Moscú.— De niño, en un lúgubre apartamento comunal soviético, Vladimir Putin, quien va por su cuarto mandado, era un luchador que soñaba con ser operador político: se entrenó diligentemente en las artes marciales y entró audazmente en una oficina de la KGB para hacerse espía.

Como el líder de Rusia, ha sido el epítome de ambos rasgos. Luchó contra los rebeldes chechenos —“si los capturamos en el retrete, los mataremos en el retrete”, decía—, dirigió la anexión de Crimea y se le acusa de aprobar una campaña disimulada para socavar la democracia estadounidense.

Putin nació el 7 de octubre de 1952, de padres obreros, en Leningrado, ahora San Petersburgo. Ante la precariedad del lugar donde vivía, Putin respondió convirtiéndose en un “hooligan” desde la infancia. La imagen de “macho” fuerte lo ha acompañado siempre, él no ha dudado en fomentarla de cuando en cuando con fotos suyas pescando a pecho descubierto, o practicando judo, por ejemplo.

Se graduó de la Facultad de Derecho de la Universidad de Leningrado y como líder de Rusia desde la víspera del Año Nuevo de 1999 (fue primer ministro de 2008 a 2012, pero aun así se le veía al mando), a Putin le encanta ser el centro de atención. Antes de ser nombrado premier del presidente Boris Yeltsin, fue jefe del Servicio Federal de Seguridad, una de las agencias sucesoras de la KGB.

Cuando asumió como presidente interino tras la dimisión de Yeltsin, su lenguaje se volvió más refinado, pero sus palabras eran igual de duras. Putin se casó en 1983 con Lyudmila Skrebneva, una azafata de Aeroflot, con quien procreó dos hijas. Treinta años más tarde, la pareja anunció el fin de su matrimonio.

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