Pues no, las guerras comerciales no son fáciles de ganar, ni siquiera para el país más poderoso económicamente. Menos aún en la era de la globalización o cuando se emprenden simultáneamente en contra de países europeos, de China, de México y Canadá.

Tal fue el caso de los aranceles que impuso Estados Unidos al acero y el aluminio, las represalias de los países afectados fueron múltiples, diversas pero generalizadas. El primer y más fuerte impacto fue la represalia de China al no adquirir soya producida precisamente por agricultores que son electores de Donald Trump.

El Congreso de Estados Unidos se vio obligado a aprobar 12 mil millones de dólares para minimizar los daños a los productores, a los que les interesa producir y vender, la ayuda la perciben como un alivio, pero no cancela la incertidumbre. Trump tiene muy presentes los tiempos electorales de noviembre, en que podría perder la mayoría en la Cámara de Representantes y en el Senado.

El acuerdo entre Trump y el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, fue una especie de armisticio en el que ambos se comprometieron a no subir más aranceles —específicamente los que afecten a los productores de automóviles europeos— y a una mayor adquisición de soya por parte de los países europeos, producida en EU para compensar la pérdida del mercado de China.

No será fácil, si se considera que los consumidores europeos rechazan ampliamente los productos agrícolas genéticamente modificados, como es el caso de la soya. El acuerdo de EU con la Unión Europea pretende también limitar las importaciones estadounidenses provenientes de China que ascienden a 95% en bienes intermedios y de capital. Sólo 1% es de productos de consumo. Más aranceles a China afectarían procesos productivos de otras industrias en EU y posiblemente de otros países.

Trump ha dicho que estaría dispuesto a poner aranceles a todos los productos importados de China. Hace unos días, en el marco del G-20 en Argentina, el Fondo Monetario Internacional (FMI) advirtió que los aranceles perjudican a la economía global.

La cumbre tuvo como telón de fondo la disputa que mantienen China, la Unión Europea y Estados Unidos. Estos dos habían cruzado en días anteriores amenazas acerca de implementar fuertes aranceles de uno y otro lado del Atlántico. Trump se ha manifestado dispuesto a poner aranceles a todas las importaciones de China, furibundo por las represalias que podrían multiplicarse. Wa-shington necesitaba un acuerdo con la Unión Europea para llevar adelante su disputa comercial con China.

Christine Lagarde, directora gerente del FMI, advirtió que los riesgos de la desaceleración económica han aumentado debido a las crecientes tensiones comerciales.

Muchos se preguntan qué es lo que EU quiere de China: ¿Sólo disminuir el déficit comercial? China, por su parte, sabe cuál es su objetivo: su represalia fue directamente hacia productores agrícolas en estados de EU que eligieron a Trump: fue un golpe comercial y político.

Las represalias de China y Canadá están dirigidas claramente a tratar de infringir el máximo daño político posible, afirma Paul Krugman. “Las guerras comerciales no son buenas ni fáciles de ganar…” Lo que es notable de los aranceles impuestos por Trump es que son también autodestructivos. Falta ver cómo evolucionan la tregua y los compromisos de Estados Unidos y Europa, porque Trump es de mecha corta, imprevisible y en cualquier momento puede cambiar de políticas. China está buscando inversiones y comercio en varios países de América Latina, es la segunda economía del mundo y en expansión económica y geopolítica.

¿Cuál ha sido la estrategia de la Casa Blanca? Presionar para obtener no se sabe específicamente qué de parte de los países afectados, mientras que de lo único que se habla es de reducir el déficit comercial de EU con esos países. Los pasos dados no tienen en cuenta las características de un comercio internacional donde ya no se afectan bienes finales de consumo, sino bienes intermedios y bienes de capital. Pero sobre todo y de manera directa a grupos de productores y en general a los consumidores.

Si las guerras comerciales no eran fáciles de ganar a principios del siglo pasado, cuando el comercio se realizaba sobre bienes finales en la década de los 60, menos lo son ahora cuando el comercio involucra mayoritariamente bienes intermedios, menos aún cuando se dirigen al mismo tiempo contra los países europeos, China, México y Canadá.

Es claro que todos han tomado las represalias que consideraron convenientes, afectando a diversos productores y consumidores: se emprenden medidas que dañan de inmediato la economía productores agrícolas.

La Casa Blanca no pierde de vista que se está generando desasosiego entre los republicanos en el Congreso, específicamente entre los diputados, no sólo por las próximas elecciones de medio término, sino porque en el Partido Republicano hay muchos que durante años han apoyado el libre comercio.

Ese es el marco amplio en el que México y Canadá negocian con Estados Unidos el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), considerado por Trump el peor tratado de la historia. Presiona para acelerar las negociaciones.

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