Piezas arquitectónicas únicas, los 15 conventos construidos entre 1533 y 1570 a las faldas del volcán Popocatépetl fueron declarados por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad, en reconocimiento a su aportación única al conocimiento de una época de la historia.

Conocidas como la Ruta de los Conventos, son obras de excepción. En ellas se mezclan técnicas diversas: bóvedas de cañón medievales, claros cubiertos con tecnología romana y elementos de arquitectura prehispánica. Nada de eso se había hecho en el mundo.

Los sismos de septiembre de 2017 agudizaron un deterioro marcado por la falta de atención previa y el paso del tiempo sobre los inmuebles. Los 15 conventos sufrieron daños, pero la mitad de ellos tuvo impactos muy graves.

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Días después de las sacudidas, estudiantes e investigadores de varias universidades acudieron a los sitios donde se encuentran para auxiliar y levantar un censo de la catástrofe.

Elsa Arroyo Lemus formó parte de una brigada de historiadores, fotógrafos, arquitectos y artistas visuales de la UNAM que viajó a las faldas del Popocatépetl.

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Investigadora y profesora universitaria, Arroyo Lemus sabía que la pintura mural al fresco en las paredes, bóvedas, patios y escaleras de los conventos convierten a estos inmuebles novohispanos en una de las riquezas estéticas sin igual en América Latina.

“Comenzamos a rescatar la pintura mural de dos conventos. Pero al regresar a recuperar los otros, las empresas encargadas de apuntalarlos ya habían barrido y aventado todo afuera, como si fuera cascajo”, narra Arroyo Lemus, historiadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.

Pese a ello, la brigada logró recuperar fragmentos de pintura mural de los conventos de Totolapan y Tlayacapan.

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En el Templo de la Asunción de Nuestra Señora, en Tochimilco, tuvieron que hacer un estudio de resistencia del subsuelo antes de desplegar, de piso a techo, una inmensa telaraña metálica que cubre toda la nave interior de la iglesia.

Desde hace cinco años, esas barras de acero lucen como un viejo y gigantesco corsé que lucha afanosamente por evitar que este coloso de 33.7 metros de altura, algo así como un edificio de 12 pisos, se desplome para siempre.

El arquitecto Francisco Pérez de Salazar aún recuerda que esa enorme nave de la iglesia apenas se sostenía por seis robustos contrafuertes interiores y exteriores. Pero no aguantaban más porque el templo también tenía un boquete en la pared del altar mayor. Parecía que le había caído una bomba.

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El problema con este inmueble, detalla el arquitecto, es que los daños ocasionados por el terremoto se potenciaron por la intervención maquillada que le hicieron en 1999, cuando también fue afectado por un sismo.

“En aquel tiempo se necesitaban 600 mil pesos para restaurarlo, como 3 millones de hoy. Su daño no era tan grave, pero le dieron una pintadita, le inyectaron las grietas y listo”, recuerda Pérez de Salazar.

Lo cierto es que a mediados de 2023 las joyas arquitectónicas construidas hace casi 500 años en las faldas de don Goyo, desfallecen ante el desdén oficial y la falta de recursos económicos para poder recuperarlas.

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