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“Cuando los empleadores con los que trabajaba se cambiaron de casa, a una más grande, hicieron una fiesta para celebrar e invitaron a sus amigos. Yo estaba ayudando a preparar la cena, pero cuando sonó el timbre que anunciaba la llegada de los invitados, la mamá de la empleadora me dijo que agarrara un vaso con leche, y un pan y que me subiera a mi cuarto. Me dieron a entender que no debería estar ahí, que no tenía un lugar ahí, prácticamente que me escondiera”.

Este es el relato de María de la Luz Pardo Orihuela, trabajadora del hogar, labor que su mamá también desempeñó desde que tenía sólo 12 años, y que al igual que su hija, sufrió diversos actos de discriminación y acoso laboral.

Los guantes verdes de plástico que protegen sus manos se mueven rápido cuando limpia las mesas. “No deben de quedar rastros de suciedad o rayas del líquido”, comenta mientras continúa relatando las experiencias que ha tenido, así como las que ha escuchado de sus compañeras de trabajo.

“Recuerdo que cuando tenía como nueve o 10 años, a mi mamá la acusaron de robarse unas joyas en una casa que limpiaba. Fue algo muy duro, porque afectó a toda la familia, porque, por ejemplo, teníamos que estar afuera de juzgados esperando a que saliera de declarar, fue algo muy fuerte, y que duró como tres años. En el trabajo en el hogar es muy fácil que a quienes laboramos en él se nos acuse de robo para sacarnos de las casas y no pagarnos”.

Mira su reloj y observa las manecillas que siguen sin parar su paso. Tiene que apurarse a hacer su trabajo, para después seguir con sus tareas gremiales dentro del Sindicato Nacional de Trabajadores y Trabajadoras del Hogar, algo que “no creí estar en él, porque siempre había asociado que un sindicato es algo que poco ayuda a la gente, por la tradición de corrupción que hay dentro de ellos.

“Pero es necesario estar dentro de una organización que luche por los derechos de las trabajadoras del hogar. No podemos seguir siendo invisibles para las leyes, pero sobretodo para la sociedad. Siempre hemos sido el trabajo más denigrado y humillado y eso no debe seguir. Tenemos que poner un alto”, declara la mujer. En este sentido, detalla que dentro del sindicato ha emprendido una campaña para evitar que se sigan utilizando nombres peyorativos hacia las trabajadoras del hogar.

“No aceptamos que nos llamen servidumbre o domésticas, porque estos términos aluden a creer que las trabajadoras somos propiedad de quienes nos contratan, algo totalmente incorrecto”, dice.

María se acomoda los lentes para poder observar mejor si hay alguna mancha en el vidrio que limpia, mientras que comparte que estar dentro de una organización sindical [ha hecho], sin quererlo, que sus familiares y amigos acudan a ella para saber cómo exigir sus derechos laborales.

“Por ejemplo, hay ocasiones en que viene mi esposo a preguntarme cómo solucionar algunos problemas en su trabajo, o luego viene la hermana conmigo para saber cómo reclamar un derecho. Te vas volviendo asesora para la formación de una conciencia en la gente, para que luche por sus derechos humanos y laborales”, dice la mujer.

La trabajadora advierte que es necesario que en las empleadas del hogar exista una cultura de información de sus derechos para saber qué hacer cuando ocurra algún conflicto o diferencia con el empleador.

“Porque siempre recurrimos a pedir ayuda o asesoría cuando esto ocurre. Por eso es necesario que los casi 2 millones y medio de trabajadores y trabajadoras del hogar conozcamos nuestros derechos, pero también nuestras obligaciones”, concluye.

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