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“Tírate al piso y pon las manos atrás de la cabeza”, escuché de mi mamá. No entendía lo que pasaba, pero sentí mucho miedo. Escuché los balazos, los gritos y me agaché. Mi cara tocó el piso de la sala y así se quedó por horas hasta que no hubo nada de ruido, narra Victor Labariega Chávez lo que vivió el 2 de octubre de 1968. A 50 años de los hechos aún habita en el mismo departamento del edificio Chihuahua, en Tlatelolco.

Para llegar al hogar de los Labariega hay que cruzar la explanada de la Plaza de las Tres Culturas, buscar la entrada A, que está en la parte trasera del edificio, esperar el elevador y bajar en el tercer piso para subir uno más. “Aquí fue su tribuna, pusieron las bocinas y mantas, era muy chiquillo, pero me emocionaba, no era universitario, pero que vinieran aquí me hacía sentir parte de lo que hacían, al menos tenía algo de qué contar en la escuela”.

Esa tarde el niño de ocho años quería salir a los juegos que había en la tercera sección, pero su mamá no le dio permiso porque había mucho movimiento, además no le gustó que desde temprano llegaran soldados.

Cuando se escucharon las primeras detonaciones, Victor no se espantó, fue hasta que su mamá le pidió que se agachara cuando entró en shock. “Pensé que eran cohetes, cuando vi la cara de susto de mi mamá supe que era algo grave, sólo obedecí, no comprendía cómo era que disparaban, veía a los estudiantes tranquilos, no creía que trajeran armas y no sólo había estudiantes sino niños, mujeres, no sé cómo [los soldados] dispararon parejo”. En 1968 el acceso al edificio Chihuahua era libre, eso facilitó que los jóvenes corrieran por los pasillos y tocaran puertas en espera de ser acogidos por los vecinos. “Mi mamá no abrió, me pedía que me callara, que no me asustara y que no gritara”.

Ese día, Victor no supo cuánto tiempo estuvo acostado en su sala, “creí que habían pasado minutos pero ya después, recapitulando, pues sí me aventé unas horas ahí, primero la balacera, escuchaba los gritos, después cómo subían y bajaban por las escaleras”.

Después del 2 de octubre, Victor, dice, sintió un profundo rencor hacia las autoridades. Ahora, desde el tercer piso del Chihuahua, mira hacia la explanada de las Tres Culturas y lamenta que en medio siglo no haya personas en la cárcel. “Ojalá que esto no se repita, pero no es así, cuántos Tlatelolcos no hay en el país”.

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