Hasta julio de 2012, Mario Vergara se dedicaba a repartir cervezas en el pueblo de Huitzuco, Guerrero. Pero su vida cambió con el secuestro de su hermano Tomás. Tuvo que guardar las cajas y el diablito y conseguir una pala y un pico. Los recorridos por las calles de su pueblo se convirtieron en jornadas de búsqueda por los cerros del estado. Remover la tierra en búsqueda de algún resto humano se convirtió en su nuevo “oficio”.

“Buscamos porque el gobierno no lo ha hecho y aprendimos que sí se puede encontrar a nuestros familiares. Tal vez ya no con vida, pero al hallar sus cuerpos nos regresa un poco de vida”, relata este hombre de mediana edad.

La primera vez que se fue con un grupo de búsqueda fue el 16 de noviembre de 2014, dos meses después de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. En compañía del colectivo Los Otros Desaparecidos de Iguala se fue por ocho meses a recorrer los campos de Iguala. “Tuvo que pasar la tragedia de los 43 para que nosotros aprendiéramos a buscar. Cuando los papás de los 43 encontraron cinco fosas en el paraje Las Parotas, con 30 cuerpos calcinados que no eran sus hijos, muchas familias salimos a las calles a gritar que tal vez eran nuestros familiares los que estaban ahí enterrados”, cuenta.

Mario perdió a su hermano el 05 de julio de 2012. Ese día, como cualquier otro, Tomás salió de su casa rumbo al trabajo, pero en algún punto del camino fue secuestrado. La llamada llegó esa misma tarde: los secuestradores pedían dinero a cambio de la vida de Tomás. Su familia decidió poner una denuncia en la SEIDO. Los delincuentes ofrecieron dos grabaciones con la voz de Tomás para asegurarles que estaba vivo. No había más.

Los negociadores les recomendaron no pagar el rescate. Un audio con un diálogo repetido no era prueba contundente de que Tomás siguiera vivo. Un mes después el silencio llegó a la casa de la familia Vergara. Los secuestradores no volvieron a llamar. Del paradero de Tomás no se tiene ninguna pista.

Desde el día en que Mario se convirtió en un buscador tuvo que aprender de anatomía humana, antropología y protocolos de levantamiento de cuerpos en fosas clandestinas. “Ahora sé que tenemos 214 huesos y 32 dientes. El hueso más largo es el fémur; tenemos 24 costillas y nacemos 33 vertebras. Todo lo tuve que aprender por necesidad.

Sé cómo trabajar una fosa clandestina y también distinguir entre los huesos de un animal y los de un humano”.

Hace poco creó otro colectivo: “Los Otros Buscadores”. Ahí, su mamá, sus dos hermanas, su sobrino Saturnino y hasta su pequeña hija Julieta se dedican a buscar vida entre los muertos. La decisión de formar este nuevo grupo fue después de ver el rostro de las familias a las que les entregaban el cuerpo de algún ser querido encontrado en una fosa. “Les cambia la cara. Les regresa la vida y al mismo tiempo cambia nuestra vida. Te regresa la paz y la familia puede sonreír”, asegura Mario.

Un oficio que no debería de pasar de generación en generación se está gestando en la familia Vergara. Saturnino, de apenas seis años, empieza a conocer los detalles de lo que es ser un buscador. Mario está seguro de que si ellos mueren sin encontrar a Tomás, ahora hay una nueva generación que va a terminar de “desenterrar la verdad de nuestro país”.

Encontrar la vida en la muerte

Cientos de mexicanos han creado colectivos para remover la tierra del país y recuperar los restos de sus familiares. Sin autoridades que les den respuestas, su único objetivo se convierte en buscar y encontrar, asegura Juan Carlos Trujillo Herrera, coordinador del colectivo Familiares en Búsqueda María Herrera.

María Herrera busca a cuatro de sus hijos. Jesús Salvador y Raúl desaparecieron el 29 de agosto de 2008 en Atoyac de Álvarez, Guerrero, durante un viaje de trabajo. Gustavo y Luis Armando fueron detenidos en 2010 por la policía municipal de Veracruz y nadie los volvió a ver. “Buscamos porque el gobierno no lo hace. Nos unimos entre colectivos para protegernos y compartir lo que vamos aprendiendo”, cuenta María Herrera.

En 2011, María decidió abandonar su casa y unirse a la primera caravana del Movimiento por la Paz que encabezó Javier Sicilia. Siete años después sus ahorros están en el límite, su casa está a punto de caerse y recibe las mismas preguntas todo el tiempo: ¿qué has logrado?, ¿acaso tienes indicios de dónde están tus hijos? Pero saber que los grupos de búsqueda existen le da ánimo. Pensar en que están buscando a sus hijos en todos los estados le da un poco de esperanza. “Las familias somos quienes estamos poniendo el pecho a las balas. Estamos saliendo a buscar en medio de un conflicto armado”, asegura Juan Carlos.

Estos grupos están llenos de padres, madres, hermanos o hijos que buscan respuestas y que cada resto y cada cuerpo que logran recuperar es un logro que le da paz a una familia. “Todo el caminar está lleno de muchas inquietudes y emociones, pero tenemos que seguir buscando hasta donde nos de la vida. Tenemos que seguir buscando para encontrar”, dice esta madre que busca a sus hijos.

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