Por primera ocasión, Donald Trump se vio obligado a retroceder frente a la reacción de indignación, enojo y shock en Estados Unidos y en el mundo por la política inhumana, e incluso criminal, de separar a los niños de sus padres y someter a estos últimos a un juicio por el delito de cruzar sin papeles. Muchos buscaban asilo por la violencia de la que huyeron en sus países. Las dramáticas imágenes de madres y niños llorando y gritando fueron tan fuertes que se reprodujeron por cientos de miles, por millones, inundaron el país y recorrieron el mundo.

Prevalece una interrogante fundamental: ¿Qué sucederá con las familias que ya fueron separadas? En total son 2 mil 342 niños arrancados a sus padres, lejos de sus madres, desperdigados en los refugios en todo el país, traumatizados. ¿Saben las autoridades dónde se ubican las dos partes de las familias desmembradas? O simplemente borrón y cuenta nueva, de aquí para adelante y que le hagan como puedan.

Los daños a las víctimas están ahí. Hay responsabilidades múltiples de funcionarios en todos los niveles. Sería necesario resarcir a las familias del brutal atropello. Ahí están las imágenes de la separación obligada y el audio del llanto, las imágenes de las jaulas en las que fueron encerrados los niños, los sitios inadecuados, inhóspitos y desoladores, la falta de atención a las necesidades más elementales de los menores.

Entre los arrancados de los brazos de sus madres hay pequeños hasta de 11 meses de edad. Julie Linton, copresidenta de la Academia Americana de Pediatría para el Grupo de Interés Especial en la Salud de Migrantes, considera que “el trauma impedirá a los niños desarrollarse normalmente, contribuir al mundo”. Hay casos alarmantes de pequeños cuyas funciones corporales de dormir, comer, ir al baño, se alteran.

Alan Shapiro, director médico de programas pediátricos de comunidad en el Sistema de Salud Montefiore, considera que “la tortura a los niños” es una sanción del gobierno y subraya que esa gente no busca una mejor vida, sino que huye del peligro y de la falta de protección en sus países; la mayoría provienen de Honduras, El Salvador y Guatemala. Los traumas se acumulan, los niños viven estrés por el terror y las amenazas en sus países de origen, en el largo viaje a la frontera y luego, al llegar a Estados Unidos, aparece el daño irreversible de ser separados de sus madres o de su padres.

La angustia es enorme, se destruye su estabilidad más precaria, el estrés al ser separado de la madre o el padre desestabiliza su fisiología. Basta escuchar su llanto y palabras balbuceadas y la palabra “mamá” o “papá” repetida en tonos de dolor. Shapiro y Linton coinciden al advertir que el terror se apodera de sus vidas, que perdieron su principal y único asidero.

El daño hecho a los niños es irreversible, en ello coinciden todos los expertos en materia de desarrollo infantil. Athos Campillo, siquiatra mexicano especialista en desarrollo infantil y con 40 años de trabajo con niños, considera que esta experiencia es para los menores “como estar en una guerra o como ser secuestrado. La ansiedad ocupa todos los espacios”, la ausencia del adulto al que aman y en el que confían, por lo general la madre o el padre, “crea un trauma inmediato e insuperable, los marca para el resto de sus vidas”.

“Los impactos sicológicos en los menores”, reitera, “los marcan, los acompañarán siempre”. Son muchos, más de 2 mil 300, los niños llevados a lugares ajenos —algunos parecen jaulas— con personas desconocidas que no hablan su idioma ni los pueden tocar… para los niños el contacto es vital el abrazo para el consuelo. “La ansiedad ocupa todo”, insiste Campillo.

Ahora que Trump firmó el decreto, los niños ya no serán separados de sus padres cuando tengan que ser llevados a las cortes por el “crimen” de haber cruzado la frontera sin papeles, de buscar asilo, pero ¿quién responderá por el daño a las víctimas, a los niños? ¿Hay un programa de reunificación familiar para los 2 mil 340 niños que viven el mayor trauma de sus vidas? El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, amenazó con demandar al gobierno federal ya que con la política de “Tolerancia Cero” se removió a los niños del cuidado, custodia y control de sus padres, lo que es un derecho fundamental de los menores. La condena mundial es unánime.

La violación de derechos humanos de los niños en la frontera entró a los hogares estadounidenses. Hay videos, audios, memes, historias, que circulan y se reproducen en las universidades, los centros de reunión, de trabajo.

Elocuente es la pregunta de un niño de 7 años: ¿Eso nos puede pasar también a nosotros? El horror y el rechazo a la brutalidad con que fueron tratadas las familias se expandió mucho más de lo previsto por el gobierno y el Congreso, causa ya división entre los republicanos frente a una política degradante y humanitariamente insostenible.

Habría que recordar lo que la televisión influyó cuando transmitió las imágenes de la represión contra las manifestaciones de afroestadounidenses y la segregación en la década de los 50. El horror entró a los hogares, dio la vuelta al mundo y cambió la historia, los derechos civiles fueron reconocidos. Hoy, las atrocidades contra los niños están a la vista y se extiende el murmullo: “shame on you…” (“deberían sentirse avergonzados”).

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