Hace unos años, cuando México advertía sobre la posibilidad de salirse de la OEA, algunos grupos de derecha sembraron la idea de que esto era razón de pánico. La idea era que la advertencia de rompimiento con la Organización de los Estados Americanos suponía una muestra más del radicalismo de la 4T y del “ridículo” que estábamos haciendo en el mundo. Lo cierto es que la idea no era descabellada, ni tampoco tan relevante.
En 2015, Luis Almagro entró a ser secretario general de la OEA. Desde entonces, el político uruguayo se ha encargado de desgastar y desvirtuar la Institución. La OEA de hoy es una organización con poca relevancia y con muchos cuestionamientos. Luis Almagro ha vuelto a la OEA una herramienta política de las derechas partidistas de América Latina y sus aliados en Washington. Ha usado a la organización para intentar influir en la región desde sus propios intereses, sus filias y fobias, su búsqueda personal. Cuando Almagro deje la OEA, la habrá debilitado a un punto de difícil retorno.
El rol que jugó Almagro en la elección de Bolivia fue desmesurado y francamente torpe. La declaración del secretario general de una organización que promueve la paz diciendo que no “descartaba la opción militar en Venezuela” fue servil y absurda. Su cercanía con Trump y Bolsonaro es reveladora. Sus posiciones parciales e inconsistencias en materia de derechos humanos han sido lamentables. Pero lo más grave de todo ha sido el convertir a la OEA en un escenario para la parafernalia de intereses que él mismo milita.
La región tiene desafíos verdaderos y graves como para darse estos lujos: la perpetuación del poder y las masivas violaciones a derechos humanos en Venezuela, El Salvador y Nicaragua son, en efecto, un tema muy serio.
Las instituciones suelen acabar pareciéndose a sus líderes. Ese es el problema de que una persona como Almagro esté a cargo de una institución de ese nivel. La OEA se ha vuelto un espectáculo al cual acuden las élites latinoamericanas y los partidarios de la derecha para buscar hablarle a una audiencia. Un show mediático con fines partidistas. La institución que vela por “paz y justicia” en la región, se ha vuelto un programa de entretenimiento propagandístico. Almagro está muy cerca de Washington y muy lejos de América Latina. Su sesgo es evidente y su estrategia es obvia y egoísta, Washington le asegura un futuro cómodo pero a costa de que la OEA se convierte en caricatura.
Irónicamente, a quienes menos beneficia esto es a los interesados. Cuando una institución se presta tan abiertamente al ridículo, deja de ser legítima y deja de tener injerencia. Se vuelve irrelevante. Esto no le funciona a los intereses de EUA. Lo que ha hecho Almagro es desempoderar a una institución que ha sido clave para la interlocución de Estados Unidos con el resto del continente. Hoy, el desdén que tienen las tres economías más grandes de América Latina por la organización la vuelven inoperante. Sin el interés de México y Brasil, la OEA no tiene ninguna capacidad de acción real en América Latina. A estos dos países esto los tiene sin cuidado -el costo de ignorar a la OEA cada vez es más bajo-, pero Washington tendría que estar preocupado por el debilitamiento institucional de este organismo. Su vocero se está volviendo su peor enemigo.
Hace unos días, Luis Almagro se reunió con Santiago Taboada, candidato a la jefatura de gobierno de la CDMX. El secretario general lo recibió gustoso, como quién tiene un invitado más en su “talk show”. Platicaron, se tomaron una foto y el secretario general se prestó para ser copartícipe de un acto de campaña: la “denuncia” de Taboada de espionaje ante la OEA. La OEA vuelta show. El secretario general de la OEA haciendo proselitismo de baja calidad.
Por una parte, la visita de Taboada a Estados Unidos confirma estereotipos; conoce mejor Nueva York que Iztacalco, Iztapalapa, Tláhuac y Milpa Alta. Es natural que su referencia sea Estados Unidos, ha caminado más sus calles y usado más el metro allá que acá. Esa es la imagen que apuntala el candidato, un show aspiracional en un espacio donde se siente más cómodo que en la CDMX. Desafortunadamente, no todo aspiracionalismo está basado en realidades. Los proyectos urbanos más innovadores a nivel ciudad están saliendo de otras partes que quizás el candidato no conozca, Medellín, Curitiba, Singapur, Barcelona y la propia CDMX.
La gente de Nueva York sabe que su metro no es ningún ejemplo de nada. Días después de declarar que Ciudad de México tendría que tener un metro como el de Nueva York, una persona fue asesinada y cinco heridas en ese mismo espacio. Esa es la fragilidad de la política como espectáculo, acaba sucumbiendo ante la realidad. En términos de perfil personal hace mucho sentido que Santiago Taboada y Luis Almagro se hayan encontrado en Washington y armado una puesta en escena. Tristemente para los demás, los dos tienen encomiendas más grandes que llevar a cabo de manera seria. Ojalá y empiezen a tomar su encomienda con seriedad, los países de América necesitan profesionalismo, los capitalinos también.