Los centros penitenciarios son muestra clara de los grandes vacíos que han existido durante largas décadas en el Estado mexicano y la misma sociedad. La falta de consolidación institucional dentro y fuera de las cárceles ha permitido la proliferación exacerbada de una serie de procesos violentos, ilegales e inseguros en la cotidianidad carcelaria.

Alejandro Hope (especialista en seguridad) no se equivoca cuando asegura que el "alma del país" se puede conocer en el "trato a sus presos". Sin embargo, no hay que excluir del todo a otros ámbitos y entornos, como las escuelas de este país. Lo que pasa en el interior de la celda, del aula, del hogar, etc. es sin duda: expresión de una sociedad en descomposición.

Los datos presentados por el INEGI en la Encuesta Nacional de Población Privada de la Libertad (ENPOL) 2016, desafortunadamente no son nada alentadores para el país de uno, sobre todo, cuando 32.8% de los prisioneros son jóvenes entre 18 y 29 años, siendo de los grupos de edad más numerosos que habitan al interior de las cárceles. Y quienes además, según las tendencias, apenas cuentan con educación básica.

Todo apunta a que las políticas y programas de atención a la prevención de la violencia e ilegalidad en los jóvenes no han tenido el impacto deseado y, no han erradicado los factores de riesgo en esta población. Es decir, que ni los gobiernos ni los actores sociales hemos podido enfrentar una evidente crisis entre los jóvenes y las leyes.

El 39.3% de la población privada de la libertad en 2016 fue sentenciada por el delito de robo, donde la mayoría fueron a vehículos y a transeúntes en vía pública. Mientras la segunda actividad delictiva por excelencia es el homicidio, que justamente en estos últimos meses ha ido aumentando de manera alarmante. Se trata de hechos delictivos presentes en un ambiente de inseguridad generalizado en la cotidianidad ciudadana de diferentes colonias, barrios y comunidades. En donde más allá, de situarse como problemas, son ante todo, medios de sobrevivencia alternos e inmediatos para 22% de los jóvenes mexicanos que no están insertos en las vías formales de desarrollo.

A diario en los medios impresos y digitales salen a la luz noticias acerca de jóvenes menores de edad que se dedican a delinquir, o bien, que forman parte de las células narcomenudistas. No es nada extraño que "El ojos" -líder del cartel de Tláhuac- reclutará a jóvenes entre 15 y 22 años para la distribución de marihuana, grapas y tachas, ni mucho menos que uno de los principales antecedentes delictivos en los reclusos sea la posesión ilegal de drogas.

Existe un problema en las prisiones, pero también en los entornos donde se desenvuelve nuestra vida diaria, por ello se requiere un análisis contextual de lo que nos ofrece la ENPOL y la resonancia de sus resultados con la urgencia de lo juvenil, en especial atención, porque 7 de cada 10 jóvenes ha convivido con al menos “un factor de riesgo”.

La delincuencia juvenil para David Matza (1990) es una subcultura delictiva que forma parte de la cultura convencional de nuestra sociedad. Los valores y procesos de socialización de la actualidad no son puestos en práctica solamente por una ciudadanía relativamente bien integrada, sino también por jóvenes que en su cotidianidad delinquen y ocupan un lugar como hijos, amigos, vecinos, estudiantes, novios, etcétera. En este sentido, en las acciones convencionales hay una probable estimulación de la derivación del acto delictivo, producto de la necesidad de ser reconocido y formar parte de algún grupo.

En nuestras cárceles y calles se reproduce aquello que nombra Martín Baró (2003) como "un contexto posibilitador de violencia", el cual se configura en los procesos dominantes que nos construyen como sociedad y país. Hoy por hoy, vivimos en un contexto de desigualdad destructiva de horizontes de vida, pues la realidad como texto sólo brinda para muchos, información de marginación, decadencia y desesperanza.

Ante los resultados de la ENPOL hay quien asegura que las cárceles son "fabricas de futuros reincidentes" o como Sergio Aguayo sugiere “fábrica de sicarios”. Sin embargo, a pesar de que literalmente las prisiones no sirvan, las condiciones no solo se generan dentro de los propios centros de reclusión, basta con voltear a ver el enrejado de la vecina, las cámaras de vigilancia por doquier, la revisión de los policías en el transporte público (como pase de lista), para entender que vivimos en un genuino entorno carcelario.

Para ser reincidente quizás no importe mucho haber sido huésped de algún centro de readaptación, sino formarse dentro de la lógica de descomposición social "Así la indiferencia, la permisividad, el desinterés, el hacinamiento y el ocio de los jóvenes en la vida cotidiana en las colonias populares de las mega metrópolis llevan a la violencia, a la ilegalidad y a la inseguridad normalizada y ello va situando a los jóvenes en una condición limite" (Tello, 2009: 7).

