Adelaida Albañez continúa la tradición que ha sobrevivido a cada generación por más de mil años.

Ella cuenta cómo vivió los primeros tiempos de su vida en una casa de adobe con techo de ramas, y cómo sus padres tardaron mucho tiempo en hablar español.

Adelaida también cuenta que su padre, cantante tradicional pai pai, tuvo que decidir entre dejar morir su cultura o enseñarles a sus hijas. No tuvo hijos, pero a pesar de que sólo los hombres estaban “avalados” para tomar esa responsabilidad, cantar a la luna decidió enseñar a sus hijas a hacerlo.

La cultura tradicional cayó entonces en las manos de las mujeres aquí, por selección natural, porque eran ellas las que podían tomar la responsabilidad o dejar morir la tradición.

Adelaida tiene 64 años y es el médico tradicional de su comunidad. Sabe cómo curar con masajes conoce al revés y al derecho el uso de hierbas como la salvia para sanar las vías respiratorias, el moronel para la diabetes y la planta gobernadora para bajar la presión. Aprendió a curar de esta forma de su madre. Ahora ella también le enseña sus nietas.

Para Adelaida los tiempos han cambiado. Sus hijos han aprendido que las cosas tienen que ser así, o si no, se dejarán morir. “Yo creo que los hijos salen de casa ¿no? Sí, yo creo que miraron lo que yo hacía, tanto que luché para que ellos aprendieran las letras. De mi puro trabajo he sacado adelante a la familia”, recalca sin ocultar su orgullo.

Cazadoras de historias. Los pai pai, como todas las comunidades yumanas en Baja California, se caracterizaban por ir de costa a costa, según la temporada de cosecha y caza.

Eran nómadas pero con los conceptos de patria, nación, y en consecuencia, de fronteras y ejidos, sus tierras se fueron reduciendo hasta quedar anclados en Santa Catarina, donde el 97.1% de las hectáreas asignadas para ellos tienen mineras, extensión de concesiones, según el informe sobre la “Destrucción del patrimonio biocultural de México por megaproyectos y ausencia de legislación y política pública culturalmente adecuada para los pueblos indígenas y comunidades equiparables”, firmado por distintas asociaciones civiles, entre ellas el Centro Mexicano de Derecho Ambiental y Greenpeace México.

En los cantos que cuentan la familia Albañez reunidos de todas las edades existe la historia de cómo los hombres partían por días de caza. Buscaban por el pedregal y montañas el paso del borrego cimarrón con la luz del sol o de la luna.

En esos días encontraron a tres borregos y ahora se canta cómo, matándolos uno a uno, volvieron a casa. El ritmo lo lleva el cantante con bule o sonaja. Marca la línea entre ellos y las bailarinas que están de frente.

Con sonidos guturales, apenas abriendo la boca, se conforma el canto que ha pasado de boca en boca por más de mil años.

Dan pequeños brincos con los pies juntos, uno de los cantantes toma por un par de compases la forma de un ave, y picotea el piso de un extremo y repite el movimiento en el otro extremo del círculo que formó. Poco a poco y con ayuda de la sonaja, regresa a su posición de hombre.

La mujer por delante. “Ellos siempre ponen delante a la mujer, por adelante. Se quedan a veces en casa, o andan cazando liebre o conejo por allá”, explica Adelaida sobre el rol de ellas en su comunidad. “La mujer mexicana, [aquella que no es indígena], es sumisa”, considera.

En cambio a ella les enseñaron siempre a defenderse y ver por lo suyo, enfatiza.

Su sobrina Delfina heredó el amor a su cultura y ella, comerciante de oficio, pero “cantante de corazón”, ha logrado que un grupo de jóvenes de entre 8 y 18 años regresen a la adoración a la naturaleza, como sus antepasados lo lograban.

La misma Delfina escuchaba de niña los cuentos y leyendas de su abuelo.

Años después de su muerte aún recuerda sus historias y se imagina —entre el polvo de las montañas y el valle arenoso— el paso del coyote y del conejo, que disputaron con un lanzamiento de piedra ser comido o tener otro día para vivir.

El abuelo se lo contó a Delfina: el conejo ganó con la ayuda del canto y para ellos significa que el grande gana hasta que el pequeño quiere... La esperanza para los pai pai recae ahora en la figura que no imaginaban.

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