Ratko Mladic se veía como un héroe del pueblo serbio, pero su nombre quedará para siempre asociado a los crímenes de la guerra en Bosnia, desde el cerco de Sarajevo hasta la masacre de Srebrenica, que le valieron ayer una condena a cadena perpetua.

Ahora es un anciano enfermo, pero su juicio no ha cambiado la convicción que expresó en su primera aparición ante el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY) en La Haya: “Soy el general Mladic. Defendí a mi país y a mi pueblo”. Ayer repitió: “Lo que usted ha dicho son puras mentiras. Todas son mentiras”.

Colérico y brutal para algunos, alegre y extravagante para otros, Mladic dijo en alguna ocasión que “las fronteras siempre se habían trazado con sangre, y los Estados, delimitados por tumbas”. Se le considera tercer arquitecto de la limpieza étnica en Bosnia durante el conflicto intercomunitario que dejó más de 100 mil muertos y 2.2 millones de desplazados (1992- 1995).

Desde Belgrado, el presidente Slobodan Milosevic, fallecido en prisión a los 64 años en 2006, inflamaba los Balcanes con sus discursos sobre la “Gran Serbia”, mientras hablaba con la comunidad internacional. En Pale, capital de facto de los serbobosnios, el psiquiatra Radovan Karadzic, de 72 años, condenado en 2016 a 40 años de detención, vomitaba su propaganda fanática. Mladic, de 74 años, era su brazo armado, el único del trío nacido en Bosnia, en la localidad de Bozanovici.

Huérfano de un padre partisano que murió a manos de los croatas ustachas pronazis, integró el ejército yugoslavo. Al comenzar la guerra, tras haber combatido contra los croatas, se le trasladó a Sarajevo, donde dirigió el sitio de casi cuatro años que devastó la ciudad. Pocos meses antes del final de la guerra de Bosnia-Herzegovina (1992-1995), las tropas serbias, bajo las órdenes de Mladic, arrollaron el enclave musulmán de Srebrenica, declarado zona de seguridad por la ONU. Desde entonces se le conoce como el carnicero de los Balcanes.

Aun así, en Belgrado aún se pueden comprar camisetas con el rostro del general. Con la caída del régimen de Milosevic, en 2000, entró en la clandestinidad hasta su detención en 2011.

Mladic nunca reconoció al tribunal que lo juzgó, como tampoco aceptó haber cometido crimen alguno. Poco antes de conocer su sentencia, dijo al diario Kurir: “Duermo bien. Soy inocente”.

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