Recirculó en los medios la semana pasada la curiosa tesis, promovida entre otros por el Protocolario Presidente , en el sentido de que la ministra Esquivel no plagió su tesis sino que fue ella misma la plagiada.

Claro, los soportes documentales en los expedientes son los únicos que fechan la cronología de los trámites y están por encima de los mentideros. Eso no impide que Esquivel pida al lector que acepte que 1986 sucedió después que 1987 ni que la asesora de tesis le pida que crea que un hombre solo y enfermo, Báez, misteriosamente conocía su dirección 36 años después y que viajó de Xochimilco a Aragón para dejar una carta en la que acepta cierta culpa. Si eso fue cierto, ¿por qué lo negaría luego?, y si no fue cierto ¿por qué lo tolera ahora?, ¿por miedo o por interés, o por ambas cosas dos que suman tres? Misterio. La cosa es que fiscalías dicen y desdicen, la secuencia de los soportes documentales vive el asedio del realismo mágico y la noción misma del tiempo ha colapsado.

Ante esta orquestada confusión prevalece el sentido común de algunos observadores. En diversos medios consultables en la web, un señor Óscar Constantino Gutiérrez ha escrito muy sensatamente sobre el asunto. Un abogado llamado Alejandro Ponce Rivera ha subido a YouTube varios videos en los que, con la paciencia del santo Job, analiza las fechas contradictorias, los estilos de escritura de ambas tesis y, claro, los desacatos a la lógica.

Pocos en la vaporosa opinión (pero supongo que sí en la UNAM ), han leído las tesis y, por lo mismo, pocos reparan en algo crucial: junto a la evidencia de lo plagiado hay que fijarse en lo que no lo fue, es decir, en lo que la tesis “de” Esquivel prefirió dejar fuera: las 65 páginas no plagiadas que contradicen la razón de ser de las 120 que sí lo fueron.

La tesis de Báez tiene tres partes: un bosquejo histórico, un marco teórico que analiza el Artículo 123 , y un trabajo de campo con entrevistas a 10 líderes sindicales sobre el tema que la tesis defiende y por el que combate: el derecho de los trabajadores de confianza a organizarse en sindicatos.

La hoy ministra copió el bosquejo y el marco teórico, pero tachó escrupulosamente ese trabajo de campo y todas las referencias a él. Es absurdo, pues esas dos primeras partes tienen sentido sólo frente al trabajo de campo, pues le aporta carga empírica y solidez práctica a la totalidad argumental de la tesis. La tercera parte de la tesis de Báez es la demostración de su argumento; sin ella, las dos primeras pierden su razón de ser y la conclusión flaquea, como es obvio en la versión de Esquivel que, en vez de escribir con lápiz, tachó con borrador. La versión plagiada queda así como una pieza teatral jurídica trunca, sin tercer acto y con un final precipitado y sin justificación.

¿Por qué lo dejó fuera Esquivel? Por un prudente sentido de verosimilitud. La habría obligado a emplear la primera persona; a escribir, como hace Báez, “yo he adoptado como hipótesis” tal o cual idea. Un “yo he” que Esquivel convierte siempre en “hemos”, lo que, a fe mía, es un plural sincero. Tendría que haber escrito “yo entrevisté” a 10 líderes sindicales, como hace Báez, pero hacerlo habría significado 10 testigos, con uno de los cuales que dijese que no, que quien lo entrevistó no fue una señorita sino un señor, bastaba para colapsar todo: 10 posibilidades eran demasiadas.

Mejor y más seguro que sólo lo supiesen dos: la plagiaria y su asesora.

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