Los encuestados afirman haber vivido situaciones de violencia, por parte de sus padres o tutores, durante su niñez y adolescencia. Entonces ¿Cuál será la diferencia entre las agresiones, gritos, golpes y humillaciones del pasado y una reclusión actual aislada, hacinada, tortuosa e insegura? Realmente muy poca. Lo cierto, es que las expectativas de los prisioneros sobre su libertad no son nada esperanzadoras, dado que en al menos 17 prisiones los reos consideran que una vez puestos en libertad no pasará mucho tiempo para que vuelvan a estar detrás de las rejas. Nada extraño para una sociedad que no cree que en los próximos días, semanas y meses el contexto de seguridad pública vaya a mejorar en el país.

La inseguridad naturalmente está latente dentro de las cárceles como en su exterior, en ellas se reproduce violencia, miedo y desconfianza; una tercera parte de los reclusos afirma haber sido víctima de robo, nadie está a salvo, todos se encuentran inmersos en una dinámica de conflicto legitimada institucional como socialmente.

Las celdas, los pasillos, los patios de las prisiones al igual que las calles, las escuelas y los parques resultan funcionales a la formación de nuevas generaciones de futuros delincuentes y reincidentes. Aproximadamente hace diez años Nelia Tello puso sobre la mesa una pregunta que hoy tiene vigencia en las generaciones de jóvenes que se encuentran en riesgo a ser condenados: "Jóvenes ¿víctimas, delincuentes o futuros ciudadanos?"

La última opción de esta pregunta en torno a los jóvenes parece muy difícil de lograrse, ya que como decíamos, este contexto no da un texto certero de mayores posibilidades, solo a quienes cuentan con una mejor posición económica y social.

Dentro de las cárceles se pierden las expectativas en el logro de una reinserción integral, principalmente, cuando 6 de cada 10 reclusos no ven en su vida una reinserción social real (ver gráfica 3). Quizás si una familiar por el lazo afectivo; a veces fortalecido durante el cautiverio penitenciario en las llamadas bodas colectivas, donde se promueve el establecimiento del matrimonio legal, como parte de esta re integración a la sociedad adoptando nuevas responsabilidades, de las cuales no se sabe hasta ahora sus consecuencias.

La falta de expectativas de reinserción es un problema que se vuelve más complejo, justamente, en cuanto se ha venido afirmando la virtual salida de miles de reclusos, entre los que existe esta desesperanza a un retorno alterno de su condición actual.

Jóvenes reclusos y no reclusos, padecen aquellas asimetrías que   excluyen e invisibilizan su realidad; desencadenando una incapacidad social de integración, porque en verdad no hemos podido ofrecer mejores posibilidades de realización individual y colectiva en ellos, mucho menos de re integración. Las cárceles son reflejo de la descomposición en la que se configura la sociedad, pero no el único ejemplo. 

Ante la eminente salida de miles de prisioneros de las cárceles estatales y municipales del país, anunciada por las autoridades, queda la pregunta sobre sí.

Esta encuesta es un examen de las condiciones en las que se encuentran los centros de readaptación, los reclusos y los jóvenes que se integran a las filas de una fallida reinserción.

Fuentes:

  1. Baró, M. (2003) Poder, Ideología y Violencia. España. Ed. Trotta.
  2. Dresser, D. (2011) El país de uno. Reflexiones para entender y cambiar a México. México. Ed. Aguilar.
  3. Tello, N (2009) Jóvenes: ¿Víctimas, delincuentes o futuros ciudadanos?. Artículo publicado para la revista del Instituto para la Seguridad y la Democracia A.C. (INSYDE)
  4. INEGI (2017) Encuesta Nacional de Población Privada de la Libertad. Presentación Ejecutiva.  http://www.beta.inegi.org.mx/contenidos/proyectos/encotras/enpol/2016/do...

Edgar Martínez G.

Apoyo Académico del Seminario Universitario Interdisciplinario sobre Violencia Escolar de la UNAM y miembro de la Red Nacional por la Seguridad: Ciudadanos + Policías.

@ObsNalCiudadano

Así lo he venido afirmando Nelia Tello (2005). Véase en: La socialización de la violencia en las escuelas secundarias. Proceso funcional a la descomposición social.

Cfr.

El Ojos, reclutaba menores de edad para distribuir mariguana, grapas, tachas, en calles y estaciones del Metro

La Encuesta de Cohesión Social para la Prevención de la Violencia y la Delincuencia (ECOPRED), 2014, reporta que jóvenes entre 12 y 29 años de edad de 47 ciudades del país “cuenta con amigos involucrados con al menos un factor de riesgo”

  Veáse en "Cárceles. Fabricas de futuros reincidentes", El Universal, 7 de Agosto de 2017

En Baja California CRS (Mexicali, Tijuana, El hongo, ); En Chihuahua (Estatal No. 1 y No. 3); En Ciudad de México (CVRS Santa Martha, RPV Norte, Oriente, Sur y penitenciaria del DF); En Edo.  de Méx. (CPRS Chalco, Ecatepec, Nezahualcoyotl);  En Sinaloa ( CECJUDE Mazatlán y Culiacán)

Esto se ve reflejado en la Encuesta Nacional de Seguridad Publica Urbana (ENSU)

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