Madrid

La conmemoración del primer aniversario de los atentados que acabaron con la vida de 16 personas en Barcelona y Cambrils se ve ensombrecida por el enfrentamiento entre la Cataluña independentista y el Estado español.

Los separatistas catalanes que gobiernan la región ya advirtieron que no se sienten representados por el rey Felipe VI, que en calidad de jefe del Estado encabezará la delegación oficial de la conmemoración.

A pesar de que la mayoría de los partidos se pusieron de acuerdo para dejar a un lado las proclamas políticas y centrarse en el homenaje a las víctimas de los ataques terroristas del 17 de agosto de 2017, el conflicto institucional estará latente.

Las asociaciones civiles que reclaman la plena soberanía de Cataluña también moderaron su discurso para enfatizar que no aprovecharán la visita del rey para relanzar su programa separatista.

“No impulsaremos cosas que interfieran en un día de silencio y de respeto a las víctimas”, indicó la presidenta de Asamblea Nacional Catalana (ANC), Elisenda Paluzie.

Sin embargo, la ANC y la independentista Òmnium anunciaron su participación en un homenaje paralelo a Quim Forn, Consejero (Ministro) de Interior del gobierno catalán durante los atentados terroristas. El reconocimiento a Forn y los servicios públicos catalanes se llevaría a cabo en las cercanías de la cárcel catalana de Lledoners, donde el político se halla recluido por su participación en el proceso soberanista que en 2017 fue declarado ilegal por la justicia española.

Los independentistas catalanes más radicales, agrupados en el partido antisistema Candidatura de Unidad Popular (CUP), tampoco participarán en los homenajes en protesta por la visita del monarca.

Por su parte, los Comités de Defensa de la República catalana (CDR), advirtieron que Cataluña no tiene rey y convocaron 30 minutos antes del inicio del acto oficial a una marcha silenciosa.

Felipe VI estará acompañado del presidente del gobierno, el socialista Pedro Sánchez, y del presidente de la Generalitat (gobierno autónomo catalán), Quim Torra, quien defiende abiertamente la independencia y reivindica para Cataluña un modelo de república incompatible con la monarquía española.

A pesar de que el bloque soberanista que gobierna Cataluña se ha comprometido a respetar la agenda oficial y la mayoría de los catalanes apuesta por no politizar el homenaje a las víctimas, falta por saber si la polarización que afecta a la región brotará de nuevo este viernes, aunque sea de una forma simbólica mediante la exhibición de banderas independentistas y españolas.

La polémica generada por la visita de Felipe VI a Barcelona en momentos tan delicados es un reflejo de la fuerte división social en Cataluña.

El escenario está repleto de pendientes de difícil solución. Los partidos soberanistas, además de la izquierda antiliberal de Podemos, piden la liberación de los políticos catalanes presos por participar en el proceso independentista que se frustró a finales de 2017.

El gobierno catalán reclama asimismo el regreso de los políticos exiliados, entre ellos el ex presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, quien se encuentra refugiado en Bélgica luego de ser acusado, junto con otros ex colaboradores, de los delitos de rebelión y malversación de fondos por haber impulsado el proceso soberanista que culminó en un referéndum de autodeterminación que la Justicia española consideró ilegal.

Más allá del conflicto institucional entre Cataluña y Madrid, los ataques yihadistas de Barcelona y Cambrils, que causaron 16 muertos y más de 100 heridos, siguen cobijando algunas sombras, entre ellas la descoordinación de las policías españolas (estatal y regional), lo que dificultó el monitoreo de la célula terrorista.

Las fallas policiales impidieron el seguimiento del líder del grupo yihadista, el imán de Ripoll (Cataluña), Abdelbaki Es Satty, quien estuvo en prisión por tráfico de drogas y que se relacionaba desde hacía años con dirigentes del islamismo radical.

El líder de la célula murió la víspera de los atentados como consecuencia de una explosión fortuita en una casa de campo donde con otros terroristas preparaba una acción violenta de gran envergadura.

El accidente precipitó el atentado en La Rambla de Barcelona. Al volante de una van, uno de los terroristas arrolló a gran velocidad a la multitud que en esos momentos paseaba por la céntrica avenida de Barcelona y mató a 14 personas, en su mayoría turistas extranjeros.

Veinticuatro horas después, cinco yihadistas a bordo de un Audi repetirían la escena en el paseo marítimo de Cambrils, donde hubo otras dos víctimas mortales. La actuación de los agentes evitó una tragedia mayor.

En este ambiente tenso, las asociaciones de víctimas del terrorismo han pedido a los partidos que se abstengan de politizar el homenaje luego de haberse olvidado del dolor que dejaron los atentados.

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