Únicamente en situaciones excepcionales las portadas de las revistas The Economist (Reino Unido), The New Yorker y Time (Estados Unidos), y Der Spiegel (Alemania) coinciden no sólo en temática, sino también en iconografía y mensaje. Esta semana fue una de esas veces. Todas, de una forma u otra, caracterizaban al presidente estadounidense, Donald Trump, con la extrema derecha y el nazismo, con el racismo histórico nacional evidenciado en las capuchas puntiagudas de los miembros del Ku Klux Klan.

La respuesta amoral de Trump ante los hechos ocurridos hace una semana en Charlottesville evidenciaron que la retórica de supremacista blanco y de odio al extraño que envuelve el entorno Trump desde la campaña electoral no ha desaparecido.

“El presidente Trump simplemente no pudo condenar inequívocamente y repudiar el supremacismo blanco y su equivalente moderno, el alt-right”, escribió en una columna el presidente del Southern Poverty Law Center (SPLC), Richard Cohen, el líder de la más importante asociación contra el odio en Estados Unidos.

El odio y el racismo no existen en Estados Unidos desde Donald Trump, evidentemente. En su informe “Diez formas de luchar contra el odio”, publicado esta semana, el SPLC recuerda que el odio ha formado parte de la historia del país.

Pero la aparente legitimidad que da a ese odio la falta de condena del mandatario es un elemento nuevo con el que deben jugar agrupaciones como el SPLC.

“Si la situación no fuera tan seria, podríamos pasar por alto sus actos, sus evasiones y serpenteos, su comportamiento petulante. Pero llegados a este punto, es simplemente bizarro y desalentador”, lamenta Cohen.

El golpe de gracia fue la ambivalencia en la condena de la violencia que se desató durante la marcha de supremacistas en Charlottesville, que terminó de manera trágica cuando un neonazi arrolló con su auto a manifestantes y mató a una mujer. “Está la supremacía blanca y está EU. Está la bondad y está la maldad. No es tan difícil”, escribió el líder del SPLC, tratando de explicar al presidente la imposibilidad de equiparar el neonazismo con aquellos que lo combaten.

La tibieza del jefe de Estado es un problema. “Estoy seguro que los supremacistas blancos siguen convencidos que tienen un amigo en la Casa Blanca”, aseguró Cohen, quien recordó que el “veneno y desprecio” del presidente ya se cebaron con los mexicanos, a quienes llamó “asesinos y violadores”.

“No puede romper la infame alianza con los intolerantes que ha estado cultivando”, se resignó Cohen, aludiendo al cultivo surgido del populismo de ultraderecha basado en teorías de la conspiración y pensamiento intolerante que, tal y como explica en sus múltiples informes el SPLC, ha sido la respuesta a una base electoral descolocada en la nueva sociedad global, y que vio en el discurso de Trump las palabras de “un líder de la idea de que EU es básicamente un país de hombres blancos”.

Los hechos de Charlottesville parece que han supuesto un punto de inflexión, pero no son precisamente el primer caso de violencia y odio en Estados Unidos. En los tres primeros meses tras la victoria electoral de Trump, el SPLC recolectó mil 372 casos de actos de odio en todo el país.

Previendo el aumento de estos hechos, ProPublica, junto a varias decenas de otros medios de comunicación y organizaciones como el SPLC, lanzaron el proyecto Documenting Hate (Documentando el odio), una base de datos de todas las noticias sobre actos violentos derivados de la intolerancia, el racismo y casos similares.

“Los crímenes de odio y los incidentes de intolerancia son un problema nacional”, aseguran los autores del proyecto en su página web. Según su cálculos, desde el año 2010, cada año se reportan al FBI más de 6 mil incidentes criminales de odio. Sin embargo, estudios del gobierno computan que el número real, contando aquellos que no se denuncian, asciende a los 260 mil por año.

La respuesta de Trump a los hechos de Charlottesville no sólo indignó a los defensores de derechos civiles. Por primera vez en su mandato, los demócratas presentaron ante el Congreso una resolución de censura de las palabras del mandatario. “La repulsiva defensa del presidente de los supremacistas blancos requiere que el Congreso actúe para defender nuestros valores estadounidenses”, dijo la líder de la minoría progresista en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi.

La resolución, por cierto, hace un llamado explícito a “despedir a aquellos asesores” con “lazos con movimientos supremacistas blancos”. Este viernes se fue el primero: el hoy ex estratega en jefe Steve Bannon.

Con los republicanos controlando las dos cámaras es improbable que prospere, pero si lo hiciera podría ser un síntoma inicial de que el ambiente está caldeado y de que la posibilidad de juicio política está un pasito más cerca.

No sólo los demócratas se avergonzaron y criticaron al presidente. Todo el mando militar se opuso frontalmente al comandante en jefe del ejército, y algunos republicanos empiezan a dar la espalda al presidente y exigirle explicaciones y que se retracte.

Uno de los últimos en hacerlo, el ex candidato presidencial Mitt Romney. “El presidente tiene que tomar medidas extremas para remediarse. Debería dirigirse a los estadounidenses, reconocer que estaba equivocado, pedir perdón. Declarar contundentemente y sin duda que los racistas son los que hay que culpar a 100% de la muerte y la violencia en Charlottesville”, escribió en Facebook. El magnate, de momento, no le ha hecho caso.

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