney habría cumplido un papel honroso que serviría para comenzar a expiar una parte muy pequeña del legado tóxico que dejara su padre en la historia estadounidense.

Cheney, al rescate de la democracia de Estados Unidos.

Ver para creer.

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Twitter: @LeonKrauze