Los servidores públicos y los políticos deben reunir una serie de valores y características sin las cuales fallan en el cumplimiento de sus tareas. La honestidad es una de las indispensables, pero no basta. Se requiere también conocimiento, experiencia, capacidad de trabajo, pasión por lo que se hace, hablar con la verdad, lealtad e institucionalidad, entre otras.
La lealtad que yo sostengo, a diferencia de la incondicionalidad que el presidente reclama de sus colaboradores, consiste en poder decirle al superior, el presidente incluido, que lo que se piensa, propone o indica, es erróneo. Además, tener la convicción de que, de no atenderse el planteamiento y en caso de afectarse los valores que uno sostiene, lo que sigue es presentar la renuncia y dejar el cargo.
Por desgracia, lo que algunos creyeron posible hace poco menos de seis años, alcanzó solo el nivel de una patraña. La verdad es que abundan los ejemplos y argumentos que dan fuerza a ese señalamiento. La realidad es que tenemos un presidente mentiroso e incapaz de reconocer sus equivocaciones y fracasos, de ofrecer disculpas por las secuelas de sus dichos, argucias y acciones, de corregir las desviaciones o de tomar en cuenta a quienes piensan de manera diferente.
La realidad es que sus obras insignia en lo único en lo que han sido magnas, ha sido en el despilfarro de recursos, en la afectación del medio ambiente, en la actitud chabacana que se ha seguido y en el incremento de las mentiras. El arte de la mentira política que el presidente practica de forma sistemática es el “…de hacer creer al pueblo falsedades…” supuestamente útiles para alcanzar los fines que él persigue.
Por supuesto que muchos de los problemas que se querían resolver y que indudablemente hubiera sido un acierto conseguirlo, siguen tan campantes como antes. Este es el caso de uno de los supuestos emblemas del gobierno: la lucha contra la corrupción, que no solo persiste, sino que se ha acercado a la fuente del poder presidencial, por más pañuelos blancos que ondee como símbolo de su supuesta erradicación. Ahí están para demostrarlo, videos, audios, el cinismo del “clan de la corrupción” y las declaraciones del mismo presidente.
Lo más delicado del problema es que no se trata de acciones inocuas. Las repercusiones trascienden lo político y lo económico y afectan fatalmente la vida de las personas. Esto pasa con la seguridad y la salud.
En la primera, la política de “abrazos, no balazos”, la tolerancia de los criminales en sus actividades de extorsión y chantaje y su connivencia con autoridades y políticos de distintos partidos, especialmente de quienes gobiernan, han ocasionado que se hable de un narco gobierno y, peor aún, que en este sexenio se vayan a tener 200 mil personas asesinadas, millones de lesionados y afectados y decenas de miles de desaparecidos.
Por lo que toca a la salud, en este espacio he recordado las terribles cifras del Inegi. Hablamos de cientos de miles de vidas que no se debieron perder, de millones de personas afectadas y de un sistema público de salud devastado. Con este panorama, es deplorable que el presidente haya contratado a Hugo López-Gatell, uno de los principales responsables de esas muertes.
La pregunta que se impone es ¿cómo la candidata Sheinbaum, sus colaboradores y seguidores, pueden guardar silencio y algunos hasta aplaudir el desastre? Harían muy bien en recordar que “la lealtad es con honor, porque sin ella es complicidad”. De los cambios e incongruencia de algunos de ellos escribiré más adelante.