Hace unos meses, cuando la primera marcha en defensa del INE , recordé en estas páginas el argumento que Octavio Paz sostuvo en 1970 cuando organizaba una alianza popular con Heberto Castillo y Demetrio Vallejo: insistía en que el movimiento del 68 debía sumarse a la lucha en favor de las reformas democráticas; a que no fuese ya el gobierno quien controlase las elecciones sino que trasladara ese poder a un órgano ciudadano encargado de un sistema electoral libre y confiable. Sin tales reformas, pensó, “el país entero se expondrá a graves trastornos”.

Tomó tiempo avanzar, pero avanzamos. Ante las elecciones de 1988, Paz señaló “irregularidades, torpezas y errores” que adjudicó a las décadas en que el PRI era el encargado de organizarlas y manipular los resultados. Era esencial, argüía Paz, aprender a hacer mecanismos justos de votación, pues nadie, “ni el gobierno, ni el PRI, ni la oposición, ni el pueblo mismo” sabía aún cómo organizar elecciones libres y confiables.

La parte técnica de las elecciones debía estar a la altura de la moral democrática : había que separar al presidente y a su partido del procedimiento electoral, trasladarlo a la ciudadanía y que lo respetaran por igual los ciudadanos y los partidos. Institucionalizar el sistema electoral, pensó Paz, “podría ser la primera y gran prueba del México que amanece”. Sólo con una ley electoral equitativa y “un colegio electoral independiente e imparcial” daremos “un fundamento inconmovible a nuestra joven democracia”. De otro modo, advirtió, el país podría derivar hacia la ingobernabilidad y el caos...

En 1988, a pesar de las descalificaciones de Cárdenas y Clouthier, Paz creyó que se había avanzado en algo: ganó el PRI, pero el voto secreto y libre acabó, en un solo día de votación, con el sistema de partido único que llevaba décadas. No era poco. Y seguía: “Comenzamos ahora a dar los primeros pasos en un territorio desconocido: el régimen pluralista de partidos. Después de haber liquidado de una manera pacífica una tradición política que duró más de medio siglo, ¿seremos capaces de convivir en una democracia abierta, con todos sus riesgos y limitaciones?”

La clave de esa convivencia es el INE . Y más ahora, cuando retorna el súperpoder del ejecutivo sobre los demás poderes, crece la militarización y se administra el uso electoral de los grupos clientelares. Y el gran problema redivivo, el reciclaje del Caudillo (la herencia hispano-árabe) o del Tlatoani (la herencia azteca). “El tlatoani es impersonal, sacerdotal e institucional; de ahí que la figura abstracta del señor presidente corresponda a una corporación burocrática y jerárquica como el PRI”, razonó Paz un año después de Tlatelolco. “El Caudillo es personalista, épico y excepcional”, mientras que el tlatoani “representa la continuidad impersonal de la dominación”. El caudillo se asume eterno e imprescindible mientras que el tlatoani acepta ser una encarnación temporal de “una casta de sacerdotes y jerarcas”.

Los tlatoanis del PRI lo eran durante seis años institucionales; el Caudillo en cambio se considera excepcional y por encima de tiempos e instituciones. “El Caudillo no pertenece a ninguna casta ni lo elige ningún colegio sacro o profano: es una presencia inesperada que brota en los momentos de crisis y confusión, rige sobre los acontecimientos (…) y gobierna de espaldas a la ley, pues él hace la ley.”

Para impedir que México sea una vez más juguete de caudillos o tlatoanis es que conviene marchar el domingo.

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