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La salida a un concierto se convirtió en una experiencia que 17 años después le provoca rabia e impotencia recordar.

Era 2001, Joel a pocos meses de alcanzar la mayoría de edad se sentía casi como un “nuevo adulto” que podía salir con sus amigos de fiesta y decidió encontrarse con ellos en el entonces Salón 21 para asistir al concierto de las bandas London After Midnight y Ataraxia. Al término optaron por quedarse en casa de alguien cerca de la colonia Anáhuac.

Un compromiso fue el motivo para que Joel saliera a las 07:00 horas del otro día con rumbo a su casa, caminó hacia Metro Normal, minutos después aprendió a tener miedo de las autoridades de la Ciudad de México: fue sometido sin razón aparente.

Cree que su cabello a medio rapar, pintado de azul, botas de cuero a las rodillas, pantalón de piel y todo en negro fueron los motivos por los que un auto de policía que se conocen como “perrera” dio una vuelta en “u” chirriando la llanta, se subió a la banqueta y le cerró el paso.

Un agente bajó del auto, gritando al mismo tiempo: “¿Qué, a dónde vas pinche putito?”, lo sujetó de un brazo y le puso una pierna detrás para tirarlo al suelo y con la bota negra detener su cara contra el concreto.

El otro oficial gritaba desde el volante: “Ya, a la verga, súbete al pendejo”. El que lo tenía en el suelo lo jaloneó, Joel se resistió, pero dejó de hacerlo cuando otro carro pasó por la calle que a esas horas estaba sola. El elemento lo levantó sólo para pegarle en el estómago y decirle: “¿Eres uno de esos darketos?. Pinche mugroso, yo corrí a mi hijo de la casa porque quiso empezar con esas cosas y tú ahorita ya valiste”.

Le quitó la chamarra, las botas, la camisa y lo revisó mientras soltaba una que otra bofetada y le apuntaba la cabeza con una pistola.

El policía se percató de que no tenía más que 100 pesos, lo tiró de nuevo al suelo y le dijo que ahí se quedara, “discutiré algo con mi pareja”. Al regresar lo dejó recoger sus cosas del suelo.

Lo primero que levantó fue el billete y lo puso en la bolsa trasera del pantalón de cuero, después al recoger las llaves sintió un golpe en la mano y al momento de recogerlas el policía le sacó el dinero.

“No me quise dejar, le reclamé y pedí mi dinero, entre reclamo y esa súplica humillante con la que todos los jóvenes hemos tenido que hablarles”. Ante esta petición el uniformado contestó que no le había robado nada y que si quería acusarlo “había valido madre”, que en la patrulla tenían marihuana y perico, los cuales podrían usar para culparlo por posesión de drogas. Lo que más recuerda el hombre que ahora tiene 34 años fue el “discurso de odio” que el sujeto dijo en contra de su propio hijo, de los darketos y de cómo los jóvenes debían irse por el camino recto y estudiar.

Después de quitarle el dinero lo tiró, le confesó que no era “mal pedo”, pero que si se atrevía a denunciar valdría más la palabra del policía que la de un don nadie. Le pidió que no volteara, se regresó a la patrulla, la cual avanzó y se perdió en la calle.

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