Lady Morgana
se observa detenidamente en el espejo. Han pasado siete años desde que lidiaba con las miradas que la juzgaban cuando improvisaba su maquillaje en un asiento del Metro, se acomodaba el vestido y se ponía los tacones. “¡Maricón!”, le gritaban apenas daba unos pasos fuera de la estación y la amenaza de que la golpearan o la levantaran por ser una “vestida” era latente.

Ese era un México en el que apenas aparecían en escena las primeras drag queens, pero que sigue vigente.

Ahora, en un puesto ubicado en pleno corazón del tianguis dominical de La Lagunilla, Lady Morgana aún logra que decenas de ojos se fijen en ella, en su disfraz de muñeca, en su larga peluca negra y en las pestañas postizas que enmarcan su mirada.

Tras las capas de maquillaje de Morgana está Hiram Bleck, un estilista que se crió en un hogar cristiano y que encontró en el drag la libertad de expresión que no le ofrecieron sus padres, quienes no le hablan desde hace cuatro años por ser “joto” y vestirse de mujer.

“La mentalidad de la gente está cambiando poco a poco. Creo que vamos a pasos lentos, pero firmes.

“Lamentablemente, las personas tienen mucho miedo [a lo diferente] y muchos prejuicios”, cuenta a EL UNIVERSAL mientras empuña sus armas de trabajo, la navaja y las tijeras, para cortarle el cabello a un niño.

“La gente aún piensa que somos trabajadoras sexuales, que estamos enfermas, pero un hombre heterosexual también puede hacer drag y hay mujeres que hacen drag”, dice. Sin embargo, cuenta, en México todavía es un tabú que un hombre heterosexual y con familia se vista de mujer.

Cuando Hiram leyó que el 28 de mayo pasado la organización Familias Fuertes Unidas por Nuevo León interpuso una denuncia por corrupción de menores a un grupo de drag queens que le leía cuentos a los niños, pensó: “Están locos y muy mal informados".

“Está mal que se vayan contra una iniciativa que se hace en lugares públicos, donde los padres de los niños están presentes y ellos mismos los llevaron. Estamos en un país homofóbico. No es la primera vez que atacan a las drag en Nuevo León, pero ellas no quitan el dedo del renglón y les están pisando las manos con los tacones”.

Hiram asegura que hacer drag es transformarse en alguien completamente diferente. Su personaje, Lady Morgana, nació un día de fiesta en Acapulco inspirado en una bruja de la historia del mago Merlín.

Ella, menciona, es una versión de sí mismo mucho más desinhibida, que se atreve a hacer cosas que él no haría, que ha sido su mejor terapia y lo ha ayudado a salir, incluso, de la depresión.

“Hace cinco años me dio neumonía, estuve grave en el hospital. Ahí me dijeron que tenía VIH, pero salí adelante y Morgana me ayudó”.

Actualmente, Lady Morgana presenta un show sui géneris en centros nocturnos, en el que puede desde bailar hasta fingir que se corta las venas o el cuello; también conduce eventos y es jurado en concursos de drag.

Cuando Hiram trae a la vida a su personaje, busca que el movimiento drag, que se ha ido transformando en cultura y en industria del entretenimiento, se haga “más visible [en México], para que las personas lo vean como algo normal, como pasa en otros países.

“Lo que queremos es que se respeten nuestros derechos”, afirma.

Vencer la frágil masculinidad del mexicano es un reto

Santiago Galindo es drag queen y productor en Queens of the World, un medio de comunicación especializado en temas LGBTTTI en el que le da vida a Artemisa, dice que la intolerancia en México se debe a que “la masculinidad es muy frágil. No se puede tocar ni con el pétalo de una rosa”.

La primera causa de discriminación en el país es la apariencia, de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Discriminación (Enadis) 2017. Ese factor es determinante para las drag queens, quienes, aunque sea por un momento, están visiblemente transformadas.

Además, comenta Santiago, ser drag conlleva un proceso sicológico que involucra darle voz y vida a una especie de álter ego que nace de lo más profundo de cada persona, de sus vivencias, de sus inspiraciones y de su historia de vida.

“Ser drag es un trabajo, es un show y hay quien vive de ello. Pero también es un proceso personal en el que nos redescubrimos a nosotros mismos, a nuestra masculinidad y feminidad.

Hay dragas que al verse vestidas de mujer se dan cuenta de que son transgénero, también hay a quienes les gusta más vivir en personaje y esa vida se come a la otra”.

Artemisa es una suerte de mezcla entre las mujeres de la familia de Santiago y la diosa griega de la sabiduría. En cada presentación y en cada oportunidad que tiene, ella busca darle voz a la comunidad LGBTTTI para hacer visibles los problemas que enfrentan y, así, aportar algo a su movimiento.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses