Tecún Umán.— Con la mirada triste, Marlon, de nueve años de edad, se acurruca con su madre, Yohana, una de las mujeres hondureñas de la caravana.

Ella trata de descansar sobre una sábana de color roja tendida en una parte del parque de este poblado, fronterizo con México.

No lo pensó mucho cuando se enteró de que una caravana de migrantes partiría a México y Estados Unidos. Dice que su vida y la de su hijo peligraban, ya que pandilleros amenazaban con matarlos si no pagaba el aumento de la cuota de casi mil lempiras mensuales, poco más de 41 dólares.

“No podía pagarla, apenas gano lavando ropa ajena, les dije que no me alcanzaba, entonces ellos me dijeron: ‘Te vamos a matar si no te vas’”, relata la mujer.

Explica que aunado a la inseguridad, no hay fuentes de trabajo y los precios de la canasta básica van en aumento. “Entre el gobierno y los mareros nos quieren ahorcar”, asegura.

“Le pedimos a México que no tenga temor de recibirnos, nosotros vamos a pedir asilo y ojalá nos reciban como en Guatemala”, señala. Con tristeza, narra que por mucho tiempo pagó la cuota que los pandilleros le exigían para evitar que su hijo menor se uniera a los delincuentes. “Ya no se puede vivir en Honduras, salimos porque no tenemos otra opción”, dice.

Alejandro Rodríguez es otro hondureño que se unió a la caravana el pasado sábado para llegar a México. Él quiere trabajar para poder sostener a su familia que se quedó en su natal San Pedro Sula.

Explica que le cuesta conseguir trabajo, ya que las empresas sólo contratan a personas menores de 30 años.

“Eso nos obliga a salir de nuestro país porque tenemos familia que mantener, las puertas se nos han cerrado a las personas mayores de 30 años, tengo que buscar oportunidades en otro país”, señala el migrante. “Nosotros pedimos a los hermanos mexicanos que no nos rechacen, no somos delincuentes, sólo pedimos una oportunidad”, suplica don Alejandro, quien se dedica a la construcción de viviendas.

Relata que a pesar de la larga caminata, bajo el sol o la lluvia, no se arrepiente de salir a buscar otra oportunidad. “No importa que mis pies estén con ampollas: vale la pena el sufrimiento por mi familia”.

En este parque todos los hondureños hablan con los reporteros de la inseguridad en su país, la falta de empleo y la pobreza; pareciera que se hubiesen puesto de acuerdo, pero esas son de las principales causas de la emigración de los últimos años.

Acostado sobre su mochila, Carlos Orellana, de 26 años, quien trabajaba de ayudante de albañil con un sueldo de 100 lempiras al día (unos 50 pesos mexicanos) espera que México le otorgue refugio para trabajar y enviar dinero a su familia.

“Mi madre no quería que me viniera, pero con el dinero que ganaba en mi país no alcanzaba para nada, apenas alcanza para comer”, señala.

“Yo espero que México nos tienda la mano como lo hizo Guatemala, que no nos abandone, no es verdad lo que dice la gente que somos malos o delincuentes”, asegura.

Ellos forman parte de los más de un millar de migrantes de la caravana que partió el pasado sábado de San Pedro Sula, Honduras.

El parque de Tecún Umán es el lugar de reunión de decenas de hondureños. Con mochila en el hombro y visiblemente cansados, los migrantes buscan un sitio para reposar, mientras algunos niños juegan.

Desde hace años este sitio ha sido un lugar de descanso para los migrantes centroamericanos en su camino hacia Estados Unidos.

Paramédicos y médicos de la Cruz Roja de Guatemala atienden a los menores enfermos, mientras que los adultos presentan problemas de presión arterial y llagas en los pies.

Los habitantes del pueblo se acercan al grupo para regalarles tortas, agua y ropa, mientras se corre la voz de la llegada de los federales mexicanos en la frontera.

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