Hace unos días nos enteramos de la aprensión de un asesino serial, al que algunos conscientemente y otros tantos, inconscientemente, llamaron EL MONSTRUO de Ecatepec. Lo pongo en mayúsculas para denotar el punto al que quiero llegar, y que nos remite a aquello que Hanna Arendt llamaba La banalidad del mal.

Algunas tradiciones conciben el mal a partir de su núcleo incomprensible de terror, de su absoluta monstruosidad y malignidad, características que tradicionalmente se relacionaban con objetos o figuras opuestas a la estética del bien y que encarnaban o contenían el mal. Recordemos el texto titulado Eichmann en Jerusalén, aquí Arendt profundiza sobre el concepto del mal y explica que no consiste únicamente en un deseo de no hacer el bien. Eichmann es utilizado para ejemplificar esta cuestión, un personaje que fue llevado a juicio debido a los crímenes que cometió durante la Segunda Guerra Mundial en contra de la comunidad judía.

Arendt presenció el juicio de Eichmann en Jerusalén. Afirmaba que ella esperaba encontrarse con un monstruo, con un personaje maligno y atípico, sin embargo, se encontró con un tipo inofensivo y aparentemente normal que se resistía a comprender el peso de sus acciones. Más parecido al estereotipo de un burócrata que a alguien extraordinario. Eichmann era un hombre delgado, que carecía de pensamientos propios, que no era capaz de tener sentimientos de empatía, con un gran sentido de la obligación ante la autoridad, una persona deseosa por ser aceptada. Según Arendt, él padecía de una lealtad ciega y un autoengaño sobre la moralidad de sus acciones.

Esto le sirvió a Arendt para replantear su concepto del mal. Superó la idea del mal radical encarnado y planteó la banalidad del mal, entendida como una forma diaria del mal, ejemplificada en la burocracia ansiosa, ciega y deseosa de ser aceptada. En resumen, no se necesita ser un demonio para encarnar el mal, basta con ser una persona ciega al poder e incapaz de cuestionar sus acciones.

Esta breve explicación sobre el MAL y la banalidad del mal debe servirnos para poder analizar porqué se califica a un feminicida como un MONSTRUO. Llamarle de esta manera, contribuye a entenderlo como un personaje extraordinario que encarna el mal radical. Lo cual, desvincula su existencia del contexto social violento que vive nuestro país, en donde mueren más de siete mujeres al día víctimas de la violencia, y en los últimos 10 años han sido asesinadas más de 23 800. Y entonces, ¿hay muchos monstruos o tenemos una idea equivocada del mal?

El punto al que quiero llegar, es que andan por allí muchos Juan Carlos “N” (El monstruo), ante la mirada desinteresada de muchas autoridades y de buena parte de la sociedad. Muchos Juan Carlos que pueden ser nuestros familiares, amigos o vecinos y que ejercen diariamente violencia de diferentes tipos, contra mujeres. Es decir, no se necesita ser un monstruo, alguien extraordinario que contiene el mal para violentar a una mujer, basta con personas “comunes y corrientes” que ofenden, acosan, golpean o matan mujeres.

Los monstruos venden periódicos y generan interés en el grueso de la sociedad, sin embargo, si queremos hacer frente a las causas, debemos comenzar por tomar conciencia de que este hecho no se encuentra desvinculado de la cotidianidad que vivimos en el país. Y somos nosotros los que nos podemos convertirnos en potenciales agresores o feminicidas si creemos que esto es un fenómeno extraordinario y demasiado lejano a nuestra circunstancia.

Christian Eduardo Díaz Sosa

Investigador del Observatorio Nacional Ciudadano

Twitter: @ChristianDazSos @ObsNalCiudadano

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