Es frecuente escuchar que las computadoras podrían sustituir la capacidad intelectual del ser humano generando conocimiento. El anuncio de la empresa Open AI sobre sus modelos de lenguaje GPT y más recientemente e l GPT3 h an abierto nuevamente la discusión sobre la posibilidad real de que los ordenadores y/o programas informáticos tenga la capacidad de generar conocimiento, imitando al ser humano.
Sus limitaciones hasta ahora se centran en que no alcanzan a sustituir al ser humano, generan textos, pero estos pudieran carecer de autenticidad y contextualización. Al respecto, el filósofo y lingüista norteamericano Chomsky sostiene que la I.A. no aporta nada a la ciencia o educación porque no cuenta con criterios de selección de la información.
Lo cierto es, que la tecnología informática sigue avanzando y constituye una herramienta fundamental para el hombre. En la medicina, en las telecomunicaciones y en la educación, entre otras, el prescindir de la misma pareciera prácticamente imposible. En el ámbito de la impartición de justicia, constituye ya una herramienta necesaria para eficientar los trabajos de los poderes judiciales en beneficio de los justiciables.
Benjamin Chen, Alexander Stremitze y Kevin Tobia publicaron un estudio en la revista Harvard Journal of Law & Technology que titularon “¿Confiarían los humanos en un juez de inteligencia artificial? Más fácilmente de lo que crees”. Las conclusiones a las que llegan sobre el uso de la I.A. en la administración de justicia son sorprendentes. Conforme se van ampliando las capacidades tecnológicas de la I.A., se incrementan también los cuestionamientos jurídicos y éticos.
También cuestionaron: ¿Sería justo para los ciudadanos que un juez de inteligencia artificial -un algoritmo decisorio- resolviera los litigios?, para lo cual hicieron un amplio estudio para conocer la opinión de los ciudadanos. El resultado mostró que “los jueces humanos no siempre son vistos como más justos que los jueces de I.A.”. Los juristas consideran a la administración de justicia como una función humana, porque además de conocimientos jurídicos, se requiere respeto a la dignidad de las partes.
La falta de recursos y de contacto directo con el juez, o que no sean escuchados con buena actitud, genera entre la población un sentimiento de desconfianza hacia el poder judicial, y un aumento de confianza en los jueces robots, que podrán escuchar a las partes interpretando actitudes gestos y posición corporal generando empatía. Los autores consideran que “No está claro que las herramientas de inteligencia artificial puedan producir actualmente dictámenes judiciales más interpretables que los humanos, pero su capacidad para pasar por razonadores jurídicos es impresionante”.
El resultado reveló que aún existe una pequeña brecha entre la confiabilidad a un juez humano, frente a uno de I.A. Introducir una audiencia donde el juez escuche a las partes, así como una decisión interpretable, mejorarán la percepción de imparcialidad de ambos. Los avances en la I.A. pueden reducir esa brecha que subsiste, y provocar que los ciudadanos confíen más en un juez robot que en uno humano.
Es importante que la humanidad se apoye en la I.A. para optimizar sus tareas. El ingrediente de la razón, experiencia, de racionalidad emotiva o axiológica seguirá siempre siendo un punto que solo le corresponde al ser humano.
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