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Publicado por la Brigada para Leer en Libertad y Periodistas de a Pie, este volumen se presentará y distribuirá gratuitamente en su lanzamiento el sábado 21 de octubre a las 18:30 horas en el Foro Javier Valdez de la Feria Internacional del Libro del Zócalo de la Ciudad de México.

Uno. Whisky. Frente a un whisky y un vaso de agua, como siempre le gustaba, la última vez que conversé con él hablamos de la prosa de Truman Capote y de Gay Talese, de los pocos libros que yo leía últimamente; de la derrota del periodismo ante las balas, ante sus amenazas y acechanzas.

La noche era fresca, el escuálido invierno culichi ya iba en retirada esa noche del miércoles 15 de marzo de 2017. Javier Valdez me había citado en el café Cariño Mío, frente a la plazuela Rosales, luego de observar a un grupo de jóvenes en los cruceros de la ciudad, repartiendo gratis la última edición de La Pared Noticias. Le llamó la atención que no eran los acostumbrados voceadores que nos ayudaban y estaba preocupado por lo que nos podía suceder. Le pedí vernos.

Javier llegó al encuentro con su eterno sombrero. Una entrevista realizada al jefe local del narcotráfico, Dámaso López Núñez, ex subalterno de Joaquín El Chapo Guzmán Loera, publicada primero en el semanario Ríodoce y más tarde en La Pared Noticias, el 19 y 21 de febrero, respectivamente, parecía sellar nuestra salida del mundo impreso después de un año. Javier y su equipo resistían con estoicismo. Ríodoce sumaba 14 años que lo convertían en una columna sólida.

A los hijos del capo procesado en Nueva York no les había gustado nada que López Núñez tratara de desmentir la versión que ellos difundieron primero: que toda la pugna entre sus células se debía a una supuesta traición del Licenciado por hacerse con el control de cártel, y para ello enviaron una carta “de puño y letra” al programa de televisión de Ciro Gómez Leyva, el 7 de febrero. Por eso mandaron a sus punteros a comprar toda la edición de ambos periódicos. Para evitar cualquier otra versión.

La última edición de La Pared Noticias salió el 13 de marzo. Era la respuesta virulenta a la entrevista de López Núñez, publicada semanas atrás. Con un texto enviado a través de un intermediario que se ofreció a pagar la edición, tuvimos que aceptar su réplica, pero lo más demoledor y trágico es que también tomamos su dinero para imprimir.

El texto enviado podía modificarlo a mi antojo sin cambiar el contenido, sólo la redacción, el titular ya iba incluido: “Dámaso: Alianza y traición”. La noche en que redacté para el cártel fue una de las más abrumadoras de mi vida.

Mi consigna nunca declarada desde entonces era esa: sobrevivir al cártel. Javier quizá lo entendió así cuando le conté todo esto: “Vete, bato, aquí ya no hay nada que hacer”, me insistió sentado frente a mí, separados por la mesa, el whisky y el mundo. Me sigo preguntando por qué nunca me dijo que había sido amenazado.

Dos. Entrenamiento. Desde entonces supiste que al primer muerto no lo olvidarías, aunque no recuerdes su nombre ni si era padre de familia. El recuerdo de aquella mañana se reduce a un cuerpo envuelto en una cobija, arrojado a la orilla de un camino de terracería.

Está cercado por cintas amarillas, una mañana de julio de 2008. Cumpliste 22 años en febrero. Es tu primer día de reportero. Nadie te dijo que entrarás a la nota roja, pero la necesidad de aprender el oficio y cinco abrumadores meses en el área de corrección ortográfica del diario El Debate, te muestran el camino hacia la aventura. En las calles se hace patente el rompimiento entre el clan de Arturo Beltrán Leyva y el ala del cártel dirigida por Joaquín El Chapo Guzmán e Ismael Zambada García, El Mayo.

Alentados por la corrupción de todos. Ves crecer ante tus ojos la ciudad-ceno tafio, el lugar pesadilla, de los mil muertos, de los funerales interminables.

Gerardo Ramírez, el colega al que le tocó ser tu primer guía en el infierno, te va contando cómo es que hay que reportear: te olvidas de los nervios que no sirven para nada, saludas a los policías, a los empleados de las funerarias, a los demás colegas que abarrotan la pequeña brecha a espaldas del fraccionamiento Valle Alto, y anotas todo lo que ves: la descripción del cuerpo, el tipo de manta en el que está envuelto, el punto aproximado del hallazgo, reportes de horas, testimonios, miradas de curiosos.

Las mejores fuentes son los policías de la calle y los funerarios. Poseen más información, están en contacto con agencias del Ministerio Público, familias de víctimas y criminales; te ayudan a caminar en la delgada frontera en el que todo maniqueísmo se borra. Ojos y oídos que en algún momento te advertirán: “De esta línea no pases. Y quizá eso te salva”.

En cambio, las fuentes oficiales adulteran la información, siempre interesadas en fingir que no pasa nada.

Así vas aprendiendo el oficio, a chingazos, como una vez dijo Javier Valdez. No hay tiempo, más que para contar cadáveres, casquillos, armas y vehículos asegurados. De 2008 a 2010, la mayoría de los medios de comunicación en Sinaloa renunciaron a dar nombres a las células que barrían con su furia las ciudades.

Los Carrillo Fuentes. Duermes más o menos confortable hasta que un colega telefonea a media noche y te avisa que fueron arrojadas dos granadas en el pórtico del periódico. Diciembre de 2008: el recepcionista del diario te avisa que hay tres mujeres que desean poner una denuncia.

—¿Cómo se llama su hijo?

—José Cruz Carrillo Fuentes...

Ella es doña Aurora Fuentes López, madre de Amado, Vicente y Rodolfo Carrillo Fuentes.

Tres. Frontera y derrota. Tres años atrás, sólo con el portal, pocas veces nos buscaron personas del crimen organizado para dejar de publicar una nota, abandonar una cobertura o manipular o aprovechar acontecimientos para denunciar a la Marina o corporación alguna.

Para mediados de 2016, alguien convenció a Dámaso López, o él mismo se autoconvenció, de salir a medios a negar que era el mismo diablo. No fue difícil dar con nosotros, entonces estábamos acostumbrados a recibir llamadas de supuestos abogados o de los mismos aludidos para eliminar notas o fotos.

Esa mañana de domingo, observé el titular de Ríodoce, y casi me voy de bruces al ver que Dámaso se deslindaba. Sabía que Javier traía la misma información, pero hasta este momento supe que él sí se fue con todo.

Cansado y paranoico, al final de la jornada, invité al caer la noche a un amigo a tomar unas cervezas en El Guayabo. Ahí me encontré a Javier Valdez. Al saludarlo me preguntó si nos habían comprado toda la edición.

A partir de entonces, el pánico de llegar a casa por la noche e imaginar que me estaban esperando, llegué a la conclusión que no era feliz en Culiacán y tenía que irme. Cuando el avión despegó comencé a sentir que dejaba atrás un infierno de pesadumbre. “Estoy saliendo de la novela negra”, quizá dije o sólo lo pensé.

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