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El atrio de la Basílica de Guadalupe se vistió de silencio. Después de las tres de la mañana eran pocos los que escuchaban la homilía dedicada a los indígenas. Aunque la gente no dejó de llegar para agradecer o pedir algo a la Virgen Morena, el bullicio era mínimo.

Después de entonar Las mañanitas, de escuchar el discurso litúrgico dedicado a la reconstrucción del país, de gritar “¡Viva México Nuevo, que se levanta!” y de orar por aquellos que murieron a consecuencia de los sismos, se fue haciendo el silencio, ese que arrulló a los fieles que durmieron a los pies de su santa patrona.

En la explanada había cientos de casas de campaña que albergaron a peregrinos que viajaron por días para llegar al hogar de la Virgen. También hubo quien desdobló las cobijas sujetas con mecate y las tendió sobre el suelo.

Guantes, gorros, bufandas y chamarras gruesas fueron las prendas con las que la gente se protegió de la temperatura, que registró 2 grados centígrados.

A Camila Guadalupe ni se le veía el rostro, pues lo cubría con dos gorros. Sus manos se enfundaron en unos guantes negros y tres cobijas sobre el suelo la ayudaron a sortear el frío. Ella caminó desde San Martín Cuautlalpan, un pueblo del municipio de Chalco.

Ni siquiera 12 horas a pie la cansaron, y asegura que si uno va a ver a la Virgen con fe los pies no duelen ni les salen ampollas. Se admira de las personas que andan por días, que llegan desde Veracruz, Morelos, Puebla o de otros estados, y les da bendiciones.

Cuenta que la homilía la conmovió hasta las lágrimas. Aunque su casa no sufrió daños con los sismos y su familia está a salvo, ver a su país en ruinas le dolió, por eso agradece a la Virgen, “porque ella será quien nos dé la fortaleza para salir adelante”.

Al salir de La Villa, la Calzada de Guadalupe se ve llena. Los fieles siguen llegando y algunos cargan sobre sus hombros figuras de su “Lupita”, otros más llevan veladoras en las manos y algunos más, pocos, van de rodillas, con la convicción de entrar en esa posición hasta el templo.

Al recorrer las calles cercanas se observan grupos de personas tendidas sobre las banquetas, mientras otros cenan.

Para aquellos que buscan regresar en transporte se escuchan gritos de “¡Chalco directo, pasando por Zaragoza!”. Algunos se emocionan, pero su sonrisa se desvanece cuando les dicen que el pasaje es de 90 pesos, más del triple de lo que cuesta normalmente.

Otros fieles prefieren caminar por la Calzada de los Misterios en espera de encontrar un taxi o un auto de alquiler solicitado por aplicación móvil.

Antes de las seis de la mañana el cielo empieza a clarear y los feligreses ya acomodan sus cosas para regresar a casa. Erik, de 23 años, llegó hasta La Villa en bicicleta. Volverá a Tlaxcala en una camioneta, orgulloso de festejar un año más a su “jefecita santa”.

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