Además de encontrar un candidato que tenga carisma, credibilidad y autoridad moral, todos los partidos de oposición tienen un problema de cara a la siguiente elección presidencial: confeccionar una propuesta que sea atractiva a la mayoría del electorado.

En este rubro están fritos.

El discurso de la oposición, sus propuestas, sus objeciones llevan puesta una sola etiqueta: “Contra AMLO”. Cada día ejercitan la misma rutina. Su energía puesta en rounds de sombra contra una persona que, de entrada, estará ausente en la boleta. Se desgastan atendiendo al contendiente imaginario. Se entrenan hacia la ruina.

No hay un debate de ideas, hay una confrontación entre personas con un solo enemigo. Inadvertidamente dan fuerza a su distractor, aumentan su visibilidad. Son ellos los responsables de dirigir los micrófonos hacia un solo vocero. Abonan al centro de gravedad. Coadyuvan a que la vida orbite alrededor de las mañaneras. Mientras tanto, el tiempo hacia la elección sigue corriendo.

A la oposición le vendría bien analizar los últimos cuatro años en vez de quejarse de ellos. Por ejemplo, podría apuntar que el acierto de esta administración fue identificar el fenómeno de la desigualdad económica como el problema más relevante para la mayoría del electorado. Podrían reconocer la credibilidad que lograron con el solo hecho de poner el reflector en el sistema de castas que prevalece en el país. Se usaron términos simples, conceptos complejos transformados en caricaturas comprensibles. Se omitió hablar de porcentajes por debajo de la línea de pobreza, tampoco se habló del índice Gini. “Fifís”, se dijo y lo obvio se puso al descubierto. La oposición volvió a errar y acusó de “chairos” a quienes avalaron el discurso, los convirtió en los “otros”, los que no son ellos, los ajenos. Cayeron en la trampa.

Si la oposición aspira a una contienda con expectativa mínima de triunfo, necesitarán analizar en qué medida los problemas que tradicionalmente hemos considerado sobresalientes en el país derivan, dependen o se explican a partir de la desigualdad socioeconómica.

Los efectos de la falta de seguridad, la falta de justicia, de la falta de oportunidades, incluso los efectos de la corrupción, se sufren de manera diferenciada. Es tal la desigualdad en México que casi todos los problemas están inequitativamente distribuidos en razón de clase. No es lo mismo la falta de seguridad para alguien que se enfrenta a ella dentro de una camioneta blindada que alguien que la vive diariamente en rutas del transporte público. Quienes tienen acceso a los capitales, tienen también acceso a una justicia diferenciada y hacen valer líneas de comunicación directas con fiscales y jefes policiales. Muchos esquemas de corrupción se usan por élites que saben accionarlos en su propio beneficio. La calidad de los servicios de educación y de salud muestra una brecha obscena entre un extremo y otro de la oferta.

Por lo pronto, la oposición parece no entender esta obviedad. Si analizamos su agenda del último año, veríamos que nada tiene que ver con el tema de la desigualdad. Están confundidos. El votante no son los periodistas, el votante no son los empresarios, el votante no son sus amigos de twitter. Las minorías privilegiadas no son la mayoría. Si los partidos de oposición siguen actuando bajo estos principios y su estrategia es defender a las personas y a las instituciones del pasado que no hicieron nada por mover la aguja de la desigualdad económica, podemos anticipar desde ahora su derrota.

Investigadora en justicia penal.
@laydanegrete


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