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M aría de la Luz Jaime se considera pobre porque no le puede ofrecer un techo a su familia. Una casa de madera a medio construir en un predio que es prestado, es el único patrimonio para sus cuatro hijos.

El hogar de la mujer de 37 años se encuentra en un cerro de Santa Catarina Ayotzingo, en el municipio de Chalco, Estado de México. La casa en la que viven es de una tía del primer esposo de María. “Se la cuidamos, pero ya se vendrá a vivir aquí y por eso estamos haciendo la choza de madera en el patio”.

Al no concluir la primaria, las únicas opciones de trabajo para Chayo, como le gusta que le digan, era en bares de Oaxaca, de donde es originaria, por ello y en búsqueda de un mejor futuro vino a la Ciudad de México con sus papás, pero su situación en la capital no mejoró.

La familia Jaime Sosa se conforma por María, su pareja, tres hijos varones de 19, 13 y 10 años y la única mujer de 16, que acaba de ingresar a la preparatoria.

El sostén económico es su esposo, quien no tiene un trabajo fijo y a la quincena aporta mil 500 pesos. En ocasiones Chayo encuentra empleos de limpieza en casas vecinas, pero “es muy difícil porque la gente no tiene dinero para pagar”.

Con esos ingresos debe cubrir los gastos de la escuela de los tres niños, además, el predio donde viven no cuenta con agua y hay que comprar una pipa de 600 pesos cada dos meses, al igual que un tanque de gas de 20 litros.

El agua la reciclan, si lava ropa guarda el líquido para el baño, o cuando llueve captan el agua en cubetas y sirve para lavar ropa, trastes o bañarse. Chayo asume que al no estudiar, sólo tener la primaria en Oaxaca era difícil encontrar trabajo, “pero aquí [en la CDMX] más, porque para todo te piden la prepa”.

Ella no culpa al gobierno o la falta de oportunidades, “nunca he votado, no sé si un gobernante haría la diferencia para que yo dejé de ser pobre, creo que depende más de uno, a mi no me inculcaron el estudio y aunque yo quiera que mis hijos lo hagan, cómo está la situación lo veo difícil”.

Esa es una de sus mayores preocupaciones, saber que no tendrá dinero para costear una carrera a sus niños, como el caso de Pamela que quiere estudiar medicina, “pero la verdad no creo, ya veremos”.

Erik es el más grande, con ayuda de su familia paterna concluyó la preparatoria y ahora trabaja como obrero y a veces apoya con 500 pesos en los gastos de la casa, él aún conserva la esperanza de integrarse a las filas del Ejército.

Para Chayo, los gastos más fuertes son para la educación de sus hijos. Con los dos pequeños que cursan la primaria y secundaria ocupa entre 50 y 90 pesos diarios.

La familia Jaime está acostumbrada a comer cualquier cosa: verduras, fruta y carne ocasionalmente. Chayo trata de complementar su alimentación, “pero todo sube y por eso el dinero no alcanza”.

Durante la entrevista María no dejó de forrar los libros que les acaban de dar a sus hijos en la escuela. Su comedor está formado por unos bancos y una mesa plegable, al fondo del cuarto se ve una cama en donde duerme ella con su esposo, en otra pieza que no está separada por puerta se aprecian dos colchones en el piso para los niños y enfrente una pequeña televisión que es el único distractor en su hogar.

Al amanecer lo primero que hace Chayo es agradecer a Dios “por darnos un día más de vida”, alista a los niños para la escuela y después dedica el día al hogar.

La familia no va al cine o a parques, salen todos juntos con los perros que han adoptado de la calle y “los correteamos por el cerro, así nos distraemos, o a veces vemos películas, mis niños son muy humildes y nunca quieren más de lo que yo no les pueda dar”.

María de la Luz se dice feliz porque asegura: “Lo mejor que tenemos no es dinero, sino estar juntos y querernos”.

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