Bruselas

Yago Riedijk, fichado por su cercanía al círculo yihadista que clandestinamente entrenaba en un parque recreativo de la localidad de Weert para realizar un atentado con bombas y rifles Kalashnikov, desapareció del radar de la policía holandesa en 2015.

Poco después, el musulmán nacido el 23 de septiembre de 1992 en Arnhem, localidad al este de los Países Bajos, fue ubicado en Siria, en donde había jurado lealtad al Estado Islámico (EI). “Queríamos ayudarlos, como hermanos musulmanes”, declaró en su momento el yihadista al diario de Volkskrant.

En el llamado califato del EI, en donde las mujeres son ofrecidas a los miembros de la legión como trofeos, conoció a la joven británica Shamima Begum, quien a sus 15 años de edad había huido de su hogar para integrarse a las filas de la agrupación fundamentalista. Juntos procrearon un bebé varón, que nació en febrero pasado en un campo de refugiados en el norte de Siria. El menor murió el pasado jueves de neumonía.

Ahora que el califato está a punto de caer, la pareja yihadista busca volver a Europa. Yago, quien combatió en Kobani, ha conseguido regresar a Holanda, pero su mujer se quedó anclada en tierra siria.

Shamima fue despojada de la nacionalidad británica por apoyar las atrocidades de los extremistas, y hoy se encuentra sin patria debido a que Bangladesh, nación de la que proviene su madre, no la reconoce como su ciudadana dado que nunca realzó los trámites correspondientes.

Yago pretende reclamar el derecho a la reagrupación familiar; sin embargo, el Ministerio de Justicia de Países Bajos ha sido muy claro: los combatientes holandeses que viajaron a Siria y quieren volver al país no cuentan con la ayuda del sistema judicial naranja.

“Todo aquel que acuda a una embajada o consulado holandés será arrestado y procesado”, advierten las autoridades de La Haya.

Yago y Shamima no son los únicos yihadistas que se encuentran en esta situación.

El International Centre for Counter-Terrorism de La Haya estima que entre 3 mil 922 y 4 mil 294 europeos (principalmente de Bélgica, Francia, Alemania, Reino Unido, Dinamarca y Holanda), se sumaron a las filas de la insurgencia terrorista a partir del estallido del conflicto sirio en 2011. Otras instancias, como el Soufan Center, creen que la cifra podría ascender hasta 5 mil 500. Alrededor de 30% habría regresado a su país de origen en 2016: el resto ha perdido la vida, se encuentra detenido o pretende volver.

Europol prevé el retorno masivo de combatientes con motivo del colapso del califato; no obstante, en Europa el ánimo por repatriar a sus yihadistas es sumamente escaso.

Sobran motivos por los que nadie quiere hacerse cargo de sus connacionales. De acuerdo con la oficina del Coordinador de la Lucha contra el Terrorismo de la Unión Europea, Gilles de Kerchove, debido a que en el campo de batalla han adquirido técnicas de combate y experimentado casos de extrema violencia, su regreso es percibido como una amenaza a la seguridad.

Con familias

Además, no se trata de individuos solitarios: en muchas ocasiones buscan regresar con sus esposas e hijos; testimonios recabados en un encuentro celebrado por el Partido de la Alianza de Liberales y Demócratas Europeos sostuvieron que algunos de sus hijos eran sometidos a entrenamiento militar a partir de los nueve años de edad.

La vuelta de los yihadistas también podría comprometer los esfuerzos para prevenir la radicalización. El experto noruego Thomas Hegghammer advierte que dejarlos sueltos no es opción: estima que por cada 100 individuos que regresen la policía tendría que vigilar a 300 personas.

La presión para que Europa se haga cargo de sus ciudadanos aumenta. El presidente estadounidense, Donald Trump, quiere que Europa reciba a sus connacionales que están bajo custodia de las fuerzas kurdas ante la retirada de sus dos mil soldados y la probabilidad de que queden en libertad tras el repliegue.

Los kurdos en Siria afirman tener bajo custodia a unos 900 combatientes extranjeros y a 4 mil mujeres y niños; entre ellos hay 10 hombres, 17 mujeres y 31 menores de edad que tienen nexos con Bélgica.

Más allá del tema de la seguridad, los retornos suponen complejos obstáculos logísticos, políticos, diplomáticos y legales.

No hay fórmula sencilla para salir de manera ordenada de Siria: en el norte, las fuerzas estadounidenses operan en Kobani una rudimentaria pista de aterrizaje para aviones C-130 y C-17, pero la zona es altamente volátil e insegura; la frontera con Irak y Turquía tampoco es opción, debido a la tensión provocada por las aspiraciones separatistas kurdas; vía Damasco es impensable por la ausencia de comunicación entre Occidente y el gobierno de Bashar al-Assad; Moscú es el único con posibilidad de usar esta puerta de evacuación.

Para ser repatriados, igualmente se requiere de consulados para realizar los trámites pertinentes y garantizar el debido proceso en el caso de los yihadistas; los más cercanos se encuentran en la entidad autónoma iraquí de Kurdistán Sur y son operados por Francia, Reino Unido y Holanda.

A esos obstáculos se suma el hecho de que ningún político quiere asumir riesgos en un año electoral; en mayo tendrán lugar las elecciones para definir la composición del Parlamento Europeo, mientras que en países como Bélgica habrá también comicios generales.

Para evitar el retorno de yihadistas, el premier belga, Charles Michel, propone crear un tribunal internacional similar al fundado en 1994 por Naciones Unidas en Arusha, Tanzania, para juzgar a los responsables del genocidio en Ruanda. Hasta ahora, la iniciativa no ha despertado interés entre sus colegas europeos, al tiempo que las fuerzas de extrema derecha, metidas de lleno en la campaña electoral, exige aplicar la ley del Talión.

“Ojo por ojo, diente por diente, ningún tribunal de la ONU, ningún guante de terciopelo”, reclama el nacionalista Filip Dewinter, del Partido Interés Flamenco.

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