Algunos autores dicen que las iglesias y las religiones están vinculadas a la construcción “del sentido” en las sociedades contemporáneas, refiriéndose a la instalación de un sistema de valores. Para otros, definen el sentido de la “trascendencia”, definiendo de lo que sucede después de la muerte, “el más allá”. Estas preocupaciones son propias de nuestros mayores, la generación silenciosa, nacida en los años 30 y 45 del siglo pasado y los baby boomers, nacidos después de 1945 hasta 1964. Las siguientes generaciones, la generación X (1960-80), los millennials (1980-2000), y la generación de cristal tienen otras preocupaciones. La generación X fue socializada por los medios de información de masas, más que por sus propios padres y madres, que salían a trabajar.

Las nuevas generaciones saben que su destino probablemente sea peor que el de sus padres y que las oportunidades son más reducidas. Una carrera universitaria ya no es garantía de un futuro mejor, en este contexto “por qué creen los que creen· y en “que creen los que no creen”. Complica más el panorama los abusos de los ministros de culto, en la “carretera de la información” y ya es imposible ocultar el comportamiento de quienes debían ser ejemplo y modelo de comportamiento.

Las iglesias ya no construyen el sentido para las nuevas generaciones. La confirmación de que no existe ni el Limbo ni el Purgatorio, transformó el concepto de salvación y la trascendencia, será la “gracia de Dios” y no las obras, producto de la mala conciencia de los pecadores de a pie.

Las estadísticas afirman que sectores muy importantes de las nuevas generaciones tienen formas específicas de creencias, pero debemos entender que estas creencias no son aquellas que fueron institucionalizadas y cooptadas por las instituciones religiosas. Las nuevas generaciones están más orientadas hacia la construcción de un diálogo personal con Dios, Jesús, el Espíritu Santo o la Virgen María, en sus diferentes advocaciones, por ejemplo, la Virgen de Guadalupe. Esta relación personal es el resultado de la crisis de credibilidad generalizada hacia los ministros de culto, tanto católicos como protestantes o evangélicos.

El increencia aumentó entre los jóvenes a niveles del 30% o 40%, pero se mantienen firmes entre los jóvenes las creencias religiosas, que por cierto son muy difíciles de cooptar por las estructuras eclesiásticas. Ese es el desafío para las iglesias: millones de jóvenes que admiraban las películas de los magos al estilo Harry Potter, su amiga Hermione Granger y el siempre solidario Ron Weasley han generado nuevos modelos de identidad juvenil.

En julio de 2013 se habían vendido 450 millones de libros, un dato importante para quienes piensan que no hay lectores, millones de jóvenes habían visto las películas e incorporado los videojuegos que se lanzaban simultáneamente. La recaudación de la serie Harry Potter rebasó los 7,800 millones de dólares a nivel mundial.

Las construcciones de sentido están asociadas a la satisfacción inmediata de los deseos confrontándose con “las fuerzas del mal”, los jóvenes luchan contra un grupo de adultos diabólicos, recurriendo con éxito a sus poderes para controlarlos y derrotarlos. El conflicto es constante porque los adultos diabólicos continúan conspirando contra la honestidad y las utopías juveniles.

A principios del Nuevo Milenio, otro libro había dominado el panorama religioso El Código da Vinci que vendió más de 79 millones de libros (2003) y la película estrenada en 2006 fue también un éxito de taquilla. El libro entra en la teoría de la conspiración religiosa, humanizando la figura de Jesús, quien se habría casado con María Magdalena y sus descendientes habrían llegado a Francia en la época de los Merovingios. El Opus Dei es incluido en la trama, al cual le asignan roles maléficos. Francia sería el epicentro de una lucha entre los descendientes de Jesús y María Magdalena contra conspiradores clericales encarnados en el Opus.

A diferencia del Código da Vinci donde el conflicto se da “al interior” de la Iglesia Católica, la saga de Harry Potter sale del ambiente institucional, transformándose en una lucha de jóvenes magos y magas altruistas contra adultos egoístas y diabólicos.

El desafío para las iglesias es como hablarles a las nuevas generaciones y asumir los cambios en los sistemas de visión del mundo. No es sencillo, no olvidemos que “muchos son los llamados, pero pocos los escogidos”.

Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH

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