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Viaducto Miguel Alemán con Torreón, colonia Piedad Narvarte. Ahí, en la esquina donde colapsó un edificio de cinco pisos, un hombre bajo y moreno observa el predio todavía cercado con vigilancia policíaca. Los recuerdos se le vienen a la cabeza, agradecido por seguir con vida.

Tonatiuh Itzae Morales Gil, un estilista de 33 años, pensó en saltar el muro de contención del Viaducto cuando vio el desplome del edificio en el que trabajaba. A poco más de un mes de la tragedia del 19 de septiembre, sigue intranquilo. El temblor arrasó con su vida como la conocía; perdió su lugar de trabajo —la estética Glam Studio Hair & Nails— y su vivienda en la colonia Tránsito. Perdió lo material, incluida la motocicleta que estacionaba afuera del salón de belleza.

No llora y quizás por el tiempo que ha pasado, sólo se le humedecen los ojos. Tona, como le dicen sus amigos y clientes cercanos, demostró fortaleza desde el momento del sismo. Ayudó a levantar escombros en lo que era la estética, a pesar del trauma y de los daños sufridos por el departamento que rentaba.

“Después [del temblor] yo tuve que ir por mi hija a la escuela para llevarla con su mamá y regresé a mover los escombros. Mi hija me dijo que por qué no nos íbamos a la casa y yo le dije que porque si hubiera quedado adentro, me hubiera gustado que me buscaran, me hubiera gustado que me entregaran con ella y yo sabía que había mucha gente adentro. Lo primero que pensé es que había un padre, un hijo o alguien ahí adentro que tenía que salir”, relata el peluquero.

Tona fue testigo del rescate de cuerpos, todos deformes, como “ropa aplastada” por los techos y muros que cayeron. Lo dice así, como quien ya vio la peor tragedia. Entonces, él empezó a buscar un nuevo hogar para su esposa y sus dos hijas, de 10 y dos años de edad. Mientras, aceptó la invitación de una amiga para residir en su casa, luego se fue con un amigo y terminó peregrinando por hoteles. Acudió a varias inmobiliarias sin éxito.

Denuncia que el temblor, más allá de la solidaridad, tuvo un lado humano muy oscuro. “Las inmobiliarias se mancharon con los costos, te decían que no había sido actualizada la página. Por ejemplo, tú veías un departamento de 7 mil y ya cuando llegabas te decían que costaba 10 mil o 12 mil pesos”, afirma Tonatiuh. Al final, encontró un apartamento de dos recámaras sin amueblar en la colonia Merced Balbuena, a unas cuadras de donde vivió durante dos años, en el número 28 de la calle Agustín Delgado.

Por insólito que parezca, la inmobiliaria a cargo del edificio en Agustín Delgado amenazó con penalizarlo “por no terminar el contrato [de renta]”. Tona prefiere olvidar el episodio y no señala con nombres a quienes intentaron intimidarlo. Él entregó las llaves y se fue a un departamento seguro con su familia, en medio de una situación económica incierta.

Y es que a su esposa, quien trabajaba en un laboratorio de la Roma, la despidieron. Ella, una química farmacobióloga, faltó a su trabajo para atender a su hija de 10 años que se quedó sin clases. Con coraje, Tonatiuh explica que su mujer ya consiguió empleo en otro laboratorio que “le queda muy lejos”, en Tlalnepantla, Estado de México, y que él también se reincorporó a su trabajo en la estética desde el 7 de octubre, ahora en otro local.

Estas son sus palabras: “ Para mí eso es terapia, porque cuando estás en un salón se te olvida todo. Yo siempre les había comentado [a mis compañeros] ‘Deja tus problemas en la puerta, métete, trabaja y si quieres salir y recogerlos, pues te los llevas’, pero adentro es tu mundo, es lo que te gusta hacer y es lo que disfrutas todos los días”, cuenta emocionado por la nueva oportunidad que se le ha brindado.

La lista de dificultades no concluye con el trabajo y la vivienda. A Tona le falta reconstruir su estabilidad emocional. Cuando se le pregunta sobre las secuelas que en él dejó el sismo, enumera más de cinco. Los primeros días dormía con ropa y dejaba cerca de la cama una botella de vidrio boca abajo para que así, si la escuchaba romperse, supiera que estaba temblando. Además, empezó a sentirse desubicado y todavía esta semana despertó alterado, diciendo que el lugar donde estaba no era su casa.

El estilista también se cuida de los edificios: “Otra cosa que me pasa mucho es que al caminar por las calles, me voy abriendo de los edificios [y], sin darme cuenta ya, estoy como a la mitad, como del otro lado. Vas buscando las fracturas, vas pensando qué me va a pasar si me agarra aquí el temblor, a dónde corro, cuál es el área de seguridad”. El miedo sigue presente. Algunas veces piensa que si no puede escapar de otro sismo, tomará el colchón de su recámara para proteger a sus hijas de un derrumbe.

Con todos los traumas a cuestas, Tonatiuh Itzae Morales Gil ve para delante y no se rinde. En el pasado queda un heroísmo digno de los libros de historia. Sin pretensiones, regresa al 19 de septiembre y cuenta cómo fue el último en evacuar la estética para cerciorarse de que sus seis compañeros salieran con vida. Logró que un taxista dejara su automóvil, a la postre aplastado por los escombros del edificio de Viaducto con Torreón.

“Salí a abrir la puerta que estaba atorada, la abrí y había un taxi parado aquí enfrente. En ese taxi estaba el señor hablando por teléfono, entonces le pegué y le dije: ‘¡Está temblando!’, me pasé, paré los coches para que pasara todo el personal, llegamos a la parte de enfrente y pues, como película de acción, tronaron los cristales de arriba y después fue más o menos por en medio que se vio cómo fue el primer golpe”.

A poco más de un mes del sismo, no hay más que “seguir viviendo la vida día a día” porque, como asegura Tonatiuh, “Dios nos dejó las manos y los pies para seguir trabajando, nos dejó la vida para seguir trabajando”.

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