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Su cuerpo reposa en un cuarto rosa. En la sala donde cada día, por 18 años, desayunó antes de ir a trabajar como policía municipal de Juchitán.

Todos los pobladores lo visitan. Le dan el último adiós a Juan Jiménez Regalado; su cuerpo fue rescatado de entre los escombros del Palacio Municipal aquel jueves negro. Como es la tradición, hay tragos de mezcal y una tambora para despedirlo. Las mujeres se acercan a Irma, la viuda, para darle dinero como muestra de apoyo. Es la tradición.

“El día que me muera, no voy a llevarme nada, hay que darle gusto al gusto, la vida pronto se acaba”, se escucha tocar a la tambora. Los familiares y amigos le dan unos tragos directos a la botella de mezcal.

Irma, sus tres hijos, la suegra y todos no pueden contener el llanto cada que se escuchan esas canciones que le gustaban a Juan.

“Tarde o temprano estaré contigo” parte el corazón a Irma.

Así pasa la madrugada, entre llantos y tristeza. Sale el sol y en las instalaciones de la Policía Municipal le hacen un homenaje de cuerpo presente. Le rinden honores como un héroe.

El cortejo fúnebre sale de 10 de mayo, avanza sobre la carretera Asunción Ixtaltepec-Juchitán, pasando por la octava sección. La tambora no para, ni los tragos de mezcal de la botella a la boca.

Elementos de la policía, sus amigos, con los que convivió 18 años, no se separan del vehículo que transporta el féretro de los colores de la corporación.

Luego de más de 30 horas de permanecer atrapado en los escombros, Juan ahora descansa en ese cajón que llega al panteón Miércoles Santo.

Se acerca la hora del último adiós. De esos días en familia, de brindar seguridad a los pobladores de Juchitán, de vigilar el Palacio Municipal en donde se quedó dormido el jueves 7 de septiembre y no pudo salir tras el sismo.

Sus compañeros uniformados mencionan con fuerza, por última vez, su nombre. Los familiares de Juan no paran de llorar.

Depositan los restos. También su uniforme, pantalón, casaca, fornituras, unas sandalias de descanso y flores.

Juan Jiménez deja a su esposa Irma, que se dedica al hogar, y sus tres hijos es de 18, 17 y 12 años, respectivamente. Las palas comienzan a trabajar. Se turnan entre los familiares para comenzar a arrojar la tierra. Parece como si Irma se quisiera aventar. Le ha jurado “amor eterno”.

Una voz de niño cierra la escena. “¡Adiós Papá!”.

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