El hombre va a su destino. Se dirige a la escala más importante de su campaña por la Presidencia de la República, que concluirá fatalmente en el cementerio de Magdalena de Quino, algo que ningún ser humano sabe. Con tacto político, Luis Donaldo Colosio, elabora su propio perfil de candidato con una agenda en la que suma acuerdos, marca y acorta distancias. Es un ebanista del Estado que día y noche da forma a componentes de una idea, la reforma del poder.

Pasarán 24 años, y en 2018, esa reforma seguirá inacabada; el partido que presidió y del que será el emblema de la militancia en la oposición y en Los Pinos, como es hoy, estará en campaña presidencial, en una contienda en la que nadie puede asegurar el resultado, ni que haya limpieza en el juego, de manera que seguirá incumplida su sentencia, que de hecho es una paráfrasis del Filosofo de Guemez: "El que ganó, gano; y el que perdió, perdió".

Tiene 44 años. Conduce la camioneta Blazer azul sin prisa. El hombre circunspecto se muestra afable, tranquilo, atento a sus acompañantes, tres cronistas de periódicos de la Ciudad de México; su expresión es franca, cordial, sin estridencias, como el motor del vehículo que circula suave por la avenida Patriotismo.

Luis Donaldo Colosio Murrieta va al Monumento a la Revolución a su cita con la historia, en la que va a decir el discurso sustancial de su trayectoria política, del que se espera un deslinde del gobierno, en un entorno complicado por lo que han llamado una campaña contra la campaña, de un conflicto armado en Chiapas, de un presidente que ha dicho a los priistas “no se hagan bolas, el candidato es Colosio”.

Transita con la escolta que lo sacará herido de muerte de Lomas Taurinas, 17 días más tarde. Adelante va un carro “guía”, en el que viajan los mayores Germán Castillo, Víctor Manuel Cantú Monterrubio, y atrás otro vehículo, en el que se traslada el general Domiro García Reyes, jefe de seguridad del candidato del PRI a la Presidencia.

Nada interfiere el trayecto, ni una llamada de teléfono celular, ninguna petición de Colosio al exterior. Tiene lastimada la garganta y de la guantera, Ramiro Pineda, su coordinador de Comunicación Social, le pasa unas pastillas refrescantes. Ofrece, y Miguel Reyes Razo, cronista de Excélsior, toma una. Pregunta distintos detalles al político.

José Ureña, cronista de La Jornada, y Juan Arvizu Arrioja, de EL UNIVERSAL, también viajan en el asiento atrás del conductor y copiloto, con Reyes Razo. Como decenas de periodistas de la campaña han seguido las actividades de Colosio, y en diversas ocasiones muchos han acompañado al candidato en algún tramo de sus recorridos.

Vive en Chimalistac, en una propiedad que es condominio horizontal, y en su patio común tiene una fuente. En enero los periodistas pasaron a saludarlo, a las puertas de la casa, pero no tuvieron la oportunidad de ver a su familia.

Después, cuando fue registrado ante el IFE, Jorge Carpizo, dio el trámite por bueno, en medio del desorden, y allí, al lado del candidato, su esposa Diana Laura Riojas, y el pequeño Luis Donaldo, atento a la situación que los rodeaba y perplejo de ver en acción periodistas que le soltaban preguntas para las que no había respuesta debido al mismo caos.

Esta vez, Colosio ha salido solo de casa. Suben los cronistas a la camioneta que ya es familiar a la gente, porque en ella ha viajado largas distancias, en ese formato sin antecedente, en el que el candidato presidencial del PRI deja de subirse a helicópteros, no usa camionetas grandes porque alejan a la gente y ofenden, y que tampoco lleva dispositivos de seguridad muy notorios.

El 4 de marzo, aniversario 65 del PRI, ha caído entre semana y Colosio ha decidido que la cita sea el domingo 6, para dar menos molestias a los citadinos, a los negocios y oficinas de las inmediaciones de la plaza de la República. Allí se congrega la mayor multitud reunida a lo largo de la campaña.

--¿De acuerdo con la tradición, veremos cómo rompe el candidato con el Presidente de la República?--, pregunta Reyes Razo.

--Sí. Pero será con mucho cuidado--, contesta envuelto en el ánimo tranquilo.

--¿Listo para el acto?--, pregunta Arvizu Arrioja.

--Acto es otra cosa, vamos a la asamblea--, dice a modo de broma de las que los acompañantes ríen.

Cuando baja de la camioneta, queda envuelto por la multitud que alcanzó lugar en la periferia del área, y avanza en la brecha que abre la escolta, un puñado de tenientes que tienen que poner distancia entre ellos y Luis Donaldo Colosio.

El entusiasmo de los priistas de la época registra altos decibeles, parecen infatigables, y su ruidosa presencia queda encubierta por los acordes de Huapango, de José Moncayo, el himno de su campaña.

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