En términos geopolíticos, el siglo XX inició con las palabras pronunciadas en abril de 1904 por Sir Halford Mackinder ante la Real Sociedad Geográfica de Londres. Fue entonces cuando, por primera vez, un estudioso vinculado con el diseño de la gran estrategia del Imperio Británico reconoció abiertamente que Rusia ocuparía un lugar destacado en la escena mundial en virtud de su ubicación geográfica.

En los hechos, a partir del siglo XVII la historia de Rusia ha sido definida por la voluntad de ejercer un dominio efectivo sobre la gran masa continental euroasiática. En caso de concretarse ese dominio, las sociedades que ocupan el margen occidental de la península europea se encontrarían a merced de Rusia.

La posibilidad de que en Rusia tuviese lugar una revolución social, concluía Mackinder, no cambiaría este hecho. Lo sucedido en las décadas que siguieron a la Revolución de Octubre parece haber confirmado dicha afirmación.

Hace tiempo que la Unión Soviética ha dejado de existir, pero las primeras dos décadas del siglo XXI serán recordadas en el futuro por el paciente retorno de Rusia al primer plano de la política internacional. Un retorno que tiene como punto de partida la pretensión de subvertir los principios sobre los que descansa el orden mundial construido tras la posguerra.

Y es que la Rusia de Putin nunca olvidó las lecciones de Mackinder. A sabiendas de que su país no era ya la superpotencia de antaño, el mandatario ruso asumió desde temprano que su tarea sería la de servirse de la geografía y del poder de la información para librar una guerra asimétrica contra Occidente. Así, frente a las narrativas convencionales que dan sustento a la credibilidad de la Unión Europea y la OTAN —dos proyectos políticos que Rusia siempre ha encontrado amenazantes— Putin propone una alternativa euroasiática que se aparta de la tradición atlantista defendida por las democracias occidentales.

Por lo demás, la gran recesión de 2008 creó un momento político favorable para el retorno de Rusia a la arena de las grandes contiendas internacionales. Desacreditado por el desplome de los estándares de vida de una gran parte de las sociedades europeas, el liberalismo político se ha mostrado por lo general incapaz de dar respuestas al creciente descontento social que acompañó a dicha crisis.

Esta circunstancia ha sido capitalizada paulatinamente por Rusia, cuya actuación descansa en este terreno en una tesis simple, pero certera: para fracturar la voluntad política de sus adversarios es necesario distorsionar su percepción de la realidad. El uso de la información y la desinformación ha adquirido así un carácter estratégico que puede traducirse en resultados tangibles sobre el terreno. El entorno tecnológico de los últimos años, dominado por la omnipresencia de los medios sociales, sólo ha favorecido ese propósito. Desde muy temprano, el ciberespacio se ha convertido en un nuevo ámbito de confrontación entre las grandes potencias. Es ahí donde el nacionalismo conservador propuesto por Rusia prospera como una alternativa discursiva que da respuesta a las inquietudes de quienes no se identifican ya con las banderas del liberalismo y la socialdemocracia europea de viejo cuño.

La deriva autoritaria de Hungría, Polonia y la República Checa, a la que recientemente se ha sumado Austria, se explica, en parte, a la luz de estas consideraciones. El asedio con el que Rusia ha querido someter a las naciones del mar Báltico se extiende ahora también sobre los países nórdicos y a las grandes democracias de Europa occidental, en donde —por ahora— encuentra un contrapeso real en la determinación política de Francia y Alemania. Con todo, es en Estados Unidos donde la injerencia rusa ha resultado más sorprendente. Su éxito aparente parece alimentarse de las contradicciones estructurales que han minado la cohesión de la sociedad estadounidense durante las últimas décadas. Todo esto no debería sorprendernos; después de todo, el juego de la subversión también fue dominado con maestría por Estados Unidos durante los momentos más oscuros de la Guerra Fría.

Analista en materia de seguridad internacional por The Fletcher School of Law and Diplomacy

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