El ingeniero Capipcio Torres Aquino es el residente de las obras de la losa de cimentación del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM). El proyecto en marcha puede sonar menos glamoroso que el correspondiente al edificio terminal, que será la puerta de entrada a nuestro país para millones de personas, pero Torres Aquino es quien está sentando con su equipo la base, sólida y duradera, para que eso sea realidad.

Desde el punto de vista puramente técnico, la losa de cimentación, que proporciona la capacidad de carga y el soporte necesario para el edificio terminal y el centro de transporte terrestre multimodal, consiste en una placa de concreto hidráulico reforzada con acero de 1.5 metros de espesor, que se construye en una superficie de 1.5 kilómetros de longitud por 550 metros de ancho y para la que se emplearán alrededor de 431 mil metros cúbicos de concreto. Su profundidad en promedio será de 6.5 metros, lo que representa la excavación de aproximadamente 5.5 millones de metros cúbicos de tierra.

Los trabajos, que registran un avance de casi 50%, también involucran dispositivos de impermeabilización, diseño e instalación de los sistemas de monitoreo y recolección de datos para la instrumentación geotécnica.

En nuestro recorrido, Capipcio Torres Aquino detalla que la salinidad de la zona es tan densa que alcanza de tres a cuatro partículas de agua por cada una de tierra y resalta que hasta donde tiene conocimiento, nunca hasta ahora, con la losa de cimentación, se había logrado excavar hasta siete metros de profundidad mediante la técnica del tablestacado.

También brinda una explicación que pone de relieve por qué desde la época de los aztecas la ingeniería y la arquitectura mexicanas disfrutan de prestigio mundial:

“Nuestros grandes arquitectos, nuestros antepasados, construían grandes edificaciones, las pirámides que hoy en día siguen en pie; nuestra ciudad es de un suelo totalmente lacustre, de tal manera que el Valle de México así se constituye, el mismo suelo que tenemos aquí es muy parecido al que tenemos en la ciudad, yo diría que es casi el mismo. Nuestros antepasados ya conocían el hundimiento que tenían los suelos blandos, por eso cuando su pirámide se iba hacia abajo volvían a reconstruirla, pero lejos de eso, hincaban troncos, por eso el nombre de tablestaca para nosotros, y con sus técnicas los iban hincando para sustentar esas grandes edificaciones que hoy seguimos viendo de pie”.

Indica que en el pasado también era bien conocido el fenómeno del hundimiento que ya estaba sufriendo la ciudad por la ausencia de agua.

Como ejemplo para ilustrar mejor las cosas, dice: “Si tomamos una gelatina en nuestras manos y la agitamos, tendrá cierto movimiento, ciertas ondulaciones; sin embargo, si le ponemos unos palillos, pero además de colocarlos lo hacemos de manera ordenada, con cierta configuración y profundidad, con cierto espesor y rigidez propia de ese palillo y volvemos a intentar mover esa gelatina, tendrá una consistencia totalmente diferente; es decir, a nuestro suelo lo estamos preparando para darle nuevas propiedades, justo eso es lo que hacemos con los pilotes y nuestros antepasados hacían justamente lo mismo, ya conocían el tema de la cal, de las cargas, del hundimiento”.

Agrega: “Posteriormente viene Nezahualcóyotl [quien fuera señor de Texcoco] con su gran obra arquitectónica, que es el acueducto donde nos hace la división de las aguas dulces y saladas que hasta el día de hoy sigue en pie”.

Cabe resaltar que el Rey Poeta (1429-1472), considerado “el mejor arquitecto de las Américas” por trabajos como el acueducto en Tetzcotzinco, Estado de México, fue responsable del dique de piedra y madera de 16 kilómetros de extensión y 14 metros de altura que protegía a México-Tenochtitlán de las inundaciones del Lago de Texcoco, encargado por su aliado, Moctezuma 1, El Grande.

Hoy, Torres Aquino encabeza un contingente de 2 mil 100 personas que trabajan las 24 horas para cumplir con la entrega de la losa de cimentación del NAIM.

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